En San Lucas 14:26, Jesús dijo: “Si alguno viene a mí, y no aborrece [odia] a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”. ¿Cómo entendemos esta idea de que, para ser discípulos de Jesús, una condición básica y no negociable es odiar a nuestra familia? Parece no coincidir con la idea del Salvador amoroso que tenemos, ¿verdad? Después de todo, Jesús dijo que debíamos amar a nuestros enemigos en lugar de aborrecerlos (S. Mateo 5:43, 44), y que sus discípulos serían reconocidos por amarse unos a otros (S. Juan 13:35). Además, Pablo afirma que el que ama “ha cumplido la ley” (Romanos 13:8), y Juan dice que Dios es amor (1 Juan 4:8). Entonces, ¿de qué se trata eso de aborrecer/odiar a mi esposa y mis hijos?

¿Qué significa “aborrecer” a mi familia?

Si bien la mayoría tenemos algún familiar al que no es tan difícil “odiar” (el abusivo, el sarcástico, el hiriente, la fría y apática, etc.), es evidente que ser buenos discípulos de Jesús NO implica “odiar” a nadie, ni aun a los fáciles de odiar. “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (S. Mateo 5:44). “A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (S. Mateo 5:39). “Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian” (S. Lucas 6:28). Estas son algunas de las tantas enseñanzas de Jesús en relación con la forma en que debemos lidiar con nuestros “enemigos”, con aquellos que nos tratan mal.

Ahora, si Jesús nos enseña a amar a nuestros enemigos, es difícil creer que nos pida que odiemos a los que nos aman. En realidad, es una cuestión de prioridades. Para ser un verdadero discípulo, Dios debe ocupar el primer lugar; y la familia, el segundo. Es decir, Jesús no estaba hablando del verbo “odiar” como tal, sino de colocar a la familia en segundo plano en relación con Dios. El texto se podría traducirse como sigue: “Si alguno viene a mí, y no ama a su familia menos que a Dios, no puede ser mi discípulo”. El contexto inmediato así lo confirma.

Justo antes del texto en cuestión aparece la parábola del banquete en la que muchos invitados presentaron excusas para no aceptar asistir al convite. La enseñanza principal es que no hay excusa válida para rechazar la invitación de seguir a Jesús, ni aun la familia. Al final de esa misma sección, Jesús dice: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (S. Lucas 14:33). Jesús no desea que odiemos a nadie (¡mucho menos a nuestra familia!) en el sentido de rechazarlos, o de albergar sentimientos hostiles. Es una cuestión de tener las prioridades claras.

Este es un asunto clave, tanto para un discipulado exitoso así como para una vida familiar plena.

El discipulado y la familia: relaciones “mediadas”

En su libro Discipulado, Dietrich Bonhoeffer propone que el primer paso en el camino del discipulado “separa a los seguidores [de Jesús] de su existencia previa”. Ser discípulo es el comienzo de una realidad completamente nueva, de tal manera que “permanecer en la situación anterior y seguir a Jesús son mutuamente excluyentes”.1 Cuando Jesús nos llama, él se interpone entre nosotros y todo lo que nos rodea. Por ende, responder favorablemente a su llamado implica renunciar a todo para seguirlo a él. Esa fue la experiencia de los primeros discípulos.

Cuando Jesús llamó a Mateo, este dejó todo atrás, “se levantó y le siguió” (S. Mateo 9:9). De igual manera, Pedro y Andrés, al recibir el llamado de Jesús, “entonces, dejando al instante las redes, le siguieron” (S. Mateo 4:18-20; énfasis agregado). En contraste, el joven rico no pudo seguir a Jesús y se fue triste porque no estuvo dispuesto a renunciar a todo por el Salvador (S. Mateo 19:21, 22). En palabras de Bonhoeffer, cuando alguien ha dado el primer paso del discipulado, “Cristo ha desligado las conexiones inmediatas de la persona con el mundo y ha ligado a la persona inmediatamente a sí misma”.2 Ahora, ¿qué tiene que ver esto con la vida familiar? ¡Mucho!

