En febrero de 2019, en Nueva York, una madre de seis niños fue arrollada por un auto. Estando en un centro comercial, el padre de esta familia le había pedido a Jason, el conductor del vehículo, que no fumara cerca de los niños. El hombre se enojó mucho, y a la salida del centro los embistió con su auto. Luego dio marcha atrás para encarrerarse y aplastarlos. La madre cubrió a sus hijos y fue arrollada. Los niños, quienes tenían entre 11 meses y 10 años, salvaron la vida; la madre no. Una tía de los pequeños dijo que la madre sacrificada estaba embarazada.*
Por el bien de sus hijos, la madre es capaz de realizar actos heroicos en un instante, o de vivir como heroína toda la vida, sirviendo a hijos minusválidos.
Pienso en una madre que escondió a su bebé de tres meses entre los juncos del río en una canasta impermeabilizada. Condenado a muerte por orden del faraón, y a merced de las aguas de un río que anegaba todo el norte del país, el pequeño Moisés no parecía tener posibilidades de sobrevivir. Entonces intervino Dios: mandó a la hija del rey a bañarse al río. Ella encontró al niño y lo adoptó. Moisés creció en el palacio del hombre que atentó contra su vida, iluminado por la fe de su madre hebrea.
Ochenta años después de su rescate en el Nilo, vemos a Moisés conduciendo a unos dos millones de almas hacia la tierra prometida por Dios. Toda su fe, su paciencia, su sabiduría y su amor por ese pueblo lo recibió de Dios; y de sus dos madres, un ejemplo de resiliencia y de generosidad, respectivamente.
Quince siglos después, vemos a una madre huyendo de Belén hacia Egipto. Lleva en sus brazos a su Hijo perseguido por el rey de Judea. Treinta años después, vemos a María rumbo al Calvario, siguiendo a su Hijo que ha de morir por la humanidad.
Madres ejemplares, hijos admirables que nos enseñaron que el mundo puede ser mejor, y que la gloria es posible.
Gracias a Dios por las madres.
El autor es redactor de la revista El Centinela.