Voltaire vaticinó: “Cien años después de mi muerte, la Biblia será eliminada”. Han pasado 250 años desde el deceso del gran pensador, y la Biblia, lejos de desaparecer, sigue siendo confirmada. Es irónico que alrededor del tiempo en que Voltaire hizo esa predicción fallida, la arqueología surgía como ciencia: ¡la ciencia que está vindicando a la Biblia!
La arqueología ha hecho copiosos descubrimientos en las tierras bíblicas; muchos de ellos han contribuido a fortalecer la confiabilidad de este Libro. Gracias a esos hallazgos, pueblos remotos, ciudades opulentas, personajes comunes y reyes de Mesopotamia y de Israel, citados en la Escritura, han sido identificados adecuadamente, corroborando así numerosos pasajes bíblicos.
Conviene destacar que ninguno de esos hallazgos arqueológicos ha desmentido alguna declaración bíblica. Como señala Nelson Glueck: “Podemos afirmar categóricamente que no se ha producido un solo descubrimiento arqueológico que haya contradicho una referencia bíblica”.* Esta declaración es irrefutable, pues procede de uno de los mayores arqueólogos. Así, estos hallazgos, lejos de impugnar algún texto bíblico, han contribuido a realzar la confiabilidad histórica de la Biblia al corroborar sucesos, lugares o personajes puestos en entredicho por los escépticos. Un típico ejemplo es el descubrimiento arqueológico en Korsabad, el cual confirmó la veracidad de Isaías 20:1 y desveló al rey Sargón II.
Este texto, difamado durante mucho tiempo por los ateos, dice: “En el año que vino el Tartán a Asdod, cuando lo envió Sargón rey de Asiria, y peleó contra Asdod y la tomó”. La cita hace alusión a un combate; no revela sus pormenores, pero podemos imaginar lo que ocurrió en Asdod después que el rey Sargón ordenó atacarla.
Cuando el vasto ejército asirio sitió la pequeña ciudad filistea, sus aterrorizados habitantes y su reducido ejército decidieron defenderla hasta morir. Los implacables soldados asirios atacaron con arcos, lanzas, espadas, carros de guerra y arietes. Los asdoditas contraatacaron desde los muros disparando flechas, lanzando piedras y arrojando aceite hirviendo. En pocas horas la desigual batalla terminó, y el general en jefe, enviado por Sargón, regresó victorioso a Asiria como conquistador de la malhadada ciudad.
Hemos tratado de imaginar lo que pudo haber ocurrido en la conquista de Asdod, ya que la cita de Isaías 20:1 carece de detalles respecto al conflicto. Pero a pesar de ser tan breve y concisa, es de gran relevancia por ser el único texto bíblico que hace alusión a Sargón, el cuestionado rey asirio. Cabe destacar que durante muchos años ninguna fuente extrabíblica mencionaba a este personaje, y los incrédulos supusieron que la alusión a Sargón en ese versículo era un error de las Sagradas Escrituras. Otros reyes asirios nombrados en los relatos bíblicos eran vistos como figuras históricas, pero Sargón era considerado un personaje ficticio porque solo era citado en la Biblia. Sin embargo, las críticas y burlas enmudecieron cuando la ciudad y el palacio de Sargón II fueron descubiertos.
El cónsul francés Paul Emile Botta, entre 1842 y 1844, desenterró en Korsabad, Irak, las ruinas de Dur Sharrukin, la cual estaba rodeada por macizas murallas protegidas por 157 torres. Estas tenían siete inmensas puertas que daban acceso a la ciudad, y la principal de ellas tenía forma arqueada y estaba protegida por dos enormes toros antropomorfos alados. Botta descubrió también el esplendoroso palacio real revestido de mármol, de extensos patios y salas decoradas con esculturas monumentales y bajorrelieves que describían el poderío del rey asirio.
Con las excavaciones del arqueólogo Víctor Place en 1853-1855, se constató que, efectivamente, la ciudad de Dur Sharrukin y el palacio, el más espectacular erigido en Mesopotamia, eran obra de Sargón. Posteriormente, arqueólogos estadounidenses descubrieron numerosos ladrillos con el nombre de Sargón, tabletas en escritura cuneiforme y acadio, y muchos otros artefactos. Además, allí se obtuvo información acerca del linaje real del monarca, quien era hijo de Tiglat Pileser III, hermano de Salmanasar V y padre de Senaquerib. Se confirmó que en el año 717 a.C. Sargón construyó Dur Sharrukin y gobernó Asiria de 722 a 705 a.C. Todos estos hallazgos eran evidencia irrefutable de la existencia de Sargón II.
Es lamentable que muchos de aquellos artefactos tan valiosos terminaran hundidos en el río Tigris cuando se los intentaba enviar al Museo del Louvre de París. Los que se salvaron, incluyendo los invaluables retratos de Sargón grabados en piedra, se conservan en dicho museo y en el Instituto Oriental de Chicago. Este hallazgo verificó el texto de Isaías 20:1 y confirmó la existencia de Sargón, el controvertido monarca, quien es ahora el rey asirio más conocido.
La arqueología está demostrando a los escépticos que la Biblia es lo que asevera ser: la Palabra de verdad (S. Juan 17:17); que no es un libro de cuentos ni un mosaico de leyendas, que sus relatos tienen un trasfondo histórico.
En la Biblia está plasmado el pensamiento divino, pues los autores de los 66 libros que la conforman fueron inspirados por el Espíritu Santo (2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:21). Por ello, para el creyente y también para el escéptico que respeta la arqueología, la Biblia es confiable; además, su lectura es transformadora. Haríamos bien en leerla para enriquecernos con sus pasajes poéticos, sus cautivantes parábolas y sabios proverbios, sus asombrosas profecías y, sobre todo, para ponernos en contacto con la mente de su divino Autor, quien nos anima a explorarla (S. Juan 5:39).
* Citado en Charlie H. Campbell, Evidencia arqueológica de la Biblia (Editorial Portavoz, 2013), p. 24.
La autora tiene licenciaturas en Educación y Teología, y una maestría en Teología pastoral. Escribe desde Maryland.