En 1970, Alvin Toffler escribió un libro inquisitivo que capturó la atención de muchos. Lo tituló Future Shock [El shock del futuro]. Este abordaba diversos fenómenos tales como el ritmo acelerado de la vida, la cultura del descarte, el impacto de la impermanencia, el globalismo, los avances científicos, el colapso de la jerarquía y los hogares fragmentados. Tal vez el aspecto más notable del libro de Toffler, que contribuyó a convertirlo en un éxito de ventas internacional, fue su argumento de que la aceleración sin precedentes del cambio que comenzó en el siglo XX había abrumado nuestros mecanismos de afrontamiento y requería un análisis reflexivo y estrategias intencionales.
Si bien Future Shock describía un ritmo de cambio abrumador en 1970, las décadas posteriores de progreso humano no han hecho más que empeorar la situación. Empezamos el siglo XX en medio de la Revolución Industrial, cuando dependíamos de los animales para el transporte y nos comunicábamos principalmente por carta. A finales del siglo, volábamos a la velocidad del sonido, en transición hacia una economía de servicios impulsada por computadoras y teléfonos móviles, cada vez más influida por los medios de comunicación y más susceptible a la programación social y la manipulación por parte de los comerciantes poderosos.
El impacto de la tecnología en la salud mental
En los últimos años, el cambio nos golpea a una velocidad vertiginosa, generando aún más estrés, sobreestimulación, sobrecarga de información, inestabilidad y una creciente sensación de miedo al futuro que puede estar aumentando la incidencia de enfermedades mentales. La noticia de una matanza en Nueva Orleans, por ejemplo, puede evocar tristeza tanto a nivel local como global. El mismo día, la noticia de que nuestro equipo deportivo favorito ha ganado un campeonato puede desencadenar oleadas de emociones en pugna. El ciclo de noticias, impulsado por las cifras de audiencia y los motivos de lucro, prospera gracias al impacto, y nos empuja en todas direcciones. Con tanta información disponible, la opinión a menudo reemplaza a la sustancia, y la gente elige cada vez más los medios que apoyan su visión del mundo. En lugar de fomentar un intercambio de ideas más abierto, esto conduce al crecimiento de “tribus” de pensamiento aisladas que se refuerzan a sí mismas.
La tecnología ya no es algo que controlamos. Los teléfonos inteligentes y las redes sociales probablemente estén cambiando la estructura misma de nuestro cerebro. Desde los baby boomers hasta la generación Z, parece que estamos evolucionando lentamente hacia cíborgs egocéntricos, entes que son una combinación de materia viva y dispositivos electrónicos. Ahora nos enfrentamos a una creciente dependencia de la inteligencia artificial, que no solo rastrea y archiva nuestras vidas, sino que está empezando a servirnos de asesora y coach de vida. Lo que Alvin Toffler llamó “la rugiente corriente del cambio”1 se ha convertido en una inundación universal que está ahogando nuestra identidad, creando nuevas culturas, modificando nuestros valores y dañando nuestro bienestar mental.
Aunque el shock (choque, conmoción) del futuro no es una enfermedad específica, millones de personas están desorientadas, se sienten incompetentes, inestables y ansiosas. Como señaló Toffler, esa agitación puede conducir a “neurosis masiva, irracionalidad y violencia descontrolada”,2 y es difícil argumentar que estas condiciones sean menos generalizadas en el siglo XXI.
¿Nuestra lucha por adaptarnos a un cambio acelerado significa que debemos ponerle un alto al cambio como sociedad? Absolutamente no, pues sería inútil. Así como no nos bajamos de un tren en movimiento porque va demasiado rápido, debemos aceptar que la dinámica del cambio es inevitable. Sin embargo, necesitamos estrategias para gestionar el cambio de manera saludable.
En este mundo de verdades cambiantes, debemos saber que la calidad y el poder de nuestra experiencia religiosa están directamente relacionados con nuestra comprensión de las Escrituras. Nuestras vidas son tan estables como las palabras que nos guían. La Biblia se abre paso entre el ruido de la vida moderna con una voz clara de sabiduría y guía. La súplica de Dios es: “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Proverbios 23:26). Si hacemos esto, estaremos en camino hacia una vida más pacífica, estable y feliz.
