Cada 11 de julio se conmemora el Día Mundial de la Población, que este año alcanzará los siete mil novecientos millones de personas. Se calcula que cada catorce meses se añaden cien millones más de seres humanos a nuestro planeta, y las tasas de natalidad siguen aumentando. Pareciera que el deseo innato de tener una pareja y procrear sigue intacto en la naturaleza humana.
Se presume erróneamente que cada persona que nace en este mundo va a poder nutrirse y desarrollarse bien hasta llegar a la adultez. Pero no es así. Hay en el mundo 822 millones de personas desnutridas o hambrientas.1 Esto equivale a la suma de los habitantes de Canadá, Estados Unidos, México y Brasil.
El índice Mundial del Hambre combina tres indicadores para su clasificación: desnutrición, falta de peso y mortalidad infantil. Según este índice, Chad es el país más afectado por el hambre y la desnutrición, con un índice de 44.7.2 Cerca de nosotros tenemos a Haití, que vive con inseguridad alimentaria, y donde el 22 por ciento de los niños están crónicamente desnutridos.3
Los niños son las víctimas más visibles de la desnutrición. Se estima que la desnutrición, marcada por el retraso en el crecimiento, el desgaste, las deficiencias de vitamina A y zinc, y la restricción del crecimiento fetal, es causante de tres millones de muertes infantiles al año, o el 45 por ciento de todas las muertes infantiles globales.4 En 2019, 7.4 millones de niños, adolescentes y jóvenes de 0 a 14 años de edad, murieron de causas que pudieron haberse prevenido.5
Pongamos esta tragedia en perspectiva, considerando la producción de alimentos en el mundo. Se estima que cada año se desperdician 1,300 millones de toneladas de alimentos en todo el mundo, un tercio de los alimentos producidos para consumo humano.6 La organización “Combate el hambre con conocimiento” informa que solo en los Estados Unidos, la cantidad de alimentos perdidos o desperdiciados cuesta 2,600 millones de dólares anuales.7 Esta cantidad es cuatro veces mayor a lo que se necesita para alimentar a los 822 millones de hambrientos en el planeta.
¿Cómo puede haber tanta hambre y desnutrición en el mundo si hay tanta comida? La pregunta tiene respuestas muy complejas, pero, para tener una idea en general, hay cuatro razones fundamentales: 1) disponibilidad física de alimentos, 2) acceso económico y físico a los alimentos, 3) utilización de alimentos, y 4) la estabilidad de estos factores al paso del tiempo. El común denominador de estas razones es la pobreza y la falta de recursos económicos para poder obtener los alimentos necesarios. Casi mil millones de personas viven por debajo de los niveles de pobreza establecidos internacionalmente: menos de un dólar con noventa centavos diarios por persona.8
La desnutrición emocional
Pero hay otro tipo de desnutrición mundial: la emocional. Esta clase de desnutrición ocurre en especial en los niños, y es en resultado de la falta de protección y ternura por parte de padres bien intencionados que no pueden satisfacer las necesidades básicas de su familia. Un niño no solo pierde a sus padres por la muerte o el divorcio, sino también por las presiones económicas, profesionales y sociales que despojan a los progenitores de la energía para suplir las demandas emocionales de sus hijos.
El hogar es el lugar donde se dan las primeras dosis de salud mental y emocional. El cuidado amoroso de los padres, la aplicación con ternura y sensibilidad de la ley de la casa, y el buen trato verbal y emocional entre los miembros de la familia, son la mejor vacuna para inmunizar a los chicos contra la disfuncionalidad afectiva. Todo esto crea el ecosistema psicológico para que el niño se desarrolle y pueda funcionar saludablemente durante el resto de su vida.
El hogar es el hábitat donde nuestros hijos aprenden a sentirse seguros o inseguros, congruentes o incongruentes, auténticos o falsos, responsables o irresponsables, virtuosos o inmorales, mentalmente saludables o tóxicos. ¿Qué determina la diferencia? La calidad de su nutrición emocional. Un estudio realizado en Alemania informó que los padres felices crean hijos felices, quienes tienden a su vez a conformar parejas felices. Los padres transfieren a sus hijos la habilidad de ser altruistas, que consiste en la tendencia a procurar el bien de los otros de manera desinteresada, aun a costa del interés propio.9 Los padres ausentes, física o emocionalmente, generan chicos que pueden llegar a ser crueles, desconectados, depresivos, fríos e insensibles.
Dicen los estudios que los jóvenes en edad universitaria que fueron criados en hogares emocionalmente fríos, o poco espirituales, evitan la intimidad con Dios.10 Sin embargo, los padres conectados emocionalmente con sus hijos transmiten más efectivamente sus valores personales, incluso la calidad de su experiencia espiritual. Los abuelos son también un factor importante en la transmisión de la religión a sus nietos. La fe de los abuelos es el segundo factor más importante en la transmisión de valores espirituales a los niños.11
La Biblia indica que “herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre” (Salmo 127:3). Los hijos son valiosos. Son cuentas bancarias que necesitan recibir depósitos de parte de sus padres. El alimento auditivo, con palabras de afirmación y afecto, y los actos de aceptación y altruismo enseñarán al niño que él y todas las personas son valiosas e importantes.
Toda nuestra vida emocional cuelga de una cuerda muy fina de dos hebras: la exclusión y la inclusión. Son dos experiencias psicológicas que necesitamos aprender a una edad muy temprana, ya que a lo largo de nuestros días tendremos que navegar entre estas polaridades, que traerán tensión o satisfacción personal. La vida nos presentará situaciones en las que algunas veces seremos excluidos, y otras incluidos. Un factor importante en la vida emocional del niño es la inclusión. Es fundamental separar tiempo para realizar actividades en familia; cuando esto no sucede, el niño se encontrará en un área periférica del círculo familiar, sintiéndose descuidado, inútil, indeseado y marginado.
Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante, él dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. . . Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (S. Mateo 22:37-40).
¡Amar! Tu vida depende de esta palabrita; la vida de la población del mundo depende de esta palabrita; tu familia depende de esta palabrita. Tu vida eterna depende de esta palabrita.
Nuestra responsabilidad
Tenemos una gran responsabilidad con la población de este mundo. Esos cien millones de personas que nacen cada catorce meses necesitan ser alimentados física, emocional y espiritualmente. Tenemos que desafiarnos personalmente y proponer en nuestro corazón cambiar nuestra visión miope que hace invisibles las necesidades de nuestros “prójimos”, aun de los que viven bajo nuestro techo. Podemos unirnos a la misión de Cristo: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8).
Podemos ser sal, ser luz, ser esperanza, ser el vehículo que el Cielo requiere para alimentar a una población hambrienta de pan, de aliento, de amor, de Jesús.
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El autor tiene un doctorado en Terapia Matrimonial y Familiar, y coordina las actividades de las iglesias hispanas en el noroeste de Estados Unidos.