Cierta vez se convocó a un concurso de pintura con el tema de la paz. Anhelantes por llevarse el premio, muchos virtuosos y aficionados se inscribieron. Pronto, el salón donde se presentarían las obras se vio abarrotado de pinturas de los más variados estilos. Había coloridos paisajes que irradiaban sosiego y serenidad, atardeceres en la playa, lagos entre montañas, bosques multicolores en otoño, y muchos otros parajes idílicos.
Sin embargo, cuando se eligió el ganador, muchos quedaron perplejos. El artista no parecía haber seguido las reglas del concurso. Pintó una violenta catarata que se despeñaba desde una gran altura y se estrellaba contra las rocas del abismo en un alboroto de espumas. Para el observador casual, la obra distaba mucho de ofrecer paz, pero el ojo agudo de los jueces observó que bajo la catarata se alcanzaba ver la rama de un árbol que crecía en la pared de la montaña, y en la punta de la rama, casi tocando la cortina de agua, un pequeño pajarillo trinaba imperturbable.
Los jueces comprendieron que la paz no consiste en la ausencia de conflictos, sino en permanecer sereno en medio de las crisis.
Mucho se ha hablado ya de la paz, y mucho se ha escrito, se ha predicado mucho y se han creado organizaciones que la promueven; sin embargo, este precioso bien sigue siendo esquivo. Basta con ver los reportes noticieros para comprobar cómo uno tras otro se suceden los problemas en cualquier parte del mundo: guerras o amenazas de guerras entre naciones, combates entre civiles que debilitan a la sociedad, delincuencia desbordada y agitación social, enfrentamientos entre grupos étnicos o religiosos.
Ante este panorama me pregunto: ¿No nos hemos cansado de tratarnos mal, de ofendernos, de agredirnos, de considerar inferiores a los que son distintos a nosotros? Y me respondo con dolor que no, que no estamos cansados, que no hemos aprendido que la paz no proviene de leyes o decretos o de la voluntad de cada uno, sino de algo mucho más grande que una fecha o una ley: de la confianza en alguien más grande y más sabio que nosotros, del único que puede traer la auténtica paz. Jesucristo. Como si les dejara un testamento, él dijo a sus discípulos en la víspera de su sacrificio: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (S. Juan 14:27). Cuánta profundidad en esas pocas palabras, y al mismo tiempo cuánta belleza.
Quiero compartir contigo algunos conceptos que nos ayudarán a vivir en paz.
- Aprende a apreciar las diferencias entre las personas. En el momento en que puedas ver a los demás como hijos de Dios, y reconozcas que no son mejores ni peores que tú, podrás comenzar a apreciar esas diferencias.
- Decide escuchar a los demás con atención. Escucha sus opiniones, sus creencias y valores, y aprende a estimarlas por quiénes son, sin intentar forzar tus creencias ni tus opiniones.
- Elige rebelarte ante la intolerancia no siendo parte de ella, y hablando por los que no tienen voz. Pero hazlo en paz, pues una gota de miel atrae más moscas que un barril de hiel.
- Recuerda que los conflictos nacen en las mentes de las personas, y es en esas mismas mentes donde debe levantarse el estandarte de la paz. Llena tu mente de lo bueno, de pensamientos de paz, alegría y felicidad, y atrévete a ser un elemento de propagación, que quienes te vean sepan que no solo vives en paz, sino que la buscas en forma activa.
El doctor Martin Luther King Jr., quien fuera laureado con el Premio Nobel de la Paz, dijo en su famoso discurso de agosto de 1963: “Tengo el sueño de que. . . un día las personas no serán juzgadas por el color de su piel [o su país de origen, o su idioma, o su religión, o sus limitaciones físicas], sino por el contenido de su carácter”. Cuánto me gustaría ver que las personas persiguieran la paz como la meta más ansiada, la cosa más preciosa que un ser humano pudiera alcanzar.
Otro Premio Nobel de la Paz, Teresa de Calcuta, quien dedicó su vida a trabajar entre los leprosos de Calcuta, dijo: “Por cada gota de dulzura que se da, hay una gota menos de amargura en el mundo”. ¿Te imaginas qué ocurriría si esa frase fuera nuestro lema para el diario vivir? Cuánta paz y felicidad habría en este mundo, cuántos conflictos y disputas, crímenes y abusos se evitarían.
Alguien dijo alguna vez que si le diéramos la mano a quien está a nuestro lado, terminaríamos rodeando el mundo en un gran abrazo. ¿Por qué no comienzas en el lugar donde te encuentras? Busca la paz entre quienes te rodean, y que esa paz se esparza como un reguero de esperanza y seguridad hasta los confines de la tierra.
El autor coordina las actividades de las iglesias adventistas en Ohio.