Al momento de escribir estas líneas, los Estados Unidos llevan alrededor de un mes de aislamiento ante el impacto a la salud causado por el nuevo virus SARS-CoV-2. Esta es una nueva forma de una familia de patógenos conocidos como coronavirus, llamados así por las múltiples protrusiones en la superficie que le dan el aspecto de una corona. Aparentemente proveniente de animales salvajes, su capacidad de contagio es varias veces superior al del catarro común, y es letal en hasta un seis por ciento de los casos.1
Las medidas de prevención han ido desde el rastreo del contagio y cuarentena de personas expuestas a pacientes, hasta el cierre de todo negocio o empresa no esencial y los decretos de permanecer en casa excepto para comprar alimentos o buscar ayuda médica. Una medida es la obligación de mantenerse alejado de otras personas a una distancia de dos metros (unos seis pies).
Esta pandemia, que comenzó en diciembre de 2019 en Wuhan, China, ha trastornado la experiencia humana a un nivel sin precedentes en las últimas generaciones. Pensadores como Fareed Zakaria, escritor y locutor de CNN, perciben no menos de tres dimensiones de la epidemia mundial: la crisis de salud, la crisis económica y el impacto geopolítico.2
Aunque el número de muertos por el COVID-19 no ha alcanzado las cantidades previstas por expertos en enfermedades infecciosas, sus efectos indirectos han tocado a cada habitante del planeta. Aunque muchas personas se recuperan, los síntomas son tan fuertes que a menudo requieren hospitalización y la conexión a respiradores artificiales.
En el área de la economía, la pandemia ha tenido un efecto que supera la misma definición de una crisis. El COVID-19, en esencia, ha paralizado muchísimos aspectos de la economía en casi todo el mundo. El número de personas desempleadas en los Estados Unidos solo en marzo ascendió a diez millones.3 Para las familias de recursos reducidos o medianos, la pérdida del empleo pronto se convierte en una tragedia financiera.
Otro efecto global de la pandemia ha sido los cambios geopolíticos. Se advierte una intensificación del nacionalismo. La Unión Europea, que durante décadas se ha ufanado del acceso libre entre los países que la conforman, ha impuesto nuevos controles fronterizos. Como el país más afectado por el coronavirus, Italia recientemente pidió ayuda a los países de la Unión Europea, y ni siquiera uno de ellos accedió a su pedido.
Un análisis del cuadro actual despierta la necesidad de pensar en la manera en que nuestro mundo habrá cambiado a raíz de esta pandemia sin precedentes. El escritor israelita Yuval Noah Harari menciona su preocupación por las consecuencias sociales del coronavirus. Opina que uno de los mayores peligros para la vida después del COVID-19 puede ser la capacidad de los gobiernos para inmiscuirse en los asuntos privados de sus ciudadanos bajo la excusa de estar preparados para la próxima gran enfermedad. Ahora mismo varios países están rastreando a las personas contagiadas con aplicaciones en sus teléfonos que les advierten cuando se alejan demasiado de sus casas, y les anuncian a otras personas que una persona contagiada se encuentra cerca. Harari propone que la necesidad de guardar la salud pública no debe violar nuestro derecho a la privacidad.4
Hay otras posibilidades en los pronósticos para la vida después de COVID-19. Quizás estamos aprendiendo que viajamos demasiado. En sociedades avanzadas, los viajes de negocios mantienen a muchísimas personas lejos de sus familias, en reuniones que podrían fácilmente sustituirse con videoconferencias. Es posible que esta nueva modalidad de reuniones por Internet se afiance como una nueva práctica empresarial. La economía digital creciente va a profundizar la división entre las personas que pueden hacer sus trabajos frente a una computadora, versus aquellas cuyos empleos no pueden digitalizarse. También se está viendo una creciente necesidad de personas que hagan entregas a domicilio de los productos comprados por Internet.
