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La original historia navideña guarda muy poca similaridad con las estampas tradicionales. Ello se debe a que el relato ha estado expuesto a retoques de la fantasía, lo que la ha tornado en una leyenda encantadora y nostálgica.

Como se ha señalado con frecuencia, Jesús no pudo haber nacido hacia finales de diciembre, debido a que tal época es fría en Palestina, algo que ha incidido en el mismo año litúrgico del judaísmo. La fiesta de la Pascua judía a veces ha sido “movida” por la intercalación de un mes adicional (Doble Adar), dado que la cosecha de la cebada está relacionada con la fiesta, y la estación fría interfiere con el tiempo de la siega.

Quislev, noveno mes del calendario judío, cae cerca de la época navideña y está caracterizado por un clima gélido. Este es un detalle consignado en la Biblia: “Así todos los hombres de Judá y de Benjamín se reunieron en Jerusalén dentro de los tres días, a los veinte días del mes, que era el mes noveno… temblando con motivo de aquel asunto, y a causa de la lluvia… El pueblo es mucho y el tiempo lluvioso, y no podemos estar en la calle” (Esdras 10:9, 13). Una fiesta importante celebrada en la misma época se menciona en San Juan 10:22: “Celebrábase en Jerusalén la fiesta de la dedicación. Era invierno”.

Por esa razón los pastores recluían sus ovejas bajo cobertizos, y no podrían haber estado en el campo (como se infiere de San Lucas 2:8) al tiempo del nacimiento de Cristo si él hubiese nacido en diciembre. Tampoco habría sido una ocasión propicia para los astrónomos que lo visitaron.

Esto último nos lleva a otros detalles del relato. “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron de oriente a Jerusalén unos magos” (S. Mateo 2:1). No se dice que fuesen reyes o que eran tres. Además, los nombres míticos de Gaspar, Melchor y Baltasar no parecen nombres muy apropiados para personajes del anatolei (oriente), de la región de Persia.

Las estampas navideñas colocan a los “tres reyes magos” en la misma escena con los pastores la noche misma del nacimiento. Esto difícilmente pudo ser así. En primer lugar, ellos habían visto la estrella “en el oriente”, o sea estando en su tierra. Además de que una travesía por esas regiones era lenta y requería mucho planeamiento, ellos no conocían la comarca. Herodes “indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella” (S. Mateo 2:7). Ellos habían visto el astro con más de un año de anticipación, pues el rey al verse burlado, “se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén . . . conforme al tiempo que había inquirido de los magos” (vers. 16).

Que Cristo no estaba recién nacido para entonces se deduce del hecho de que José y María habían ido a Belén solo por motivos del censo. Cristo fue circuncidado a los ocho días de nacido, y presentado en el templo “cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos” [José y María] (S. Lucas 2:21, 22). De acuerdo con Levítico 12:1-4 se prescribía un período de cuarenta días antes de la presentación en el Santuario.

José y María eran residentes de la aldea de Nazaret, y a ella volvieron una vez cumplido el rito en el templo (S. Lucas 2:4, 39). Si los magos hubiesen llegado antes, los padres de Jesús no lo habrían llevado a Jerusalén sabiendo que Herodes buscaba la muerte del niño. Y sería imposible ubicar su huída a Egipto, y su eventual retorno, dentro del estrecho lapso de cuarenta días.

Los magos no habían visto la estrella durante la travesía, y sólo la volvieron a divisar después de su entrevista con Herodes (S. Mateo 2:9, 10). Dicha aparición ha sido identificada con una conjunción de Júpiter y Saturno, con un meteoro y con la explosión de una nova. Pero ninguna de esas soluciones resulta lógica.

Una conjunción, una estrella errante o una nova son fenómenos celestes muy distantes de la tierra. ¿Cómo podría una estrella natural haber guiado a los magos en una diminuta región de Medio Oriente, y mucho menos hacia una casa? Es más coherente lo dicho por una autora religiosa: “Esa estrella era una distante compañía de luminosos ángeles” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 34), los mismos que antes aparecieran a los pastores (S. Lucas 2:13, 15). Los magos entraron en una casa (S. Mateo 2:11) oikia, no en un mesón, katalumati, ni tampoco en un establo, como las estampas navideñas lo presentan.

