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Ese hombre era ciego. Por más que intentase imaginar la forma y los colores del mundo, en su mente sólo aparecían sombras difusas y vagas. Era ciego. Había nacido ciego. Su vida era lúgubre y triste porque las tinieblas poseían su alma. Hacía lo que podía para sobrevivir. Sentado en alguna esquina de una calle extendía la mano a expensas de la compasión ajena.

Pero aquel día todo sería diferente, porque Jesús apareció en su vida. Y Jesús siempre hace la diferencia. Entre la luz y las tinieblas, entre la desesperación y la esperanza, entre la tristeza y la alegría, entre el vacío y la plenitud, entre la vida y la muerte, Jesús siempre es la diferencia. Es una pena que al ser humano le cueste tanto descubrir esta verdad.

El encuentro con Jesús tuvo un efecto extraordinario en la vida del ciego. De repente sus ojos se abrieron y pudo ver los colores, el brillo del sol, la belleza de la naturaleza y la sonrisa de los niños. Ese día fue el más extraordinario y feliz en la vida de aquel hombre. Tuvo ganas de cantar, de alabar a Dios y de celebrar. Sintió el deseo de agradecer y adorar, porque su vida de oscuridad, tristeza y miseria había llegado a su fin, y comenzaba a sentir súbitamente la dimensión de una vida de luz y de alegría. Nunca olvidaría aquel día. “Aquel día era sábado”, afirma el relato bíblico. Para ese hombre, el sábado siempre sería un día para celebrar y agradecer a Dios, porque en ese día había llegado la salvación a su vida.

Aquel milagro divino que había traído tanta alegría al desventurado ciego, sin embargo, fue motivo de incomprensión, acusación y crítica de parte de los judíos contra Jesús. Algunos de los fariseos dijeron: “Este hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo” (S. Juan 9:16).

¿Era Jesucristo un trasgresor del sábado? ¿Anuló nuestro Señor el principio divino del sábado, establecido desde la fundación del mundo? Durante su ministerio, fue acusado muchas veces de no darle importancia al día de reposo. Sin embargo, él mismo afirmó con convicción: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (S. Mateo 5:17). Si había venido a cumplir, ¿por qué lo acusaban entonces de ser un trasgresor? Por el simple motivo de darle vida a un principio que se había transformado apenas en letra fría y ceremonia exterior.

No es casual que los evangelios registren siete milagros realizados por Jesús en el sábado (S. Juan 5:1-15; S. Marcos 1:21-28; 1:29-31; 3: 1-6; S. Juan 9: 1-41: S. Lucas 13:10-17; S. Lucas 14:1-4). Todos son milagros de sanidad. El Salvador no observó el sábado con una actitud de ocio, sino que vivificó a aquellos que estaban camino a la muerte. Pero el celo de los fariseos se encendía, porque en la opinión de ellos en sábado no había que hacer nada, y la actitud de Jesús los contradecía y removía el fundamento de sus tradiciones. En ocasión de la curación del paralítico del estanque de Betesda, el texto bíblico afirma: “Y por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas curaciones en el día de reposo” (S. Juan 5:16).

Es interesante notar que el tema del sábado ocupó la mayoría de las discusiones entre Jesús y los judíos, pero lo más interesante es que el punto de discusión nunca giró en torno a la autenticidad del sábado como día de reposo. El relato de los evangelios y el estudio del Nuevo Testamento no dejan la menor sombra de duda de que el sábado es el único día de reposo que aceptaron Jesús, los apóstoles y la iglesia primitiva. La historia de la iglesia durante los primeros siglos de la era cristiana nos muestra el modo sutil en que el domingo pasó a ser considerado por la mayoría de los cristianos como día de guardar. Pero en la Biblia no existe el menor fundamento para eso, y mucho menos en el ministerio de Jesús.

Al contrario, San Lucas resalta el respeto y la obediencia de Jesús a la observancia del sábado durante su ministerio: “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer” (S. Lucas 4:16).

Impresiona la expresión “conforme a su costumbre”. Los milagros de sanidad que Jesús realizó en sábado no fueron algo accidental. Jesús tenía un propósito en mente, algo más que simplemente curar. Su actitud con relación al sábado nos muestra que vino a confirmar la santidad del día de reposo y a sacarlo de debajo de las tradiciones humanas, que lo habían convertido en un día lleno de prohibiciones y reglamentos sin sentido, en lugar de que fuera el día de “delicia, santo, glorioso de Jehová” (Isaías 58:13). Al obrar sus milagros de redención en sábado, Jesús estaba afirmando: “Éste es un día de buena nueva, éste es un día de salvación”.

Hay otro detalle interesante que necesita ser entendido con relación al sábado desde la perspectiva de Jesucristo. El relato de la creación afirma que Dios creó el mundo en seis días y que en el séptimo descansó (Éxodo 20:8-11). Antes de reposar, “vio Dios lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). La obra de la creación estaba terminada. Todo era perfecto. Entonces vino el enemigo y desfiguró la maravillosa obra de Dios. ¿Estaría el mundo condenado a existir eternamente en esa situación desfigurada del plan original de Dios? Por supuesto que no. Jesucristo fue la respuesta de Dios al enemigo de las almas. Jesús vino a este mundo para restaurar la creación deteriorada por el pecado. Sus milagros de curación son la mejor prueba de esto. Finalmente, su ministerio en este mundo terminó un viernes a la puesta del sol. Desde la cruz del Calvario, Jesús contempló ya no su obra de creación, sino su obra de redención, y antes de morir exclamó: “Consumado es” (S. Juan 19:30).

La obra de la salvación estaba terminada, espiritualmente todo era nuevamente “bueno en gran manera”, y en el sábado, conforme al mandamiento, Jesús reposó en la tumba de José de Arimatea. A partir de este momento, el sábado además de ser un monumento y un recordativo de la creación, llegó a serlo también de la salvación. Hasta en su muerte, Jesús nos dio el ejemplo de separar el sábado como un día especial y diferente.

Hoy, el Señor Jesús está con los brazos abiertos, mirándolo con amor. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (S. Mateo 11:28, 29).

Descanso. ¿No es eso lo que usted tanto desea? Este mundo está lleno de dolor y tristeza. La vida sin Cristo es un horrible fardo que cargar. Usted corre de un lado para otro y no logra lo que desea. Lucha, trabaja y se esfuerza, pero nada parece dar resultado. Busca desesperadamente un poco de paz y sólo encuentra conflictos. Se acuesta de noche para dormir y el ruido ensordecedor del pasado no lo deja descansar; tiene miedo y a veces ni siquiera sabe definir de dónde procede o porqué.

Descanso. ¿No es eso lo que usted tanto busca? Bueno, Jesús esta ahí, esperándolo con los brazos abiertos. Vaya a él para que su corazón afligido encuentre reposo, pero vaya dispuesto a aprender de él. Jesús mismo dijo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (S. Juan 13:15).

¿Qué es lo que hizo Jesús con relación al sábado? ¿Cómo lo guardo? Él ya nos dio el ejemplo, le devolvió la vida y la santidad que los hombres le habían quitado. “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios... procuremos pues entrar en aquel reposo” (Hebreos 4:9-11).

¿Quiere usted entrar a ese reposo? ¿Quiere disfrutar las bendiciones que Dios prometió a los que guardan el sábado? Vaya a Jesús, entréguele sus tristezas y sus cargas, déle su ser entero, pero no demore, porque la Escritura afirma: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Salmo 95:7, 8).

Cómo guardó Jesús el sábado

por Alejandro Bullón
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2005