En algún momento de nuestra vida todos hemos pasado por algún tipo de crisis. Algunas crisis hacen que los días se conviertan en noche y las noches en desvelos. Con la poca fuerza que nos queda, miramos el horizonte oscuro y nos preguntamos si nuestra vida le importa a alguien. Y, si Dios existe, ¿por qué no nos ayuda? Quizá la historia de Edgar y Maricela, una pareja que pasó por una crisis aparentemente sin solución, podría responder estas preguntas.
Edgar y Maricela andaban por este mundo sin conocerse; eran como dos personas que caminaban por la misma calle, en la misma dirección, pero por veredas separadas. Maricela acababa de pasar por un divorcio, y como consecuencia perdió la casa en la que había vivido con sus tres hijos; además, luchaba por salvar la vida de su hijo de 18 años, quien sufría de un cáncer terminal. Maricela pasaba mucho tiempo en el hospital; prácticamente vivió ahí durante meses, con la esperanza de que su hijo sanara, pero no fue así. Él pasó al descanso después de tanto luchar.
Mientras tanto, por la otra vereda caminaba Edgar, con los pies cansados y su alma desesperanzada, pues acababa de enfrentar un doloroso divorcio y luchaba por criar a sus hijos con amor. La depresión y la ansiedad eran tan intensas, que hasta el sol hería sus emociones, así que decidió cubrir completamente las ventanas de su casa con frazadas y toallas. También cargaba los recuerdos de su madre, que había fallecido en un accidente de tránsito cuando él tenía escasos 8 años de edad. Su desgano por la vida, su cansancio de luchar y trabajar, afectaron tanto su economía que perdió su casa.
La vida de Edgar y Maricela había llegado a una zona de desastre, humanamente, sin posibilidades. Aunque estaba aferrada a Dios, el rostro de Maricela transmitía tristeza. Durante un buen tiempo, cada uno se dedicó a criar a sus hijos con el amor que pudieron, hasta que un día sus amigos les recomendaron una página de Internet para encontrar amistades serias. Ambos se registraron, pero no pasó nada durante muchos meses.
En su soledad, en una noche, Edgar entró al sitio de Internet y observó la foto de Maricela, y le envió un saludo virtual. Maricela, un poco temerosa, después de dos semanas decidió responderle a Edgar. Intercambiaron números telefónicos e iniciaron largas conversaciones. Ya que vivían en la misma ciudad, decidieron conocerse.
En el primer encuentro, ambos se gustaron y programaron citas adicionales. En una de sus citas, Maricela le dijo a Edgar que ella amaba a Dios. Esta noticia le agradó a Edgar, pues cuando era niño cantaba alabanzas a Dios con su madre. Maricela continuó orando sola, hasta que un día su amiga, Ysis España, le comentó que había un grupo de hermanos que oraban tres veces al día (Línea de oración 6-12-6). Maricela ingresó a la línea, y empezó a orar con el grupo de hermanos.
Pasaron los meses, y Edgar también se unió a la línea de oración. Convencidos del amor de Dios, decidieron entregar sus vidas a Jesús a través del bautismo, y también se unieron en el vínculo sagrado del matrimonio.
Edgar y Maricela no han olvidado su pasado, pero sí lo han superado. Ellos sirven a Dios con amor y alegría. Su presente es alentador, sus hijos se quieren entre sí y aman a sus padres. Para Dios no hay caso perdido; él te ama y te quiere ayudar. ábrele tu corazón y verás sus maravillas. Sentirás el poder de una fe inquebrantable.
Edwin Regalado, que escribió el testimonio de Edgar y Maricela, es pastor de la Iglesia Adventista Hispana de Alvarado, Texas.