Algún día nos tocará dar cuenta por nuestros “pecados” ecológicos. Dios destruirá a los que destruyen la tierra.
Aunque muchos industrialistas y políticos han querido negar el fenómeno del calentamiento global, los científicos finalmente han llegado a la firme conclusión de que la tierra se está calentando. Se sabe a ciencia cierta que la actividad humana está cambiando la composición de la atmósfera. El nivel de gases que producen el efecto “invernadero”, como el dióxido de carbono, está aumentando y esto contribuye al calentamiento de la Tierra, evidenciado por el descongelamiento de los glaciares, la disminución de las capas de nieve en el hemisferio norte y el aumento de las temperaturas subterráneas.1
La posibilidad de que el ser humano pueda impactar el equilibrio ambiental que propicia la vida se ha discutido desde el comienzo de la era industrial, pero ha tomado fuerza especial desde que dos científicos de la Universidad de California anunciaron en junio de 1974 que el uso de ciertos gases utilizados en atomizadores estaba relacionado con el adelgazamiento de la capa estratosférica de ozono.2
Desde comienzos de la década de los setenta, los niveles de contaminantes en el aire de las grandes metrópolis han causado problemas respiratorios a incontables ciudadanos. Ciudades como Los Angeles, Tokio, Ciudad de México y São Paulo tienen serios problemas de contaminación. Ya en 1971, un periódico mexicano informaba la elevada cifra de 350 toneladas de gases tóxicos por km3 sobre la ciudad industrial de Monterrey.3 Residentes de ciudades industriales han manifestado daños en los cromosomas, problemas con el sistema nervioso, tuberculosis, náusea, mareos y desórdenes en el hígado.4
¿Qué podemos hacer como individuos?
Podemos comsumir productos que por su manufactura o su funcionamiento ayuden a preservar el ambiente. Podemos ahorrar electricidad y agua. Podemos plantar árboles y vegetación que requiera menos agua. Podemos reciclar. Podemos evitar viajes innecesarios en automóvil.
La Biblia, el documento fundamental del creyente cristiano, brinda varios conceptos que nos animan a cuidar mejor de la naturaleza. Veamos algunos:
- Dios nos creó y nos sostiene (Génesis 1:27; Colosenses 1:17; Hebreos 1:3).
- Nuestro Creador nos encargó que administrásemos el resto de la creación como sus mayordomos (Génesis 1:28; 2:15).
- Lo que hacemos hoy impacta nuestro futuro. “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7).
- Amamos la naturaleza, no porque sea sagrada, sino porque ésta es un precioso regalo de Dios para nosotros, “bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
- Algún día nos tocará dar cuenta por nuestros “pecados” ecológicos. Dios destruirá a los que destruyen la tierra (Apocalipsis 11:18).
La Biblia nos enseña que somos mayordomos de la creación y que tenemos una obligación moral de actuar y conducirnos para el bien del ambiente y de otros seres humanos. También sabemos que Dios mismo renovará totalmente la Tierra en ocasión de la segunda venida de Cristo. Finalmente, el mundo nuevo y perfecto vendrá de Dios.
Miguel A. Valdivia es director de El Centinela®.