Veamos ahora los aspectos humanos del mundo posterior al COVID-19. Esta pandemia también nos resulta en cobros psicológicos y espirituales. Aunque no se ha contabilizado, es posible que una crisis de esta magnitud produzca efectos secundarios como un aumento de la violencia doméstica, una mayor incidencia de problemas de salud mental, incluso un aumento de la obesidad. El temor asociado con el peligro de una enfermedad contagiosa y el asalto continuo de los medios noticiosos sobre el tema aumentan para muchos la ansiedad. El pensamiento de que cualquier persona que uno encuentra pueda contagiarnos con una enfermedad mortal afecta la interacción social.
Otro aspecto psicológico de esta pandemia es el sentido de atrapamiento. No tener acceso a recreaciones, reuniones sociales o el contacto con otros seres humanos se suma al concepto de que no hay ningún lugar seguro. En los Estados Unidos, personas que desearían escapar a lugares aislados como parques nacionales o estatales los encuentran cerrados. Esta limitación severa de opciones impone su propia carga sobre el espíritu humano.
El valor de la fe
Un recurso que ha demostrado su utilidad en la experiencia humana a lo largo de la historia, y ahora más en la crisis del COVID-19, es la fe religiosa. Muchas iglesias han utilizado con buen efecto los medios sociales para ofrecer sus programas y compartir su mensaje de esperanza.
Para muchos, esta pandemia hace eco a las advertencias de la Biblia sobre el tiempo del fin. En su discurso profético, Jesucristo mencionó las epidemias: “Habrá pestes” (ver S. Mateo 24:7, 8). Pero Jesús también nos dejó palabras de aliento para estos tiempos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (S. Juan 14:27).
Cómo superar estos grandes desafíos, o comenzar a adaptarnos a la vida después de la pandemia
1. Mantengamos la conexión humana. Los medios sociales están prestando un gran servicio en estos momentos de aislamiento físico que quizá perduren durante algunos meses. Las comunidades digitales ofrecen ayuda a ancianos para la compra de comestibles, y las organizaciones comunitarias han establecido grupos por Internet que permiten conversaciones entre vecinos. El acceso a conversaciones o reuniones familiares por Internet nos permiten estrechar los lazos de afecto.
2. Cuidemos nuestra alimentación. Más allá de la práctica de medidas preventivas como el uso de máscaras, guantes o una higiene más cuidadosa, asegurémonos de obtener una nutrición balanceada. No dejemos que la ansiedad nos lleve a comer más, a alimentarnos mal o a consumir sustancias dañinas.
3. No dejemos de hacer ejercicio. Siempre y cuando guardemos distancia, podemos caminar por nuestro vecindario o en un parque. Podemos hacer calistenia en nuestra casa y hacer flexiones mientras vemos televisión o escuchamos música.
4. Escape hacia arriba. Si no avizoramos solución a la crisis en este mundo, miremos hacia arriba, de donde siempre viene la ayuda oportuna. En tiempos de plagas, Moisés escribió: “Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré” (Salmo 91:2). En su angustia, David dijo a Dios: “En el día que temo, yo en ti confío” (Salmo 56:3). Y ante la muerte de la hija de Jairo, Jesús lo animó diciendo: “No temas, cree solamente” (S. Marcos 5:36).
1. Amy Harmon, “Why We Don’t Know the True Death Rate for COVID-19”, The New York Times, 17 abril 2020, en https://www.nytimes.com/2020/04/17/us/coronavirus-death-rate.html.
2. Fareed Zakaria, “How the coronavirus pandemic is changing the world”, TED Connects, abril 2020, en https://www.ted.com/talks/fareed_zakaria_how_the_coronavirus_pandemic_is_changing_the_world.
3. Heather Long, “Over 10 million Americans applied for unemployment benefits in March as economy collapsed”, The Washington Post, 2 abril 2020, en https://www.washingtonpost.com/business/2020/04/02/jobless-march-coronavirus/.
4. Yuval Noah Harari, “The world after coronavirus,” Financial Times, 19 marzo 2020, en https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75.
El autor es vicepresidente de Pacific Press. Escribe desde Boise, Idaho.