Hace poco leí un artículo que decía que el 93 por ciento de los estadounidenses cree en la inmortalidad del alma. Este porcentaje se fragmenta en las siguientes creencias: el 67 por ciento cree que el alma de una persona que muere va al cielo o al infierno. El 13 por ciento considera que el alma vive en alguna clase de dimensión espiritual; el 6 por ciento dice que el alma continúa deambulando, y el 5 por ciento cree que el alma reencarna. Un 2 por ciento cree que se convierte en fantasma.1
Dos creencias fundamentales con relación a la naturaleza humana
Existen dos perspectivas cristianas respecto a la naturaleza del hombre. La primera se basa en la creencia en la inmortalidad del alma, el dualismo clásico; la segunda, en la creencia de la resurrección del cuerpo, el monismo bíblico.2 En aóos recientes, estos dos puntos de vista han sido discutidos entre teólogos, filósofos y científicos.
Un breve vistazo al dualismo clásico
El origen de esta popular postura no es bíblico. El padre del dualismo clásico occidental fue el filósofo griego Platón (427-347 a.C.), quien, con Aristóteles, son considerados los filósofos de mayor impacto en la teología cristiana.3 Platón fue discípulo de Sócrates (469-399 a.C.), quien, buscando el sentido de la injusticia en la vida humana, propuso la idea de que el hombre tiene una naturaleza dual compuesta por un alma (inmortal, inteligente e inmutable) y un cuerpo (mortal y mudable).
Siguiendo la misma línea de su maestro Sócrates, Platón creía que la naturaleza humana tiene un componente espiritual (el alma) y otro material (el cuerpo). Platón estableció que cuando el hombre muere, el alma es liberada de la “prisión” del cuerpo y se dirige al cielo o al infierno. Es interesante que Nancey Murphey, profesora de Filosofía cristiana del Seminario Teológico Fuller, afirma que la idea de la inmortalidad del alma se produjo por razonamientos humanos y no bíblicos. Ella lo expresa así: “¿De dónde viene el lenguaje dualista? Viene de teorías desarrolladas en un pasado distante. Una sugerencia es que las teorías dualistas fueron formuladas por razones éticas. Está claro que las personas no reciben galardones o castigos en esta vida. Por lo tanto, se supuso que debería existir otra vida, aparte del cuerpo, donde la justicia es impartida”.4
Un breve vistazo al monismo bíblico
Los hebreos siempre defendieron el concepto de que el ser humano es un todo, indivisible y mortal. Esta enseóanza es presentada claramente en la Biblia de principio a fin. La palabra hebrea nephesh, que se traduce como “alma”, también es traducida como “vida” o “ser”, y es usada con referencia a todo el individuo y no como una entidad aparte del cuerpo. Una traducción común de nephesh en el Antiguo Testamento es “persona”. Esto denota al ser humano como un todo. Por lo tanto, el alma no puede existir fuera del cuerpo.5 En Génesis 2:7 leemos: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser (nephesh) viviente”. La Biblia no dice que Dios sopló en la nariz del hombre un alma, sino su aliento de vida, y fue entonces cuando el hombre se convirtió en un alma (nephesh) viviente. Eso quiere decir que Adán era un alma sin vida entre el intervalo de la creación de su cuerpo y el soplo de vida proveniente de Dios. Esto es exactamente lo que ocurre cuando alguien muere y deja de respirar, pasando a ser un alma sin vida o muerta (ver Eclesiastés 12:7). Este tipo de pensamiento hebreo también defiende la creencia de que el mundo material creado por Dios, incluyendo el cuerpo humano, era “muy bueno” (Génesis 1:31). Además, la naturaleza humana no fue creada inmortal, sino con la capacidad de llegar a serlo. La inmortalidad es un don divino y no una cualidad humana.6
Esta misma idea del ser humano como un todo es repetida en el Nuevo Testamento. La palabra griega para “alma” es psyche, que denota el todo de la persona, así como nephesh lo refleja en el Antiguo Testamento. El significado más frecuente de la palabra alma (psyche) en el Nuevo Testamento es “vida”. Además, la enseóanza de la resurrección de los muertos ratifica que no existe tal cosa como una entidad externa al cuerpo, como la idea popular de la inmortalidad del alma lo sugiere. En 1 Corintios 15:38-58, el apóstol Pablo no habla de la inmortalidad del alma. Por el contrario, Pablo afirma que la vida eterna depende completamente de Dios y que él cambiará la fragilidad, el deterioro y la debilidad de nuestros cuerpos al transformarlos y hacerlos aptos para la eternidad. Es entonces cuando el ser humano comenzará a ser inmortal.
El monismo bíblico en la ciencia y la filosofía
Filósofos y científicos contemporáneos han dado validez al pensamiento del ser humano como un todo, tal como la Biblia lo describe. Por ejemplo, la neurociencia ha confirmado mediante investigaciones que casi todas las facultades humanas, una vez atribuidas al alma, son funciones del cerebro. En otras palabras, capacidades y facultades como sentir, hablar, tomar decisiones, pensar, concientizar, moralizar y ejercer el libre albedrío son producidas por el cerebro y no por una entidad inmaterial independiente del cuerpo.7
El neurocientífico, biólogo molecular y físico inglés Francis Crick, quien junto a James Watson descubrió la estructura del ADN y recibió el Premio Nobel en Fisiología y Medicina, dijo: “La idea de que el hombre tiene un alma aparte del cuerpo es tan innecesaria como la idea antigua de que existía una ‘fuerza de vida’. Esto contradice directamente la creencia religiosa de miles de millones de seres humanos vivos hoy”.8
Conclusión
El hombre llegó a ser un alma viviente gracias a la unión del cuerpo creado por Dios del polvo de la tierra más el propio aliento del Dador de la vida (ver Génesis 2:7). Entonces, el hombre no fue creado inmortal en sí mismo sino con la capacidad de llegar a serlo, dependiendo de su relación de amor real y personal con Dios. Por lo tanto, su destino final no se basa en un alma preexistente sino en Dios. La ciencia y la filosofía ratifican la improbabilidad del dualismo griego. Por eso nuestra esperanza debería descansar en la enseóanza bíblica de la resurrección del cuerpo y no en la doctrina espuria de la inmortalidad del alma.
El autor es doctor en Teología. Escribe desde Collegedale, Tennessee. En caso de que le interese la bibliografía, solicítela a esta editorial.