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Aun recuerdo cuando era niño aquel brillo especial de los hermosos ojos verdes de mi abuelita, cuando me pedía: “¡Cántame otra vez mi canción!” ¡Nunca se cansaba de escucharla! Y yo, a propósito, le preguntaba: “¿Cuál, abuelita?”. Imperturbable, ella me respondía: “¿Cuál va a ser?. . . ¡Gloria! ¡Gloria!” Se refería por supuesto a ese clásico himno de la fe adventista: “¡Viene otra vez Nuestro Salvador!” Y después de escucharme una y otra vez, toda emocionada, repetía: “¡Oh, si ya fuera hoy! Luego, en tono solemne, agregaba: “¡Sí, mijito, pronto el Señor Jesús vendrá, ya está a las puertas!” El tiempo ha pasado, y ella se fue al descanso sin ver el cumplimiento de la promesa. Pero eso no significa que Dios ha faltado a su Palabra. Hoy me siento más seguro y convencido que nunca de que mi Señor no se tarda en venir. ¡Yo sé que él viene, que viene presto!

Su primera venida garantiza la segunda

La gran promesa expresada en las palabras “vendré otra vez” (S. Juan 14:1-3) es la mayor garantía que tenemos de que Cristo volverá. Porque fue él mismo quien lo prometió. Porque para confirmarlo, basta saber que vino una vez a este planeta cautivo por el pecado, se hizo hombre, y al nacer en el pesebre de Belén de Judea plantó su tienda junto a la nuestra, dándonos así la certeza total de que la obra de la redención será completada. Belén proyecta una luz de esperanza que ilumina el Calvario y que fulgura hasta el final del camino, garantizando que Cristo viene otra vez.

Pero volvamos a la cuestión inicial: ¿Cuándo veremos a nuestro Señor? ¿Podríamos acaso conocer los tiempos y las sazones? ¿Nos ha revelado Dios en su Palabra alguna fecha? ¿Existe algún peligro en que tratemos de pronosticar el día y la hora del gran acontecimiento?

Un buen estudio del capítulo 12 del evangelio de Lucas nos iluminará al respecto con una luz especial. Por eso, apreciado lector, lo invito ahora mismo a hacer un paréntesis al comienzo de esta lectura. Por favor, tome su Biblia con oración, y lea todo el capítulo 12 de San Lucas, pues aunque vamos a poner nuestro énfasis en la porción que va desde el versículo 35 al 48, es necesario estudiar el texto dentro de su contexto.

En esa ocasión, Jesús estaba enseñando la Palabra de Dios a una gran multitud. El primer versículo dice que se reunieron miles de personas, “tanto que unos a otros se atropellaban” (S. Lucas 12:1). Pero Jesús comenzó a hablarles primeramente a sus discípulos, y les aconsejó que se guardaran de la levadura de los fariseos, “que es la hipocresía”. Les advirtió acerca de esa “levadura”, porque sabía que es peligrosa, muy dañina, muy fácil de encontrar, pero una vez que entra puede leudar toda la masa. También con esas palabras nos advierte hoy a nosotros, porque esa levadura puede convertirnos en “cristianos farisaicos”, huesos secos, personas que no disfrutan la vida espiritual ni el gozo de la esperanza de la Segunda Venida de Cristo. Por eso, Jesús, luego de varias otras recomendaciones de un valor extraordinario, y después de regalarles la entrañable promesa para la “manada pequeña” (vers. 32–34), magistralmente desarrolla esta aleccionadora comparación entre el carácter del siervo vigilante y la retorcida actitud del siervo infiel, todo en relación con su segundo advenimiento.

Veamos: “Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su Señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor cuando venga halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles. Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia, si los hallare así, bienaventurados son aquellos siervos”. (vers. 35–38). Este siervo bienaventurado, que mantiene una actitud positiva y espiritual mientras cuida de la casa de su Señor, o sea la Iglesia y su comunidad, que alimenta y le da su ración del pan espiritual a la gente a la que el Señor considera un especial tesoro, es identificado como el “mayordomo fiel y prudente”. Y a éste es al que Dios declara bienaventurado, para finalmente ponerlo sobre todos los bienes en el día de su visitación.

¿No le gustaría ser uno de estos siervos prudentes y fieles que se sentarán a la mesa con Jesús? ¿Ser uno de los que recibirán la bienvenida de labios del propio Señor, para luego obtener esa bendita recompensa que durará por toda la eternidad?

Por lo que a mi respecta, estar con mi Señor en aquel día constituye el propósito fundamental de mi existencia en este mundo. Y honestamente hablando, no me preocupa tanto si él viene en la segunda vigilia o en la tercera. Aun si decidiera venir en la cuarta vigilia, lo esperaré.

