El anuncio del periódico decía: “Se vende anillo matrimonial de diamante. Vale $300 dólares. Lo vendo por $175. Vestido de novia, talla 12, $75. Cama matrimonial, $60”. Una entrevista con la persona que puso el anuncio reveló que la boda había sido esplendorosa. Los primeros cuatro años fueron maravillosos. Pero en el quinto año las cosas comenzaron a deteriorarse. Él estudiaba de día y trabajaba de noche. Ella estaba ocupada en su propio trabajo, y ya no tenían mucho tiempo para pasar juntos. Pronto se comenzó a abrir una brecha entre los dos. Los intentos de parte de ella de hablar sobre lo que estaba sucediendo eran recibidos con oposición. Él no creía que nada anduviera mal. Después de un año de mantener esta situación, se dieron por vencidos y se divorciaron.
Eso fue hace cuatro años. Al principio ella estaba deshecha, pero con el tiempo se estaban curando las heridas y ahora se sentía bien; en efecto, se sentía optimista en cuanto al futuro. ¡Había sobrevivido! Pero si le iba tan bien, ¿por qué había esperado tanto tiempo para vender el anillo, el vestido de novia y la cama? Siguió un largo momento de silencio y luego explicó que su ex esposo acababa de casarse. De repente se dio cuenta de que nunca podría ponerse ese anillo ni podría mirar el vestido sin llorar. Y allí terminó su historia.
Media hora después me llamó otra vez con un pensamiento más para compartir. Con voz lejana comentó: “Yo creo que la gente renuncia al matrimonio con demasiada facilidad. Yo sé que renuncié muy fácilmente a una promesa que era importante para mí. Aunque me siento optimista, pienso constantemente en mi matrimonio, y me da pesar no haber hecho un esfuerzo mayor para salvarlo. Supongo que no me detuve a pensar en lo que estaba perdiendo”.
El divorcio es doloroso y destructivo y “el remedio” es peor que la “enfermedad”. Hoy muchos hogares están siendo convulsionados desde adentro como resultado del desgaste producido por el diario vivir. Se necesita un mensaje que pueda traer sanidad a familias que ya están deshechas y en crisis. Veo que hay una gran necesidad de atención para las dos situaciones: preventiva (para resolver problemas antes de que ocurran) y curativa (para ayudar a resolver problemas ya presentes en la familia).
¿Es el divorcio el remedio para un matrimonio enfermo?
Si alguna vez ha cruzado por su menta la idea del divorcio, usted necesita preguntarse seriamente si ése es realmente el remedio para su matrimonio enfermo. Y para esto no debe basarse en las opiniones de unos pocos amigos, en el consejo de algún conocido divorciado, o en las fantasías de lo que su vida podría ser si solamente estuviera libre de la servidumbre que lo tiene encadenado a su infelicidad. La verdad es que el divorcio no es la solución perfecta, ni siquiera para una larga lista de problemas domésticos. Generalmente un dolor agudo acompaña el resquebrajamiento de una relación íntima como lo es el matrimonio, y este se intensifica y complica aun más cuando hay niños involucrados.
¿No es extraño que hemos hecho tantos avances tecnológicos en nuestra sociedad pero todavía no hemos logrado enseñar a las familias a vivir en armonía bajo el mismo techo? Afortunadamente, una vez que las parejas aprenden lo básico en cuanto a las relaciones interpersonales, según se aplican al matrimonio, ¡las relaciones problemáticas se pueden transformar en felices! El divorcio no es necesario en la mayoría de los casos si se comienza un programa de estudio, aplicación y cambio por parte de uno de los cónyuges, o mejor aún, por parte de los dos.
¡Rara vez el divorcio es el remedio para un matrimonio enfermo! El remedio se encuentra en prepararnos antes del matrimonio y durante él, en recibir una orientación creativa y en apoyarnos más en el poder divino para encontrar las soluciones.
