Malala Yousafzai, activista paquistaní por el derecho a la educación de las mujeres y la más joven ganadora del Premio Nobel de la Paz, dijo: “Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”.
La educación juega un papel fundamental en la igualdad de los derechos y de las oportunidades de todo ser humano. Es un poder socialmente transformador de vidas. Pero la virtud de toda educación alcanza su máxima expresión cuando al sustantivo “educación” le ponemos el adjetivo “cristiana”. La educación cristiana desempeña un papel crucial en la formación de individuos íntegros y compasivos, capacitándolos no solo con conocimientos académicos, sino también con valores morales y espirituales fundamentales para la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Proverbios 9:10 destaca un agregado sobre el valor de la información académica y de la formación profesional propias de cualquier institución educativa: “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia”. Este versículo enfatiza que la verdadera educación comienza con una comprensión y respeto hacia Dios, lo cual es esencial para el desarrollo de un carácter moral y ético sólido.
La educación cristiana busca inculcar valores como el amor al prójimo, la honestidad, la responsabilidad y la justicia, fundamentos que son esenciales para el bienestar de cualquier comunidad. En San Mateo 22:39, Jesús declara: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, un principio que si se enseña y se vive, puede transformar radicalmente las interacciones sociales y promover una sociedad más empática y unida.
Además, una visión cristiana de la educación siempre ofrecerá una perspectiva esperanzadora y trascendente de la vida. En Jeremías 29:11 encontramos una promesa divina que puede motivar a cualquier estudiante: “Porque yo sé los planes que tengo para vosotros —declara el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza" (LBLA).* Este versículo inspira confianza en el futuro, cuando el propósito educativo se nutre en el amor a Dios y en el servicio al prójimo.