Notice: Undefined offset: -1 in E:\Webs\elcentinela\index.php on line 104 el Centinela

Número actual
 

Un tema en el que los religiosos, agnósticos y ateos deberían coincidir sin mayores debates es en la necesidad de cuidar el planeta, la casa de todos. No importa la fe que se profese o la cosmovisión que se abrace, todos habitamos el mismo espacio y nos vemos igualmente afectados por el daño al medio ambiente.

Sin embargo, el tema no logra consenso, aún entre los propios cristianos. De acuerdo con Global Ideas, institución que analiza el comportamiento y las creencias de las religiones frente a la protección del medio ambiente, el cambio climático es considerado como algo importante por todas ellas, pero no todas lo consideran una amenaza.1

Entre los cristianos estadounidenses afloran también las ideas contradictorias sobre cómo abordar el tema. En 2006, la Iniciativa Climática Evangélica (ECI) lanzó el movimiento “Cambio climático: Un llamado evangélico a la acción”, con el objetivo de reconocer el problema y ayudar a frenar el calentamiento global. La iniciativa fue firmada por más de 300 líderes de alto nivel en los Estados Unidos. Sin embargo, la Asociación Nacional de Evangélicos no respaldó oficialmente el llamado a la acción, creyendo que no representaba los puntos de vista de todos los evangélicos, muchos de los cuales rechazaron la noción del cambio climático como causado por los seres humanos.2

 

El planeta y el Dueño

El tema del cuidado del medio ambiente ha sido omitido en los púlpitos y en las clases de discipulado. Tal parece que se considera únicamente un tema de científicos, estadistas, políticos, embajadores y urbanistas. Pero no es así. El primer versículo de las Escrituras declara: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Dios como Creador está interesado en el bienestar de su creación. De igual forma sus hijos deberían mostrar un interés intencional.

Es necesario decir que, por lo menos teóricamente, la idea de una ecología bíblica o incluso una ecoteología ha venido afianzándose y relacionándose con la mayordomía cristiana.

Las iglesias se han pronunciado y han mostrado cierta sensibilidad hacia este tema. Por ejemplo, el comité Administrativo de la Iglesia Adventista votó el 19 de diciembre de 1995 un documento titulado “Declaración para los países industrializados”, en el que invita, entre otros aspectos, a cumplir con el acuerdo de Río de Janeiro de 1992, auspiciado por la ONU en torno al medio ambiente.3

Además, el pastor Jan Paulsen, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día desde 1999 a 2010, escribió en la edición de julio de 2008 de la Adventist World que esperaba que los adventistas avanzaran hacia una discusión más completa del adventismo y su responsabilidad con el medio ambiente.4

Por su lado, el Papa Francisco, en su encíclica sobre la ecología en junio de 2015 titulada “Laudato Si, sobre el cuidado de nuestro Hogar Común”, se refirió al cambio climático como un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, que plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad.5

Sin embargo, las declaraciones y encíclicas no logran traducirse con la rapidez deseada en una responsabilidad social ecológica de los miembros de las iglesias y parroquias locales. Entretanto, los daños al ambiente aumentan exponencialmente con los años, porque cada día hay más habitantes en el planeta, y se ha probado que los seres humanos somos el mayor peligro que enfrenta el ecosistema.

Los hombres y las mujeres impactamos el medio ambiente físico de muchas maneras: contaminación, quema de combustibles fósiles y deforestación. “Estos han provocado el cambio climático, la erosión del suelo, la mala calidad del aire y el agua no potable. Estos impactos negativos pueden a su vez afectar el comportamiento humano y provocar migraciones masivas o batallas por el agua potable”.6

De acuerdo con la Biblia, Dios es el propietario del cielo y de la tierra (ver Salmo 24:1). Por lo tanto, atentar contra el mundo es atentar contra la propiedad de Dios. Si hay alguien que tiene motivos para cuidar este mundo, es precisamente el creyente. Si los ateos son capaces de abogar en favor de un mundo que supuestamente surgió del azar, cuanto más los fieles cristianos, que conocen el verdadero origen del universo y son íntimos amigos del Dueño.

La Biblia no es ajena al drama que vive la naturaleza después del pecado. San Pablo afirma que “toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto” (Romanos 8:22). Esto es significativo, porque contextualiza lo que implica ser la creación de un Dios perfecto en un mundo caído.