¿Cómo enfrentar el shock futuro?
Como no podemos eliminar el cambio de nuestra existencia, propongo una estrategia de tres partes para enfrentar el shock futuro: reconocimiento, amortiguamiento y certeza.
1. Reconocimiento
La primera parte de nuestra estrategia debería ser reconocer tanto el problema como su impacto. De hecho, el vivir en el siglo XXI supone una enorme presión para nuestra vida y nuestra psique. Debemos estar atentos a los signos reveladores del estrés, especialmente cuando empieza a manifestarse en síntomas físicos como dolores de cabeza persistentes, irritabilidad, fatiga, confusión, ataques de pánico, falta de energía o ansiedad. Cuando esto sucede, debemos reducir el ritmo, limitando conscientemente las actividades y las fuentes de estimulación.
A fin de afrontar eficazmente la sobrecarga, también debemos reconocer nuestra vida interior. Como seres físicos, psicológicos y espirituales, necesitamos nutrir nuestro cuerpo, mente y espíritu. Para soportar cambios severos y persistentes, necesitamos fortalecer todas estas áreas.
2. Amortiguamiento
Para ayudar a gestionar esta avalancha de cambios, debemos buscar formas de protegernos de las fuentes de estímulo más obvias. Cada persona tiene un umbral diferente para manejar la presión; por lo tanto, nuestras respuestas pueden variar. Para encontrar el alivio que necesitan, algunas personas tendrán que poner sus cosas en orden. Hay un notable alivio en moderar los estímulos en nuestras vidas.
Simplificar nuestro entorno físico (organizar nuestra casa, despejar un escritorio desordenado, archivar documentos importantes, organizar las facturas, dar mantenimiento a nuestros vehículos) puede ayudarnos a sentirnos más livianos y menos agobiados por distracciones innecesarias.
Es importante cuidar nuestra salud, comer bien y hacer ejercicio. Si nos mantenemos ágiles y libres de cargas físicas innecesarias, estaremos en mejores condiciones de soportar las olas del cambio externo.
Minimizar la sobrecarga sensorial puede significar bajar las persianas, apagar los dispositivos multimedia y reducir el ruido. No hace falta ir de vacaciones a lugares serenos y tranquilos para encontrar paz. Nosotros mismos podemos crear nuestras propias “islas” de calma en nuestra vida diaria. Debemos proteger nuestros sentidos o encontrar formas de bajar el ritmo y apreciar las cosas buenas.
3. Certeza
Tal vez el área más importante que necesitamos fortalecer para enfrentar el cambio sea nuestra vida espiritual. Los seres humanos somos seres religiosos incurables, incluso los ateos. Tenemos una vida interna de pensamientos y contemplación que no puede explicarse completamente mediante la ciencia o la observación. Anhelamos una conexión con un Poder Superior que, cuando se comprende y se nutre, aportará un grado significativo de estabilidad a nuestras vidas.
Al anclar nuestra identidad a un sistema de creencias sólido, estamos en mejor posición para manejar el estrés que nos rodea. La fe nos da un sentido de permanencia. La Biblia describe a Dios como una “Roca”, un símbolo de estabilidad. Como dice el Salmo 18:2: “Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio”. En tiempos de turbulencia, la fe puede darnos estabilidad. La convicción de que un Dios benévolo nos cuida es de gran ayuda para brindar consuelo a nuestras vidas.
La Biblia nos anima a practicar la quietud. Esta quietud es una forma de meditación. “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). Podemos permanecer quietos cuando confiamos en la bondad de Dios. El Salmo 27:14 nos dice: “Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová”. La fe trae paz interior que preserva el alma. Jesús prometió: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (S. Juan 14:27).
El gran propósito de las Escrituras es revelarnos a Dios. Dios le describió su carácter a Moisés en Éxodo 34:6 como “fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad”. El Nuevo Testamento nos dice que conocer a Dios debe ser nuestro objetivo final en la vida (S. Juan 17:3). Conocer el carácter de Aquel que no cambia, en quien depositamos nuestra confianza en medio de un mundo cambiante, nos da la seguridad de que nuestro futuro está en sus manos.
1. Alvin Toeffler, Future Shock (New York: Random House, 1970), p. 9.