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Fue al levantarse de la tumba que Cristo venció la muerte y el sepulcro. Ese hecho asombroso abrió el camino a la esperanza para cada creyente que lo acepte como Salvador. A continuación se plantean tres evidencias innegables que corroboran la resurrección de Jesús.

La evidencia de la tumba vacía

Hay en Jerusalén dos tumbas adonde acuden miles de turistas cada año. Estas tumbas han sido vinculadas con el lugar donde los Evangelios de la Biblia narran que Jesús fue sepultado (S. Mateo 27:33, 57-60; S. Marcos 15:22, 44-46; S. Lucas 23:33, 50-53; S. Juan 19:17, 41, 42). La primera tumba constituye la ubicación más tradicional. A pesar de los debates para señalar el sitio exacto, el arqueólogo John McRay en 1991 declaró: “La evidencia arqueológica y literaria temprana argumentan fuertemente a favor de quienes la asocian con la Iglesia del Santo Sepulcro”.1

La otra alternativa al lugar donde Jesús estuvo sepultado está ubicada en el llamado Huerto del Sepulcro. Esta opción apareció más recientemente, y no cuenta con el mismo respaldo arqueológico y literario. Pero al lado hay una colina que tiene la apariencia de una calavera y muestra una correspondencia con la narrativa bíblica del huerto y el sepulcro que “estaba cerca” y que había sido “abierto en una peña” (S. Lucas 23:53; S. Juan 19:40, 41). El lugar atrae la atención porque reproduce muy bien la escena narrada en los Evangelios, especialmente en Juan.

Lo más importante de estas dos tumbas tan visitadas en Jerusalén es que ambas están vacías. Ahí radica la evidencia de la resurrección de Jesús.

La evidencia de sus apariciones

Cuando Jesús murió, sus enemigos mandaron a asegurar la tumba con una piedra sellada y una guardia romana (S. Mateo 27:65, 66). Así, los propios soldados romanos que custodiaban la tumba de José de Arimatea donde Jesús fue sepultado fueron los primeros testigos de su resurrección. Al levantarse victorioso, “los guardas temblaron y se quedaron como muertos”. Luego ellos mismos “fueron a la ciudad, y dieron aviso a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido” (S. Mateo 28:4, 11).

La primera persona de los seguidores de Jesús que tuvo el privilegio de encontrarse con el Cristo resucitado fue María Magdalena. En un principio, ella lo confundió con el hortelano. ¡Cuán grande fue su sorpresa cuando lo reconoció! No pudo más que exclamar: “¡Maestro!” (S. Juan 20:16).

Después, Jesús se apareció a los dos discípulos que iban rumbo a Emaús, pensando en un Cristo muerto (S. Lucas 24:14, 18). Al final del camino, ya en casa, cuando partió el pan lo reconocieron, y regresaron a Jerusalén para dar las nuevas. Cuando llegaron, ya Jesús se había aparecido también a Pedro (vers. 28-34). Mientras testificaban, “Jesús se puso en medio” de los discípulos y comió con ellos (vers. 36-43). Tomas, uno de los doce, no estaba con ellos, y dudó de la aparición de Jesús. Como Jesús resucitó también para los incrédulos, se presentó a Tomás (S. Juan 20:26-29). En la presencia de Jesús las dudas se disipan.

La evidencia de la Iglesia Cristiana

Jesús les dijo a los testigos de su resurrección: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). La evidencia de la resurrección de Jesús, confirmada por la recepción del Espíritu Santo (Hechos 2), hizo que el cristianismo fuera aceptado y esparcido.

Conclusión

Dos tumbas vacías en Jerusalén, muchas apariciones confirmadas, y el surgimiento de una iglesia militante que pronto será triunfante cuando Jesús regrese por segunda vez en gloria y majestad. La promesa es fiel: “Se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:52); “Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).

Beneficios de vivir con esperanza2

Podemos estar de acuerdo teóricamente en que la vida es mejor cuando se tiene esperanza; y no hay esperanza más grande y trascendental para un cristiano que la esperanza de la vida eterna, propiciada por la muerte y la resurrección de Cristo. Pero, ¿en qué nos beneficia vivir con esperanza?

  • Nos ayuda a enfocarnos en el futuro. La fe que tenemos en un futuro prometedor y feliz nos ayuda a no concentrarnos tanto en lo negativo del hoy, sino en tener la mirada fija en ese fin deseado y esperado. Nos ayuda a evitar la desesperación y el negativismo.
  • Nos facilita aprender de las dificultades. Además de tener la seguridad de que siempre habrá opciones para enfrentar los problemas, las personas con esperanza sacan enseñanzas de las adversidades. El optimismo propio de la vida con esperanza nos ayuda a entender los problemas como parte de la vida, y a tener una actitud humilde de aprendizaje y desarrollo continuo.
  • Nos ayuda a compartir esperanza con otros. Un dicho expresa: “No podemos compartir lo que no tenemos”. Las personas que viven con esperanza pueden contagiar esa esperanza de distintas maneras: pueden motivar a otros, contagiar optimismo, subir el ánimo o compartir consejos, por ejemplo. Tanto con palabras como con el ejemplo o con una sonrisa, las personas con esperanza esparcen ese sentir.

1. John McRay, Archaeology & the New Testament (1991), p. 216.

2. Wilson Ardila Marchena, “La Esperanza: 7 beneficios en la gente con una actitud de esperanza”, Desarrollo Personal Hoy, en https://www.wilsonardila.com/la-esperanza-7-beneficios-en-la-gente-con-una-actitud-de-esperanza/.

El autor es psicólogo, ministro cristiano y profesor asociado de Teología en Oakwood University, Alabama.

Evidencias del Cristo resucitado

por Manuel Moral
  
Tomado de El Centinela®
de Abril 2024