Bonhoeffer propone que una vez que aceptamos el llamado de seguir a Jesús, renunciando a todo y muriendo al yo, nacemos a una nueva vida en la que ya no nos relacionamos con el mundo “directamente” sino “mediadamente”, a través de Cristo Jesús. “Al hacerse humano, él se colocó a sí mismo entre mí y las circunstancias del mundo. Ya no puedo retroceder. Él está en el medio. Él ha privado a los que ha llamado de toda conexión inmediata con esas realidades. Él quiere ser el medio; todo debería ocurrir solamente a través de él”.3

Es decir, Jesús no solamente es el Mediador entre Dios y los seres humanos, sino también entre humanos y humanos, y entre los humanos y la realidad que los rodea. La única forma en la que un discípulo verdadero se debe relacionar con los demás y con el mundo que lo rodea es a través de Cristo.

El ejemplo de Abraham

Cuando Abraham fue llamado por Dios, tuvo que renunciar a su familia e irse lejos para cumplir la misión divina (Génesis 12:1). Luego, Dios lo llamó a otra renuncia mucho mayor: ofrecer a su hijo Isaac (el hijo de la promesa divina) en sacrificio (Génesis 22:2). Abraham podría haber encontrado muchas razones para rechazar este mandato divino pero, como buen discípulo, para Abraham la voz y el mandato de Dios estaban por encima de todo, aun de su hijo a quien tanto amaba. Es decir, Abraham estaba dispuesto a “odiar” a su hijo (amarlo menos que a Dios).

Ahora, más que nuestra obediencia externa, a Dios le interesa nuestra disposición interna. Por eso, cuando Abraham estaba por sacrificar a su hijo, Dios, viendo que el patriarca había “aprobado” el examen de amar a Dios por sobre todas las cosas, intervino y ofreció un cordero como sustituto de Isaac. De ahí en más, la relación entre Abraham e Isaac seguramente cambió para siempre, porque pasó a ser una relación “mediada” por el cordero, que representaba a Cristo Jesús.

Externamente, Abraham e Isaac bajaron de la montaña tal cual habían subido; los siervos que los acompañaron seguramente no notaron mayor diferencia. Pero internamente, todo había cambiado, porque ahora su relación se centraba en Cristo y estaba mediada por el Cordero. Ese es el plan de Dios para las familias de hoy: poner a Dios en primer lugar y vivir relaciones mediadas.

¿Te imaginas cuán diferente sería el mundo si todos nos relacionáramos con los demás “mediadamente”, a través de nuestro Mediador celestial? ¡Cuán diferentes serían las relaciones entre esposos y esposas, y entre padres e hijos, si permitiésemos que Cristo fuera el Mediador!

¿Cómo vivir relaciones familiares “mediadas”?

  • Acude diariamente al pie de la cruz. Al pie de la cruz de Cristo no hay lugar para manipulaciones egoístas, ni para corazones fríos, orgullosos, no perdonadores, ni mucho menos para abusos de ningún tipo. Al pie de la cruz morimos al orgullo y renunciamos al mundo, y a todo lo que nos rodea. Al pie de la cruz nacemos a una nueva vida mediada por Jesús y comenzamos a amar y a vivir de verdad, como discípulos de Jesús.
  • Procura morir al yo. Reconoce que tanto tú como toda la realidad que te rodea (comenzando por tu familia) existe gracias a él y por él. “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17:28). Morir al yo implica morir a la “antigua” manera de vivir, regida por el orgullo.
  • Relaciónate con los demás y con el mundo que te rodea a través de Cristo. Esa es la única forma en la que un discípulo verdadero se debe relacionar con los demás.
  • Pon a Dios en primer lugar. De esta manera comenzarás una nueva vida en la que tus relaciones, especialmente con aquellos que más amas, estén mediadas a través de Cristo. Pídele a Dios que te ayude a odiar bien a tu familia para ser su discípulo, y así amarlos a través del Cordero, Cristo Jesús.

1. Dietrich Bonhoeffer, Discipleship (Minneapolis, Minnesota: Fortress Press, 2015), p. 22 (traducción del autor).

2. Ibíd., p. 60.

3. Ibíd.

Gerardo Oudri es doctor en Teología y cuenta con una vasta experiencia en consejería familiar. Escribe desde Columbia, Maryland.

Cómo odiar bien a mi familia

por Gerardo Oudri
  
Tomado de El Centinela®
de Mayo 2025