Durante tres meses, el pastor Jorge Grieve batalló contra el cáncer. No entendíamos por qué Dios permitía que uno de sus hijos fieles, que había dedicado su vida a su servicio, sufriera tanto. Pero su muerte resultó ser más difícil de lo que pensábamos. Tenemos la esperanza del día de la resurrección en la pronta venida de Jesús, sin embargo, la separación fue dolorosa. Luego, nuestros hijos crecieron, se graduaron, se casaron y dejaron nuestro hogar. Y aunque sabíamos que ese momento llegaría, la separación fue dolorosa.
Todos enfrentamos la tristeza de la separación. El COVID-19 ha traído un cruel sentido de separación a millones de personas. Ha alterado la vida de las familias y ha traído un nuevo conjunto de prioridades para todos los órdenes de la vida pública y privada. Nos ha obligado a experimentar cuán dolorosa es la separación.
Las circunstancias relacionadas con el COVID-19 solo han contribuido a resaltar el hecho de que aun antes de la aparición del virus muchos ya estaban experimentando la separación. Esposos y esposas no dormían juntos, adolescentes y jóvenes rebeldes se alejaban de sus padres. La pandemia puso de relieve que la separación que la humanidad está experimentando es más profunda que el distanciamiento social. Necesitamos volver a Dios.
La Biblia nos enseña que las personas están distanciadas unas de otras porque, a causa del pecado, están distanciadas de Dios. En la creación, Dios ordenó perfectamente todas las cosas. Tomó la arcilla y su aliento, y el hombre cobró vida (Génesis 2:7). Juntó al hombre y la mujer (vers. 22), los hizo una sola carne y los puso en el jardín del Edén (vers. 15).
Pero el pecado arruinó el designio de Dios y trajo separación. Cuando Adán y Eva pecaron, la separación se convirtió en una dolorosa realidad para ellos y sus descendientes. El pecado llevó a la muerte: la separación entre el cuerpo y el soplo de vida del hombre. El pecado trajo también la separación entre hombre y mujer. En lugar de comportarse como una sola carne, se culparon uno al otro (Génesis 3:12, 13). Sobre todo, el pecado alienó al hombre de Dios: “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2).
El pecado es más contagioso y letal que el COVID-19, y está enquistado en el ADN moral del hombre. “Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. . . [Y] reinó la muerte” (Romanos 5:12, 14). Cada descendiente de Adán sufre la separación y finalmente morirá. Sin embargo, ¡hay esperanza! Dios ha provisto la cura para este mal espiritual: “Ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13). La sangre de Cristo es el remedio eficaz.
¡Alabado sea Dios! ¡Maravillosa cura divina! Jesús derribó la pared de separación que nos aislaba de Dios. Si lo aceptamos como nuestro Salvador, no sufriremos más separación.
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?... Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:35, 38, 39).
Los autores son directores y oradores de La Voz de la Esperanza.