ESCANDALOS. Vivimos en una época plagada de escándalos. Artistas, maestros y hasta miembros del clero han sido protagonistas de uno tras otro escándalo. Escritores e investigadores revisionistas han revelado serios defectos en la conducta privada de venerados héroes del pasado y de las últimas décadas. Las historias que antes no merecían mención sino en las páginas sociales, han adquirido detalles más sórdidos y se han elevado al escenario internacional.
Sabemos que ni las fotografías ni los reportajes captan toda la esencia de una persona. Hay mucho más en la vida del protagonista de cada escándalo o heroicidad. El fabuloso deportista también tiene una vida familiar y discusiones con su esposa. El destacado político tiene inseguridades y sus problemas de salud. El criminal más empedernido puede tener momentos de ternura. A ellos y a nosotros nos gustaría pensar que la imagen que reflejamos revela nuestros mejores deseos, o por lo menos una realidad más completa.
Erik Erikson, famoso psicólogo que estudió el desarrollo del ser humano desde la niñez hasta sus años de ancianidad, propuso que las últimas etapas de la vida humana muestran generalmente un interés por el legado que se pasa a la posteridad.* Según él, cuando una persona pasa de los cincuenta años de edad, comienza a preocuparse por el significado de su vida y por el impacto que ésta tendrá en sus hijos y en la sociedad. Este afán humano por dejar algo de sí a las generaciones venideras se manifiesta en formas tan diversas como biografías, testamentos, donaciones, monumentos, catedrales y obras de arte.
Personas en esta etapa de la vida descubren o despiertan talentos descuidados durante décadas para compartir con los demás sus vivencias. Durante toda la vida estamos transmitiendo a los demás nuestras actitudes, valores y creencias, pero al acercarnos a los años dorados de la ancianidad, esta actividad se torna consciente. Ya no pensamos tanto en nuestra propia agenda, sino que advertimos que somos un eslabón más en la cadena de la vida. Llega el momento cuando hemos de pasar algo de nosotros a la próxima generación.
¿Qué estamos dejando a la posteridad? Una herencia es mucho más que los bienes materiales. Un cartel que se ha popularizado en las oficinas estadounidenses dice más o menos así: “Cuando usted muera, nadie recordará cuánto dinero tenía, ni la casa en que vivía, ni el auto que conducía, sino la influencia que pudo tener sobre un niño”. Mucho antes, el sabio Salomón declaró: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro” (Proverbios 22:1).
En este número de la revista tocamos el tema de la muerte y lo que la Biblia nos enseña sobre lo que sucede cuando morimos. Nuestro legado está íntimamente conectado con nuestro destino. Quiénes somos ahora determina lo que seremos y lo que será de nosotros.
¿Qué dejaremos a nuestros herederos? Le propongo que desde hoy mismo busquemos la ayuda divina para cultivar un buen carácter. Quizá esto signifique arreglar cuentas con Dios y con nuestro prójimo (Isaías 1:17-18). Quizá requiera que confesemos todos nuestros pecados y pidamos perdón (1 Juan 1:9, 2:1; Proverbios 28:13). Es posible que tengamos que dejar atrás las cargas de un carácter deforme, de una imagen externa muy alejada de los sentimientos internos. Pero Jesucristo puede y quiere darnos una vida nueva (2 Corintios 5:17). Y sólo podemos compartir con los demás aquello que está en nuestra posesión. Al igual que el apóstol Pedro de antaño, compartamos la fe en Jesucristo como un legado precioso de sanidad, fe y esperanza (Hechos 3:6).
El autor es director de EL CENTINELA.