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Un antiguo problema nos lleva a buscar solución en las promesas de Dios

Podría tratarse de la noticia de primera plana del programa de esta noche. Una bomba explota en una calle muy transitada. Un terrorista suicida se inmola en un restaurante del Medio Oriente. Un paquete explota en un mercado repleto de gente. Fuego de ametralladoras siegan una multitud. Aunque quizá vivamos lejos del lugar de los hechos, cada vez que escuchamos algo de esto se nos aprieta el pecho, como cuando una llave aprieta una tuerca. Los atacantes son inescrutables, desconocidos, sus atentados son inesperados. El salmista quizá se refería a ellos cuando habló de “terror nocturno” (Salmos 91:5), porque la estrategia de estas personas es que no podamos anticipar su violencia, y ni siquiera sepamos de dónde procede. Por esto nos sigue atemorizando mucho después que sucede, incluso cuando un nuevo ataque sea improbable.

Por eso precisamente se llama terrorismo.

Un antiguo problema

El terrorismo no es nuevo. En los tiempos bíblicos, los guerreros tribales incursionaban en los campamentos de ganaderos pacíficos, mataban a los hombres y se llevaban cautivos a las mujeres y a los niños. Los primeros grupos organizados de terroristas aparecen en el tiempo de Jesús, cuando una secta de judíos devotos, llamados zelotes, se rebeló contra la ocupación romana de Palestina. Rechazaron la confrontación abierta en favor de tácticas subrepticias: el asesinato de oficiales romanos en calles oscuras, o en el trajín de una multitud. Como los terroristas de hoy, éstos ejercieron una impresión desproporcionada sobre el Imperio Romano.

Es interesante que Jesús haya tenido un zelote entre sus discípulos (S. Lucas 6:15). Aunque sabemos poco de Simón el Zelote (que no debemos confundir con Simón Pedro), algunas de las enseñanzas de Jesús parecen haber estado dirigidas a Simón el Zelote. Un terrorista habría aprobado el refrán “ojo por ojo y diente por diente” (S. Mateo 5:38). Jesús contestó: “A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (vers. 39). La ley romana permitía que un soldado reclutara a un transeúnte para que le llevara la armadura y la mochila por una milla. ¡Imagínese el enojo que le provocaría tal cosa a un zelote! Jesús pudo haberse dirigido a Simón cuando dijo: “A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos” (S. Mateo 5:41).

Gracias a la ayuda de Jesús, Simón dominó su ira, pero no fue así con todos los zelotes. En 73 d.C., un remanente de 900 zelotes se pertrecharon en Masada, una fortaleza casi inaccesible en la cima de una montaña cercana al Mar Muerto. Los romanos estaban tan enojados con estos terroristas que sus soldados se dedicaron varios meses a construir un enorme terraplén hasta la fortaleza. Pero cuando finalmente llegaron a la cima de Masada, encontraron que los 900 zelotes, hombres, mujeres y niños, se habían suicidado en masa, lo que los convirtió, en cierto sentido, en los primeros terroristas suicidas.

Un temor persistente

Aunque no se ha repetido un ataque de la magnitud del 11 de septiembre de 2001, nuestro temor no se ha desvanecido. En verdad, el riesgo de morir en un atentado es estadísticamente pequeño; mucho más pequeño que el peligro de morir en un accidente automovilístico o de un infarto. Pero no se requiere un peligro real para que sintamos miedo; el simple hecho de imaginar que corremos peligro es suficiente para robarnos la paz.

Algunos intentan aliviar el miedo tomando cartas en el asunto. Una de las reacciones más problemáticas a los ataques de 2001 en los Estados Unidos fue un notable aumento en la compra de armas de fuego, aunque el episodio del 11 de septiembre no podría haber sido evitado por ciudadanos que tuviesen armas en sus domicilios. Pero las personas no compraron armas porque creyeran que un terrorista iba a tocar a sus puertas mientras cenaban. Las compraron para sentirse más seguros. Tener un medio de defensa (aunque quizá nunca lo usen) les da a las personas un falso sentido de seguridad. Algunos expertos opinan que la compra de armas crea un clima menos seguro: el aumento de accidentes relacionados con las armas de fuego sugiere que cuando el público se arma contra el terrorismo, no se atrapan más terroristas, sino que más personas comunes resultan heridas de bala.

Cómo atacar al miedo

La Biblia sugiere tres maneras para dominar el temor:

En primer lugar, confíe en que Dios lo cuidará. En las Escrituras, los fieles testifican repetidamente de la protección divina. El rey David, quien a menudo corría peligro de parte de sus enemigos, declaró: “Jehová es mi roca y mi fortaleza, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio; Salvador mío; de violencia me libraste” (2 Samuel 22:2, 3).

Me pregunto cuántas veces Dios me ha salvado de atentados contra mi vida, mi salud y mi felicidad, de los cuáles ni siquiera me he percatado. No exagero al decir que si usted está leyendo estas palabras ahora mismo, puede estar seguro de que Dios lo ha protegido y lo ha mantenido bajo su cuidado. ¿Por qué no hemos de confortarnos en la protección que Dios nos ha otorgado siempre, en vez de preocuparnos por la minúscula posibilidad de convertirnos en víctimas del terrorismo? ¡Dios no quiere que vivamos bajo el signo del miedo! Pablo insiste: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

En segundo lugar, Jesús nos anima a buscar la paz interior, no importa lo que suceda a nuestro alrededor. Esta paz no la conseguimos y mantenemos por decisión nuestra, o con nuestras fuerzas o reflejos (como en el caso de usar un arma), sino que proviene de saber que Dios está con nosotros. Jesús mismo vivió con el conocimiento de que iba a morir una muerte violenta, sin embargo confió su vida al cuidado de su Padre. Por eso dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (S. Juan 14:27). Jesús no se preocupaba por el terrorismo (ni tampoco por el cáncer o la bolsa de valores) como nosotros. Él sabía que por la misericordia de su Padre, todas las cosas serían para bien (ver Romanos 8:28).

Es sorprendente que el mejor antídoto contra el terror no es la defensa personal, sino un corazón amable, amplio y simpático. El apóstol Juan, quien sufrió mucho de parte de hombres crueles, escribió: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo” (1 Juan 4:18). ¡Cuán aliviados nos sentiríamos si intentáramos, como dijo Jesús, amar a nuestros enemigos! No hay fin natural para un ciclo de venganza, pero ¿qué sucedería si enfrentáramos a nuestro enemigo con amor y comprensión? ¿Continuarían sus ataques?

Finalmente, fije sus pensamientos en la vida venidera. Jesús nunca eliminó la posibilidad de que enfrentemos peligro genuino en esta vida. Él advirtió: “En el mundo tendréis aflicción” (S. Juan 16:33). Su corta vida demostró que en esta tierra ni siquiera las personas mejores están seguras. Pero la salvación eterna es más importante que la seguridad presente: “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar” (S. Mateo 10:28).

En este mismo momento, Jesús está preparando un lugar seguro para nosotros (ver S. Juan 14:1, 2), y nos dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (S. Lucas 12:32). Los reinos terrenales siempre tendrán conflictos, pero en el reino que Dios está preparando para nosotros no habrá turbación jamás. La razón más poderosa para desechar nuestros temores es un mundo futuro sin terrorismo, ni ningún otro motivo de pánico.


Loren Seibold escribe desde Worthington, Ohio.

El fantasma del terrorismo

por Loren Seibold
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2006