Dios no se complace con los que toman como excusa las profecías sobre el fin del mundo para maltratar su creación. Es interesante esta analogía: aunque la Biblia afirma que los vivos saben que van a morir, ordena que el cuerpo humano sea cuidado como templo del Espíritu Santo (ver Eclesiastés 9:5 y 1 Corintios 6:19, 20).

Nadie será honrado al anticipar su muerte por haber abusado de su propio cuerpo; de igual manera, no hay honra en acelerar la destrucción del mundo usando como excusa la hecatombe de la segunda venida de Cristo. Concuerdo con el doctor Jaques B. Doukhan cuando dice que la declaración de que “Dios viene a destruir a los que destruyen la tierra”7 no es ecológica, sino espiritual. El término “tierra” de Apocalipsis 11:18 alude también simbólicamente a las criaturas de Dios. De todos modos, no es menos cierto que los destructores de las propiedades de Dios tendrán su merecido el día del juicio final (ver S. Mateo 24:48-51).

 

¿Un cielo y una tierra nuevos?

Alguien podría argumentar: “¿Acaso no será este mundo destruido de todas maneras? ¿No dice el apóstol Pedro que ‘los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas’?” (2 Pedro 3:10). Sí, pero es muy significativo el lenguaje que usa Pedro inmediatamente después. “Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13). Es notable que Pedro deliberadamente utiliza la palabra griega kainós, “nuevo, en cuanto a forma y cualidad”, en vez de neós, “nuevo temporalmente, reciente”.

Esa es la misma palabra usada por Juan: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron” (Apocalipsis 21:1). En ambos casos, el uso específico de la palabra nuevo (kainós) apunta a un cielo y una tierra renovados.

La palabra kainós se usa en expresiones como “una nueva creación en Cristo” (2 Corintios 5:17), “un nuevo mandamiento” (S. Juan 13:34) y un “nuevo pacto” (S. Mateo 26:28). Estas expresiones ayudan a comprender que no se trata de la completa eliminación de lo anterior, sino de la transformación de algo que ya existe. Este cielo y esta tierra no serán desechados y enviados a la basura, sino renovados por el poder del Dios Creador.

Acción necesaria e inmediata*

“Para que el calentamiento se estabilice, es imprescindible reducir desde ya las emisiones de dióxido de carbono con vistas a llegar a neutralizarlas por completo. Sin embargo, la humanidad lleva la tendencia contraria: el mundo todavía está en camino de un aumento catastrófico de la temperatura, superior a los tres grados, lo que tendrá devastadoras consecuencias sobre el planeta. La recuperación económica tras el COVID-19, debe ser la oportunidad para cambiar el rumbo hacia un futuro más verde”.

* “Las emisiones de CO2 rompen otro récord: un calentamiento global catastrófico amenaza el planeta”, Noticias ONU, consultado en marzo 2021 en https://news.un.org/es/story/2020/12/1485312.

1. “El cambio climático en las religiones del mundo”, DW.com, consultado en marzo 2021, en https://www.dw.com/es/actualidad/proteccion-del-medioambiente/s-100358.

2. Marissa Ronan, “Religion and the Environment: Twenty-First Century American Evangelicalism and the Anthropocene”, Humanities, 2017, tomo 6, número 4, p. 92, en https://www.mdpi.com/2076-0787/6/4/92.

3. “Declaración para los gobiernos de los países industrializados”, Declaraciones Adventistas y Comunicados, 19 diciembre 1995, en http://www.libertadreligiosa.org.ar/web/DeclaracionesOficiales.htm#Clima.

4. Jan Paulsen, “Freedom to Care”, Adventist World, julio 2008, en https://www.adventistworld.org/july-2008/.

5.Laudato Si, Sobre el cuidado de nuestro hogar común”, en https://ourladymt.org/wp-content/uploads/2017/01/Laudato-Si-final-insert-Espanol.pdf.

6. “Human Impacts on the Environment”, National Geographic Society, consultado en marzo 2021, en https://www.nationalgeographic.org/topics/resource-library-human-impacts-environment/?q=&;page=1&per_page=25.

7. Jacques B. Doukhan, Secretos del Apocalipsis (Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020), p. 101.

El autor tiene una maestría en Investigación Social, una maestría en Divinidades, y doctorados en Filosofía y en Ministerio. Escribe desde Nueva York.

Ecología y fe

por Manuel A. Rosario
  
Tomado de El Centinela®
de Junio 2021