El desarrollo en las últimas décadas de las tecnologías de la información y de la comunicación (TICs) ha generado desafíos para las relaciones humanas: La inmersión en el mundo digital puede llevarnos a perder la conexión cara a cara con el prójimo, privándonos de la riqueza y el desarrollo emocional que conlleva estar físicamente presente ante el otro. La presencia constante del celular en nuestras vidas genera problemas en las relaciones sociales: A menudo, como familia, nos vemos esperando la comida en un restaurante, distraídos cada uno en su propio celular. El celular absorbe toda la atención y debilita la creación de lazos afectivos.
Además, las TICs han contribuido a la pérdida de la privacidad al exponer aspectos íntimos de nuestra vida a través de las redes sociales y las cámaras omnipresentes. La presión para compartir constantemente nuestras experiencias de vida afecta la autenticidad de las relaciones, ya que seleccionamos cuidadosamente lo que creemos que será aceptado en línea.
Pero hay un desafío aun más radical que el perjuicio sobre las relaciones humanas que plantea el mundo digital: Hago referencia al modo en que la Inteligencia Artificial (IA) erosiona el concepto de la verdad. Hoy, la IA puede recrear la voz de un cantante famoso fallecido hace décadas, o puede imitar hasta la perfección una obra de arte plástica o musical que data de siglos. ¡Bienvenidos al plagio perfecto!
La IA no solo amenaza los puestos de trabajo, amenaza nuestra identidad como seres humanos. Ya no sabemos qué es verdad. La falta de transparencia y la posibilidad de sesgos en los algoritmos de la IA presentan serios interrogantes éticos sobre la verdad, la justicia y la imparcialidad. Esto es aprovechado políticamente.
Hay una sola respuesta para los desafíos que nos plantean las TICs: cultivar la interioridad. Para el creyente, la verdad es la Palabra de Dios, y ella se revela diariamente en el alma con el estudio y la oración. El alma humana es la caja de resonancia de la Verdad eterna. Por eso, “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).