La vida está llena de contrastes, momentos en que la alegría y la tristeza se entrelazan de maneras incomprensibles. Podemos despertar con la dolorosa noticia de la partida repentina de un ser querido y, en esos mismos días, compartir instantes hermosos con amigos entrañables. O recibir con alivio la noticia de que la cirugía de una sobrina querida fue un éxito y que está libre de cáncer, solo para enterarnos, pocas horas después, de que nuestra amada tía se encuentra en sus últimos momentos, con cuidados paliativos. Del mismo modo, la noticia de una enfermedad terminal en una madre puede llegar en los mismos días en que celebramos el extraordinario logro académico de un hijo, quien ve cómo su carrera toma un rumbo prometedor.
Muchas veces, las luces y las sombras de la vida no llegan por separado; más bien, son pinceladas de un mismo cuadro: el cuadro de la vida. Recientemente, reflexionaba sobre cuánto nos cuesta aceptar que podemos experimentar emociones opuestas al mismo tiempo. Recordé entonces una conocida historia bíblica que está registrada en los Evangelios (S. Mateo 8:23-27; S. Marcos 4:35-41; S. Lucas 8:22-25).
Habían sido días de milagros y bendiciones para Jesús y sus discípulos. Aliviado de la presión de la multitud y agotado por el cansancio y el hambre, Jesús se durmió plácidamente en la popa de la barca mientras comenzaban a cruzar el mar de Galilea. La calma reinaba sobre el lago en un anochecer sereno y apacible. De repente todo cambió. Las tinieblas cubrieron el cielo y estalló una feroz tempestad. Aunque varios de los discípulos eran pescadores experimentados, sus habilidades y su fuerza esta vez no los llevarían a puerto seguro. Después de luchar inútilmente contra la tormenta, recordaron quién les había pedido que subieran a la barca y cruzaran al otro lado del lago. Desesperados, comenzaron a gritar el nombre de Jesús, pero las olas y el ruido impedían que ellos lo vieran o que él los escuchara.
Dios nos acompaña en los momentos luminosos y en los sombríos, durante los momentos de gran prueba, cuando nos toca vivir emociones extremas.
Cuando un relámpago iluminó la escena, pudieron ver a Jesús, que dormía plácidamente en medio del caos. Nuevamente lo llamaron, hasta despertarlo, y clamaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (S. Mateo 8:25). Jesús se levantó en completa paz, consciente del poder de su Padre. Levantó su mano y, con una simple orden, detuvo la tormenta al instante. Las nubes se disiparon y las estrellas volvieron a pintar el gran lienzo del firmamento. La barca volvió a flotar suavemente en la quietud del mar, que parecía un espejo.
Filipenses 4:6 y 7 dice: “No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús” (DHH).*
Dios nos acompaña en los momentos luminosos y en los sombríos, durante los momentos de gran prueba, cuando nos toca vivir emociones extremas. Se alegra con nosotros en los momentos felices. Pero, sobre todo, aunque a veces tengamos miedo y olvidemos su presencia, cuando le pedimos auxilio, siempre está allí con serenidad y calma. Lleno de misericordia y amor, está listo para levantar su mano y callar nuestra tempestad. Y nos da una paz que no puede comprarse por ningún precio.
Deja que Jesús transite contigo tus emociones y tome un papel activo en tu vida en todo momento, tanto en los días de calma como en los de tormenta. Así, los otros “barcos” que también atraviesan tormentas se maravillarán de nuestro Dios, lo harán suyo y disfrutarán de su paz.
¿Cómo sobrellevar la dualidad de la vida?
Acepta que la vida es un contraste: La alegría y el dolor pueden coexistir en un mismo momento, formando parte de nuestra existencia.
Comprende que las emociones se entrelazan: No siempre sentimos las emociones de manera aislada; a menudo se mezclan como pinceladas en el cuadro de la vida.
Aprende de la tormenta en el mar de Galilea: Esta historia bíblica (S. Mateo 8:23-27; S. Marcos 4:35-41; S. Lucas 8:22-25) muestra cómo Jesús dormía en paz en medio del caos, confiando plenamente en Dios.
Confía en que Dios nunca te abandona: En los momentos difíciles, podemos olvidar que Dios está presente, pero él siempre está con nosotros, incluso cuando no lo percibimos.
Clama a Dios en tiempos de prueba: Acudir a él en oración nos recuerda su poder y su disposición para brindarnos paz.
Reflexiona en Filipenses 4:6 y 7: Este versículo nos anima a entregar nuestras preocupaciones a Dios en oración y gratitud, confiando en que su paz, que va mucho más allá de nuestro entendimiento, guardará nuestro corazón y nuestra mente.
Comparte con Dios tus alegrías: Él no solo nos acompaña en los momentos difíciles, sino también se alegra con nosotros en los tiempos de gozo.
Recuerda que la paz de Dios no depende de las circunstancias: Con solo una palabra, él puede calmar las tormentas de nuestra vida, dándonos serenidad y fortaleza.
Refleja la paz de Dios a los demás: Cuando vivimos confiando en él, otros pueden ver su poder en nuestra vida y anhelar su paz.
Deja que Jesús guíe tus emociones: Confiar en él nos permite transitar la vida con serenidad y seguridad, tanto en los momentos de calma como en los de tormenta.