Grace Rohloff, una chica de 20 años, estudiante de la Universidad del Estado de Arizona, realizó el sueño de su vida al escalar junto a su padre, Jonathan, el Half Dome de Yosemite, California. El 13 de julio de 2024 tomaron el sendero que termina casi 122 metros (400 pies) antes de la cumbre. De allí en adelante es obligatorio sacar permiso para usar los cables y llegar a la cima. Padre e hija lograron alcanzar la cima, y durante veinte minutos pudieron contemplar el maravilloso paisaje.
Ambos habían decidido comenzar a bajar cuando vieron una nube negra que se aproximaba. Mientras descendían, una lluvia torrencial los sorprendió. Esto hizo más dificultoso el descenso, la roca se puso resbaladiza, y Grace tuvo que luchar para aferrarse de los cables. Sus pies se resbalaban, a pesar de tener zapatos nuevos. De pronto, se soltó del cable. El padre, al ver cómo su hija caía sin control al vacío, extendió su mano para salvarla, pero lamentablemente fue imposible detener su caída de 62 metros (200 pies). Algunos comentaristas piensan que Grace no se enganchó debidamente al cable y, como consecuencia, perdió la vida.*
El mundo en el que vivimos está minado de peligros. Nuestro enemigo, el diablo, procura llevarnos a la cima del placer para luego dejarnos caer en el abismo del pecado, pero nuestro amoroso Padre celestial siempre está listo para extendernos su mano poderosa para evitar nuestra caída mortal.
Elena G. de White, en su libro Promesas para los últimos días, nos recuerda: “Ninguno de nosotros tiene excusa para dejar de apoyarse en Dios bajo cualquier forma de prueba. Él es nuestra fuente de fortaleza, nuestra plaza fuerte en cada prueba. Cuando clamamos a él por ayuda, su mano se extenderá poderosamente para salvar” (p. 143).
Al igual que Jonathan hizo todo lo posible por salvar a su hija, Cristo nunca nos abandona en nuestros momentos de prueba: “Cristo nunca abandonará al alma por la cual murió” (Ibíd., p. 82). Tristemente, por más que Jonathan Rohloff intentó salvar a su amada hija, su naturaleza humana se lo impidió. Pero esta historia nos enseña que, a pesar de los desafíos que enfrentamos, debemos aferrarnos con firmeza al “Cable” de la salvación, que es Cristo. Mientras lo hagamos, el enemigo no podrá hacernos caer. “El enemigo nunca puede arrancar de la mano de Cristo a aquel que sencillamente confía en las promesas del Señor” (Ibíd., p. 12).
Confiemos en que, incluso cuando nos encontramos al borde del precipicio espiritual, los ángeles del cielo están listos para intervenir: “Si pudiera avivarse nuestra visión espiritual, veríamos. . . a los ángeles que vuelan rápidamente para socorrer a los tentados, que puede decirse que están de pie en el borde del precipicio. . . y las llevan a poner los pies sobre un fundamento seguro” (Ibíd., p. 136).
Aunque el mundo esté lleno de peligros, siempre podemos confiar en la mano protectora de Aquel que no falla.