Esta es una pregunta fundamental. No se trata de lo que quieres hacer en tu vida, sino de qué hacer con tu vida. Esta forma de plantear la interrogación supone que tu vida es en sí misma un capital, del que tienes que hacerte responsable. Si lo quieres de un modo más cálido: con tu vida tienes un hijo al que debes criar. Tu vida es tu propia carga de responsabilidad.
¿Qué quieres hacer con tu vida? Responder esta pregunta supone un ejercicio profundo del espíritu. En primer lugar, debes saber qué quieres para ti. Esta ya es una cuestión difícil de responder. Pero hay algo más profundo, que complica esta pregunta: La vida no se trata de lo que queremos sino de lo que necesitamos hacer. Es muy distinto plantearse qué quiero a qué necesito. ¿Qué necesita mi alma? Esta es la cuestión.
Si haces lo que quieres, todas las cosas y todas las personas serán útiles para ti. Las usarás y las desecharás cuando quieras. Pronto llegarán tus éxitos, y pensarás que Dios está contigo. Algunos dicen: “A mí siempre se me alinean los patitos. Dios siempre me bendice”. Y van creyendo que Dios los bendice cuando se hace lo que ellos quieren. No se dan cuenta de cuán superficial es su alma.
Pero todo se complica cuando buscas lo que realmente necesitas. Permíteme decirte que lo que realmente tú y yo necesitamos es conocer la voluntad de Dios, saber lo que Dios quiere de nosotros. ¡Que nada tiene que ver con lo que queremos! Buscar nuestra verdadera necesidad nos torna en seres profundos, que no usan a la gente como objetos. Esta clase de persona no dice que Dios la bendice siempre. Hace silencio. Enfrenta a las personas que no le gustan y no las evita. Aprende de ellas. No huye. Finalmente, sabe que el corazón del caminante se fortalece más cuando sube las cuestas. El que busca su verdadera necesidad, busca a Dios. Y lo encuentra. Dios lo dirige silenciosamente. Le va dando lo que necesita, no lo que quiere ni lo que cree merecer.
El autor es director de El Centinela.