Y la Palabra de Dios continúa: “Más si aquel siervo dijere en su corazón: Mi Señor se tarda en venir; y comenzare a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente y le pondrá con los infieles” (vers. 45–46).

¿Cuál es el mayor problema del siervo infiel?

Está muy claro. El mayor problema de este siervo infiel, y que probablemente produce en él esa actitud siniestra y cínica que lo lleva a atacar a sus consiervos y a crear todo tipo de problemas dentro de la familia del Señor, es que él cree saber más que los demás y se ha propuesto poner fechas para la venida de Cristo. Podemos sugerir, sin lugar a equivocarnos, que este individuo representa el carácter de un manipulador, un sensacionalista, que busca deslumbrar a la gente con sus agudezas, porque busca llevar discípulos tras de sí, que ama el poder y/o las riquezas, que quiere hacerse grande. Todo esto lo lleva a desafiar, en el nombre del Señor, las enseñanzas de ese mismo Señor.

La expresión “mi Señor se tarda en venir” indica que él sabe o cree saber el momento de la venida. ¿Por qué afirma que el Señor se tarda en venir? ¿Acaso tiene el siervo infiel la autoridad para indicar fecha o tardanza? No. Para poder decir que alguien se tarda, es necesario haber recibido previamente de esa persona la información del día o la hora de su cita. Así que ni el siervo infiel, ni usted, ni yo, ni nadie, tiene la autoridad de poner fechas. Jesús fue muy claro al respecto cuando sus discípulos le preguntaron “¿cuándo serán estas cosas, y que señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? (S. Mateo 24:3). Jesús les contestó: “Mirad que nadie os engañe... Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (S. Mateo 24:4, 36; véase también S. Marcos 13:32).

Entonces les habló con detenimiento acerca de las señales que precederían al día de su Segunda Venida. Esta lista de señales que Jesús enunció en su sermón profético se ha cumplido totalmente, con una excepción: la culminación de la predicación del Evangelio a todas las naciones, para que entonces venga el fin (vers. 14).

Ya no es cuestión de tiempo

Estoy convencido de que ya no es cuestión de tiempo, sino de comunicar esta grandiosa verdad a todos los habitantes del orbe, de predicar el mensaje del segundo advenimiento sin mezcla ni contaminación, sin diluirlo con conceptos extra bíblicos.

Tengo la certeza de que muy pronto el cielo se replegará sobre sí mismo como se repliega un abanico gigantesco y veremos aparecer al Rey en su hermosura. Esa ha sido y continuará siendo la bendita esperanza de mi vida. Por eso soy adventista, porque la doctrina del la Segunda Venida de Jesús en gloria y majestad es central en mi creencia personal, y constituye la esencia del mensaje no diluido de mi Iglesia. Saber que Jesús viene otra vez llena de energía mi predicación, da vida y gozo a mi caminar con Dios, y me da fuerzas para vencer mis defectos de carácter y para alejarme del mal.

Sí, nuestro Señor vendrá en forma personal y visible, y “todo ojo le verá” (Apocalipsis 1:7).

Será un acontecimiento público y audible: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedamos, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16,17).

Cinco generaciones

Así como mi abuela, mi madre fue también una fiel creyente adventista, que me educó en el temor de Dios, avivó en mí la llama de la fe en la Segunda Venida de Jesús y me enseñó a guardar fielmente el sábado. Ahora ya no está conmigo. El tiempo ha pasado. Ella, así como mi padre, duermen en el polvo de la tierra. Pero esto no es el fin. Dios no nos ha engañado ni nos ha olvidado. ¡Ni lo hará jamás! Todos estamos esperando el cumplimiento de la promesa.

Mi esposa y yo hemos continuado la labor. Con amor y diligencia plantamos esta semilla en el corazón de nuestros queridos hijos, quienes también esperan y predican el mensaje del segundo advenimiento de Jesús. Y más aún: el hijo de mi hijo, que nació hace dos meses, José H. Cortés III, tiene su Biblia y comenzó a ser educado en esta gloriosa esperanza. Y yo también le canto: “Viene otra vez Nuestro Salvador. Ojalá fuera hoy. . .”

¡Cinco generaciones de fieles adventistas de mi familia lo estamos esperando!

¡Gloria a Dios! ¡Jesucristo viene otra vez! No importa si son cinco o más generaciones de familias las que esperan. ¡La promesa es cierta, y a su debido tiempo se cumplirá y no fallará! ¡El Señor no se tarda en venir! ¡Muy pronto veremos a Nuestro Señor!


José Cortés es dirigente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Nueva Jersey. Tiene un doctorado en Psicología, y es un fogoso predicador de la esperanza de la Segunda Venida de Cristo.

¿Cuándo veremos a Nuestro Señor?

por José H. Cortés
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2005