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Toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, escribió Pedro Calderón de la Barca, considerando la vida como una ilusión. Jorge Manrique, por su parte, cantó así nuestra fugacidad. “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”.

Solo cuando nos planteamos el misterio de la muerte valoramos el misterio de la vida. En realidad, vivimos circundados de misterios, pero solo alcanzamos a vislumbrar algunos: el misterio de la vida, el de la muerte, el de la iniquidad, y, si prestamos atención al evangelio, el misterio de la piedad.

Nuestras mentes, obtusas a causa del pecado, obnubiladas por la degeneración de siglos de decadencia y enfermedad, no captan la esencia de las cosas. Solo cuando el arcano del mal nos golpea impíamente, advertimos que habitamos un abismo donde solo florecen los cardos del mal. Y cuando, por gracia divina, los otros misterios nos despiertan a la belleza de la vida, advertimos que no somos monos mejorados ni bípedos implumes, sino portadores de la imagen de Dios.

En los meses pasados hemos tenido que realizar ejercicios de la mente y la conciencia. Cuando la pandemia nos puso a cavar sepulcros, nos planteamos la brevedad de la vida y, despojados de trivialidad, le buscamos sentido. Pero la vida solo tiene sentido en el contexto de Dios, porque de él emana. Fue su divino Hijo quien declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (S. Juan 14:6).

¿Qué es el hombre? Se cuenta que los sucesores de Platón en la Academia de Atenas dedicaron mucho tiempo y meditación al problema de definir la palabra “hombre”.* Finalmente decidieron que significaba “bípedo implume”. Fue cuando Diógenes desplumó un pollo y lo arrojó dentro de la Academia, por encima de la muralla.

Solo Dios puede responder la pregunta acerca de qué es el hombre. Solo él puede dar esperanza al corazón humano. Muy pronto, el misterio de la piedad se impondrá al de la iniquidad, “y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4). Entretanto, aferrémonos a Cristo, quien también afirmó: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (S. Juan 14:6).

El autor es redactor de El Centinela.

Misterios

por Alfredo Campechano
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2020