En una iglesia estaban preparándose para representar la pasión del Señor. Al darle los parlamentos a un niño, el director de la obra le dijo:
—Lo siento, hijo. Te ha tocado el papel menos importante.
—No es así —replicó el muchacho—. ¡Me ha tocado ser la piedra que es movida en la resurrección de Cristo!
El niño tenía razón. La resurrección de Cristo es el acontecimiento decisivo en la guerra entre el bien y el mal.
En este número especial sobre la gesta redentora, El Centinela, se ha centrado en el milagro de la resurrección del Señor Jesucristo. Si la encarnación es la primicia de la redención, su timbre de gloria es la resurrección. Mediante este prodigio se asegura la permanencia de la humanidad que por el pecado de Adán estaba destinada a desaparecer.
La muerte es la reducción de la imagen humana de Dios al polvo, a la extinción. Tan malvado es el ángel caído que llevó a quien es la Vida a la condición de los que ya no son. Tan sublime es el Redentor, que se levantó victorioso sobre el supremo espanto y, como en la creación, volvió a detonar la vida.
La resurrección de Cristo es fundacional. En ella echa raíz la Iglesia y se cimenta el cristianismo. Con ella se cierran las puertas del sepulcro y se abren las del cielo. ¡Alabado sea Dios! ¡Glorificado sea Cristo! ¡Exaltado sea el Espíritu Santo que lo vivificó y vivifica también a todo el que cree!
El grito
Del fondo del abismo surge un grito,
un grito de terrores demenciales
que cimbra los confines siderales
y hiela el corazón del Infinito.
Un grito repentino e inaudito
gestado en los parajes infernales
otrora sacrosantos y leales,
bastión de lo sagrado y lo bendito.
Y surge la respuesta agonizante
producto del amor y la tristeza.
El Rey ha restringido su grandeza,
y baja al lazareto desafiante,
asalta la espantosa catacumba
y vence los poderes de la tumba.
El autor es redactor de El Centinela.