Lo que puede hacer para evitar el divorcio
Si usted está contemplando el divorcio, por el bien de su cónyuge, de sus hijos, y de usted considere primero el siguiente plan para su vida familiar:
1. Estudie seriamente las referencias bíblicas que hablan contra el divorcio. Lea San Mateo 5:31, 32; 19:3-9; San Marcos 10:2-12; San Lucas 16:18; Romanos 7:3; Malaquías 2:13-16 y 1 Corintios 7:10-17.
2. Infórmese acerca de cómo mantener un matrimonio de éxito. Lea libros especializados, asista a seminarios y agote todo el material que le pueda dar soluciones prácticas a problemas comunes. Pareciera que la mayoría de los esfuerzos por “salvar” un matrimonio se hacen muy tarde. Los expertos recomiendan que las parejas debieran asistir a algún seminario o ver a un consejero experimentado como un asunto de rutina cada año, en vez de esperar hasta que ya no soportan los problemas.
3. Busque ayuda profesional. Si usted está experimentando dificultades, busque de inmediato la ayuda de un consejero competente. Acuda en busca de ayuda cuando advierta las primeras señales de peligro, en vez de esperar hasta que un gran abismo los esté separando. La pareja promedio espera siete años antes de buscar ayuda para hacer frente a un problema. Para ese entonces el problema es tan complejo, los hábitos tan profundamente establecidos y las heridas tan grandes, que es muchísimo mas difícil resolverlo.
4. Acepte la responsabilidad de cambiar su propio comportamiento. Si usted se pone a un lado y dice: “Yo cambiaré cuando tú lo hagas”, nunca va a llegar a ninguna parte. Comprométase a cambiar sin esperar que su cónyuge lo haga. Independientemente de las circunstancias, su cónyuge no es responsable del 100 por ciento de los problemas de su matrimonio. Se necesitan dos personas para crear la mayoría de los problemas.
5. Ore pidiendo paciencia, instrucción, sabiduría y valor mientras procura salvar su relación. Asegúrese de poner cada aspecto de su pensamiento en las manos de Dios, no sea que se engañe pensando que está siguiendo la voluntad de Dios cuando en realidad está haciendo exactamente lo contrario.
6. Entierre todos los pensamientos de divorcio. El hecho de que usted piense en el divorcio como una posible solución lo hace más factible. Destierre de su mente el divorcio. Resista proferir cualquier amenaza verbal airada de divorciarse. Tal vez lo diga sin la intención de llevarlo a cabo, pero luego el orgullo podría impedirle retractarse de lo dicho con el calor del enojo.
Independientemente de la naturaleza de los problemas que enfrente, actúe con cautela. Mire antes de brincar. Piense antes de actuar. El divorcio, con todo su espectro de sombra y fealdad para el que lo contempla, es todavía más siniestro y lleno de traumas después que se ha pasado por él. Y, en el caso de que usted esté en una situación en la que no puede evitar el divorcio, si ha sido víctima del divorcio sin haberlo buscado, si se divorció antes de conocer a Cristo ?en otras palabras, si es víctima de las circunstancias? ¡no deje que esas circunstancias lo venzan o lo desanimen permanentemente! Use su experiencia pasada como medio de crecimiento personal. Tal perspectiva les dará un poderoso ejemplo a sus hijos y a otros en cuanto a cómo actúa la fe.
Por medio de Cristo, usted puede obtener una esperanza para el futuro que va más allá de sueños rotos, promesas quebrantadas y heridas que duelen. Dios puede darle una visión de su potencial si usted se arriesga y se anima a enfrentar los problemas, si comienza de nuevo. Una remodelación de su carácter o de su familia puede requerir grandes sacrificios, pero busque la ayuda del Divino Arquitecto y podrá tener un producto bien acabado. ¡De hoy en adelante usted, junto con Cristo, puede lograr la estabilidad familiar capaz de afrontar exitosamente las tormentas de la vida!
La autora es consejera familiar y aparece frecuentemente en programas radiales y televisivos. Este artículo fue extraído de su libro Construyendo una familia feliz.