En este número de EL CENTINELA dedicamos varias páginas para presentarles a nuestros lectores la iglesia que patrocina la producción de esta revista. Desde 1919, la revista EL CENTINELA se esfuerza por interpretar los eventos históricos y sociales de la vida humana a la luz de la Biblia. Una de las revistas precursoras de EL CENTINELA, El mensajero de la verdad, se remonta a 1896. La primera revista de esta naturaleza con el mismo nombre fue publicada en 1903, en Mayagüez, Puerto Rico.
Según señala nuestra declaración de misión, deseamos “exaltar a Jesucristo como el Salvador de la humanidad y el Rey que pronto vendrá, mediante la exposición de las verdades eternas de las Sagradas Escrituras”. Esta misión nos ha sostenido durante todas estas décadas, porque sus palabras siguen expresando conceptos centrales de la fe cristiana. Estos dos polos —la fe en Jesucristo y la dependencia confiada en la Biblia— son dos fuertes pilares que resisten la presión del tiempo y el escrutinio de las mentes más escépticas.
Conocer la Biblia sin desarrollar fe en Jesús es un ejercicio académico sin impacto espiritual en nuestra vida. Conocer a Jesús aparte de la Palabra revelada de Dios es arriesgarnos a obtener un cuadro incierto de Dios y su voluntad. Ambas cosas tienen que ir unidas. Una religión que se limita a reunir en una estructura a personas de intereses similares, es poco más que un club social. Cristo y su Palabra deben convivir en la experiencia del creyente. Este equilibrio aparece en la exhortación de Jesús: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (S. Juan 5:39).
Otra de sus declaraciones relacionadas fue: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (S. Juan 8:32). ¿Por qué es tan importante que nuestra espiritualidad se base en el estudio de la Biblia? Porque la “fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). O sea, la fe se desarrolla en conexión con la Palabra de Dios. Una fe que no depende de la Palabra, sino de nuestras emociones o sentimientos, seguramente se verá sacudida o confundida por los embates de la vida.
Jesús es tan importante en nuestra vida que no podemos darnos el lujo de formarnos un concepto equivocado o imperfecto de él. Una percepción equivocada del Salvador puede ser tan peligrosa como vivir abiertamente en el pecado. Por esto es que la Biblia equipara el conocimiento de Jesús con la obtención de la vida eterna. El apóstol Juan escribió: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (S. Juan 17:3).
¿Conoce usted a Jesús? No se trata de conocer la figura trágica de los cuadros clásicos, el personaje histórico plasmado en poesías y monumentos. Tampoco se trata de encontrarlo en el misticismo o en un emocionalismo incitado por discursos livianos y música hipnotizadora. Hemos de encontrarlo en el único lugar seguro: su Palabra. Debemos empaparnos de su vida y su mensaje, encontrarlo en los Evangelios, el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, las Epístolas y el Apocalipsis.
Entonces nuestra vida será transformada por el mismo Espíritu que inspiró a los escritores de la Biblia. Al contemplar a Jesús, somos cambiados “de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18). Esto no es asunto de religión, sino de fe.