Si el alma se expresa en palabras, es porque hay una Palabra convocante, una Palabra anterior a toda palabra humana. Ese es el Verbo: la Primera Palabra. Desde que nacemos hasta que morimos, desde el primer llanto hasta el último suspiro, todo lo que buscamos es esa voz del otro que rompa la soledad. Todos necesitamos una palabra de amor. La peor soledad es aquella a la que nos lanza el ser más amado cuando ha dejado de comunicarse. La conexión es la vida; la desconexión es la muerte. Por eso, en la soledad e insignificancia a la que nos arroja la infinitud del universo, el alma necesita una Palabra paternal. Necesita escuchar la voz del Verbo.
El Verbo, Cristo, es el origen de la comunicación con Dios, porque es la primera palabra que describe la relación del Creador con la criatura. Es la primera comunicación de Dios hacia el hombre, con la intención de crearlo y redimirlo. Cuando Dios creó a Adán, la primera palabra que éste oyó fue la de su Creador. La Palabra de Dios en nuestro corazón es la mayor prueba de la obra del Verbo en nuestras vidas. Este contacto es una oración que nace en el Verbo, fluye en el alma humana e inaugura la relación con Dios. “Mi corazón te ha oído decir: ´Ven y conversa conmigo’. Y mi corazón responde: ‘Aquí vengo, SEñOR’” (Salmo 27:8, NTV).*
La oración genuina es la intercesión del Espíritu Santo por nosotros (ver Romanos 8:26), que hace posible lo que dice. El sentido más profundo de la oración no es meramente pedirle cosas a Dios. Es dejar que Dios nos hable de él. No es explicarle nada, sino dejar que él se explique a sí mismo en nosotros. Este es el camino de la luz de Dios en nuestros corazones. El Verbo es la Primera Palabra en nuestra conciencia. Y cuando respondemos a esa Palabra, el Verbo gana y nosotros ganamos con él.
* La cita marcada con NTV fue tomada de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.
El autor es el editor de El Centinela.