Una ola de conflictos, que con frecuencia termina en pérdida de vidas, desgarra el mundo a causa de la intolerancia social. Las causas de esta intolerancia son múltiples: la etnia, la doctrina política, la clase social, la afiliación religiosa. Esta intolerancia se ha infiltrado en las escuelas, provocando el acoso entre estudiantes; también en los hogares, sobre todo durante el confinamiento, las cuarentenas y los toques de queda a causa de la pandemia que azota al mundo.
El 19 de febrero de 2021, el periódico El Tiempo, de Bogotá, Colombia, publicó esta noticia: “El director de seguridad ciudadana, de la Policía Nacional, el general Carlos Ernesto Rodríguez, lanzó una alerta al asegurar que el 57 por ciento de las muertes violentas durante lo que va de 2021 fueron por intolerancia. Entre el primero de enero y el 16 de febrero, se han registrado 1,614 homicidios”. Según el informe del general Rodríguez, 917 homicidios fueron resultado de hechos de intolerancia: la falta de respeto a las personas cuyo comportamiento espontáneo puede ofender a otra. Es lamentable que por esta razón se pierdan tantas vidas. Este fenómeno se está dando en todo el mundo.
Durante los últimos años se ha manifestado en el mundo una tendencia antisocial motivada por la intolerancia, que ha detonado una ola de hechos violentos e injustificados y discursos incendiarios contra comunidades pacíficas e indefensas. Ha ocurrido incluso en países donde nada grave solía pasar, como Noruega. Con más frecuencia vemos de lo que es capaz un extremista armado, y las reprobables acciones de los obnubilados que disparan de manera indiscriminada son cada vez más frecuentes en los Estados Unidos, así como las masacres perpetradas por bandas de narcotraficantes en México, América Central y Colombia. En una sociedad civilizada, resulta inaceptable que las personas pretendan hacer valer sus argumentos mediante los golpes, las armas o el insulto.
Este panorama no es casual, sino una señal de los tiempos. En una de sus cartas, el apóstol Pablo hizo una lista de los graves males que aquejarían a la humanidad en los días finales de la historia de este mundo: “En los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (2 Timoteo 3:1-5).
El remedio
Ante este oscuro panorama nos preguntamos: ¿Habrá remedio para tan nefasta enfermedad social? ¿Habrá pacificadores que hagan algo por este mundo? Sí, los hay, pero la solución eficaz viene de Dios. Solo él puede curar estos males. Pero primero es necesario hacer la paz con él, pues solo un corazón en paz puede promover la paz con su prójimo. Dios está dispuesto, y ha dado el primer paso. “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos, y yo me volveré a vosotros” (Zacarías 1:3). Ante esta amorosa llamada a la reconciliación, volvamos a Dios con todo nuestro corazón y hagamos la paz con él; entonces llegaremos a ser pacificadores y recibiremos la promesa de Cristo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (S. Mateo 5:9).
Tú y yo podemos ayudar a Jesús en la batalla contra la intolerancia siendo hijos de Dios y, por tanto, siendo pacificadores. Una vez tuve que desarmar a dos hombres que iban a pelear, uno con un palo y el otro con un machete. Fue muy arriesgado, pero mis palabras de paz surtieron efecto. Te invito a unirte al equipo del gran pacificador, Cristo Jesús. él te dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (S. Mateo 11:28). Cristo pacificó al cielo con la tierra, pacificó el mar embravecido, pacificó a judíos y gentiles y los reunió en una sola iglesia, y hoy quiere pacificarte con Dios y reconciliarte con él. Acepta su llamado, y sé hijo y amigo de tu Padre celestial.
En torno a la paz*
El autor es ministro cristiano. Escribe desde Grand Prairie, Texas.