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Según los científicos, todos participamos de un proceso de vida más o menos común. Casi todas las teorías científicas nos sugieren que según pasan los años, la persona cada vez es más capaz de entenderse a sí misma y su relación con los demás y el universo que la rodea. También es más capaz de demostrar compasión, paciencia y aceptación de sí misma y de los demás. Esto puede consolar a aquellos que nos estamos poniendo viejos, pero lo que hay detrás de todas estas teorías es que el cambio es inevitable, ya sea por motivo de adaptación, por disminución de habilidades físicas, o por el crecimiento.

Pero aparte del cambio que ocurre según nos adentramos en la vida, ¿será posible cambiar los rasgos de carácter que nos atormentan hoy? ¿Podemos cambiar nuestra vida de una manera integral y realista? ¿Será posible cambiar de rumbo?

La clave de cualquier cambio consciente se encuentra en nuestras decisiones. Muchas áreas de nuestra vida responden a condiciones ajenas y muchas veces fuera de nuestro control, pero las decisiones que tomamos día tras día van encauzando nuestra vida de una manera particular.

El aspecto más crucial del poder de las decisiones es que en gran medida podemos decidir lo que somos. Aparte de lo que no podemos cambiar, podemos decidir qué tipo de persona seremos, cómo nos relacionaremos con los demás, si heriremos o consolaremos, si actuaremos egoístamente o con altruismo. No podemos decidir el lugar donde nacemos, pero sí las huellas que dejamos. No podemos escoger nuestra voz, pero sí lo que decimos. No podemos escoger de dónde partimos, pero sí hacia dónde vamos.

¿Se puede cambiar? Sí. Las Escrituras nos dicen que podemos escoger un nuevo rumbo para nuestra existencia. Es más, las Escrituras nos explican que cada ser humano necesita experimentar una transformación. Esta transformación se llama “nuevo nacimiento”. En sus palabras a un hombre llamado Nicodemo, Jesús declaró: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios... Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (S. Juan 3:3, 6-8).

Dios promete actuar en nuestra vida por medio de su Espíritu y renovar nuestro corazón desde adentro. Estos términos religiosos nos dicen que la primera obra de una verdadera transformación debe comenzar con una decisión consciente de permitir que Dios actúe en nosotros. Esta decisión no tiene que ver con una u otra iglesia. Tampoco se relaciona con costumbres o hábitos de vida. Lo único que requiere es el reconocimiento de que Dios existe y desea nuestro bien, y permitamos que él tome control de nuestra vida.

En San Mateo 11:28-30 leemos la invitación de Jesús a que tomemos esta decisión inicial: “Venid a mí... y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”.

El cambio que se inicia cuando abrimos nuestra vida a la influencia divina actúa en todas las áreas de la vida: La salud física y mental, las relaciones humanas, las actitudes y la personalidad. Al entrar en contacto con la mente de Dios por el estudio de la Biblia y la oración, lo que pensamos y sentimos nos va convirtiendo en una nueva persona. Por eso San Pablo exhortó: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2). Dedicamos este número de EL CENTINELA a la proposición de que un cambio de vida es posible para todos, comenzando hoy mismo.

Su vida puede cambiar

por Miguel A. Valdivia
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2009