Hoy nos vamos a ocupar de la Biblia: Ningún libro ha sido tan odiado y tan amado, tan reverenciado y tan condenado. Tampoco ningún libro ha sido tan leído. Hay quienes, por su causa, padecieron la muerte; y otros, creyendo que la honraban, se convirtieron en asesinos. La Biblia ha inspirado los hechos más nobles y heroicos del hombre, y ha sido culpada por los hechos más condenables y degradantes de la humanidad. Guerras y revoluciones se inspiraron en ella. También genocidios. Hoy, como siempre, las más diversas y contrarias ideologías encuentran en ella la primera fuente de inspiración. Desde los teólogos de la liberación a los defensores del capitalismo más salvaje, desde los fascistas a los marxistas, desde los pacifistas a los militaristas, todos buscan en sus páginas las palabras con las cuales justificar sus acciones.
Pero la particularidad de la Biblia no proviene de la política, de la cultura o de la sociedad, sino de su origen y de su tema central: La revelación del único Dios-hombre, el Hijo de Dios, Jesucristo, el Salvador del mundo.
La Biblia revela a Dios y desnuda a la humanidad. Presenta nuestro drama y expresa su solución. Conocer a Dios es conocerse a uno mismo. El camino del autoconocimiento comienza y termina en el Creador. De ahí la importancia de la Biblia, porque revela al Dios del universo y le muestra al hombre su verdadero destino.
Jesucristo es el tema central de la Escritura: Cada página revela alguna fase de la obra y del carácter del Salvador, ya sea mediante símbolo o realidad. Su muerte en la cruz es la revelación máxima del carácter de Dios. Tanto el Antiguo Testamento, que apunta al Mesías, como el Nuevo Testamento, que confirma su nacimiento, su muerte y su resurrección, dan cuenta de una unidad asombrosa. Esa unidad es posible gracias a Jesucristo. Él es el eje de transmisión de toda la historia de la humanidad.
Una lectura superficial de la Escritura producirá una comprensión superficial. Así leída, la Biblia solo podría llegar a ser un libro interesante para un espíritu ciertamente curioso. Sus géneros literarios, sus personajes históricos, sus relatos y sus enseñanzas éticas pueden ser atractivos al intelecto. Sin embargo, quienes la abren para obtener la iluminación del Espíritu de Dios, los que están dispuestos a buscar con paciencia y oración las verdades ocultas, descubren que la Biblia expone una unidad fundamental establecida por el tema central de la salvación, y tiene un poder que no se encuentra en ninguna otra fuente.
Por eso, la Biblia es atractiva. No es una obra monótona, aburrida. Tiene sentido. Apela al intelecto, pero fundamentalmente llama al corazón. Por eso, además, es bella. La Palabra de Dios es la reunión de una rica y colorida variedad de testimonios armoniosos de rara y distinguida belleza, de una belleza profunda y original, como el amor.
A causa de esta unidad profunda de la Escritura, expresada en la solución de Dios a la tragedia del hombre, las Sagradas Escrituras han podido satisfacer plenamente las necesidades humanas en todas las épocas. La Palabra está en el tiempo del hombre; sin embargo, no se agota con el tiempo, porque el Eterno es el que habla. En esto radica el carácter infinito de la Biblia: siempre está solicitando interpretación. Dios siempre está a la búsqueda de la persona. Un texto puede ser leído mil veces, y mil veces se sentirá distinto. Nuevo. Como nueva es cada día nuestra vida.
Por eso, lo invito hoy a ingresar a una dimensión nueva de la vida; a ver la existencia desde la altura de los pensamientos divinos. Tome la Biblia que tiene a mano, y comience a leerla hoy mismo. Le recomiendo que empiece por los Evangelios, que anuncian el tema central de toda la Escritura: Jesucristo.
El autor es director asociado de El Centinela.