La fecha del 25 de diciembre fue atribuida al nacimiento de Cristo, mas no por razones bíblicas sino convencionales. Desde tiempos antiquísimos esa fecha había estado asociada con los cultos solares, y en Persia el dios Mitra era identificado con el sol. El nacimiento de Mitra, el dios-sol, celebrado el 25 de diciembre, fue trasladado como fiesta por los soldados romanos a la capital del imperio. Allí fue fusionada después con la celebración del Natalis Solis Invictos, que había tomado auge desde el tiempo del emperador Aureliano (275 d.C.).

Dice Spencer Lewis: “Osiris, hijo de la santa virgen Neith, nació el 25 de diciembre, y en esa fecha celebraban los griegos el nacimiento de Hércules. También Baco y Adonis nacieron el 25 de diciembre. Tertuliano, San Jerónimo, y otros padres de la iglesia cristiana . . . nos dicen que, en opinión de las gentes, Adonis había nacido el 25 de diciembre en la misma cueva cercana a Belén donde posteriormente se efectuó el nacimiento de Jesús” (La vida mística de Jesús, pp. 98, 99).

Al convertirse miles de adoradores del sol al cristianismo, los líderes religiosos optaron por una celebración paralela con el fin de evitar que los nuevos creyentes volvieran al paganismo. El 25 de diciembre fue adoptado como cumpleaños de Cristo, “el Sol de Justicia”. Aunque la fiesta comenzó a celebrarse esporádicamente hacia el año 336, fue el obispo Liberio, en Roma, en el año 354, quien la inició de manera oficial.

Si existe discrepancia respecto a la verdadera fecha del nacimiento de Cristo, lo mismo ocurre con respecto al año. Dionisio el Exiguo, quien fue encargado por la jerarquía romana de elaborar nuevas tablas cronológicas para la celebración de la Pascua, no simplemente continuó la secuencia de las antiguas tablas alejandrinas sino que quiso basarse en una nueva era (diferente a la era de Diocleciano, que él detestaba) que comenzara con el nacimiento de Cristo.

Pero Dionisio basó sus cálculos en una declaración de Clemente de Alejandría, según la cual Cristo había nacido el año 27 de la era de Augusto. Con ello Clemente se refería al período completo del dominio de Augusto, en tanto que Dionisio partió del año en que Octavio había recibido el título de Augusto, unos tres o cuatro años después. Basado en ese cálculo doblemente equivocado, el monje colocó el nacimiento de Cristo en el 25 de diciembre del año 753 de la fundación de Roma, e inició el cómputo de la nueva era a partir del año siguiente, el 754. Cuando el error fue descubierto, no se tuvo más remedio que colocar el nacimiento en el año 4 antes de la era cristiana.

Sin embargo se sabe que cuando Cristo nació, Herodes aún reinaba en Jerusalén. Puesto que este rey murió el año 4 antes de la era cristiana, habiendo pasado sus últimos seis meses de vida en su residencia de Jericó, es ostensible que el comienzo de la era cristiana contiene un error de aproximadamente seis años. Algunos autores colocan el nacimiento de Cristo hacia el año 7 a.C. A través de los siglos la celebración navideña ha tomado el aspecto de festividad desligada de motivaciones religiosas. Ha sido convertida en una tradición más bien secular, donde predominan las antiguas prácticas de intercambio de regalos y saludos, reuniones familiares, adornos y música alusiva, representaciones dramáticas, asistencia a los templos, etc., en un ambiente de jovialidad, incluso de derroche.

El creyente en la Biblia no necesariamente debe chocar con el criterio de la inmensa cantidad de cristianos que celebran la Navidad, aunque sí puede aprovechar la época para realizar actos de bondad y generosidad, evitando el dispendio irreflexivo. Puede, además, llevar a la gente el mejor de todos los regalos: Las buenas nuevas del reino de Dios y el conocimiento de la verdad tal como lo exponen las Sagradas Escrituras.


El autor es un estudioso de las Sagradas Escrituras. Escribe desde Providence, Rhode Island.

La primera Navidad

por Calixto Acosta
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2007