La vida de Cristo en la tierra estuvo marcada por las paradojas: hechos o expresiones aparentemente contrarios a la lógica. Es el Creador del universo, pero en su encarnación no tuvo un lugar digno para nacer. No pudieron humillarlo. Convirtió su establo en templo, y su pesebre en altar.
De eternidad a eternidad, habitó en el esplendor de su Santuario, pero en la tierra fue más pobre que las aves y las zorras. Ellas tienen guaridas y nidos, él no tuvo donde recostar su cabeza. Nada pudo refrenar su afán redentor. Sin tener que preocuparse por las cosas materiales, vivió la libertad en plenitud.
En las cortes celestiales lo reverencian y lo adoran, mas en la tierra lo coronaron con espinas, le dieron por cetro una caña y por trono una cruz. No pudieron degradarlo. Nunca fue más bello que ese día cuando desplegó todo el amor del Cielo en favor de los perdidos.
Es el Creador de los mares, pero en su agonía le negaron un sorbo de agua. No pudieron doblegarlo. Prefirió morir antes que rendirse a sus adversarios.
Fijaron sus manos a una cruz para que no pudiera tocar a los muertos y enfermos y darles vida. Clavaron sus pies para que no pudiera andar sobre las aguas y sobre la tierra, socorriendo a los desvalidos. No pudieron neutralizar su poder redentor. Mientras tuvo libres sus manos y pies, salvó a unos cuantos; clavado en la cruz, salvó a la humanidad.
Lo encerraron en un sepulcro cubierto con una roca y sellado con la autoridad del Imperio Romano, custodiado por soldados y demonios. Pero no pudieron detenerlo. Al tercer día, la roca rodó como un guijarro, la guardia se desvaneció de miedo, y los demonios huyeron mientras él se levantaba del sueño de la muerte, victorioso y glorificado, plenamente Hombre y plenamente Dios.
¡Oh, paradoja digna de abismal reflexión: Con tal de “’llevar muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10), el divino Redentor “se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9)!
El autor es redactor de El Centinela.