Desde 1993, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha proclamado el 22 de marzo como el Día Mundial del Agua, para llamar atención a la importancia del agua para la existencia humana. Este día no solo hace referencia a este recurso básico, sino que destaca que en la actualidad hay 2,200 millones de personas sin acceso a agua potable segura. El objetivo de las Naciones Unidas es promover el acceso a agua potable y servicios sanitarios en todo el mundo para el año 2030.1
En 2023, el enfoque de la promoción es el agua subterránea. Se refiere a los depósitos de agua en venas o capas subterráneas de rocas, arena o piedras formadas por presiones geológicas. Estos depósitos acuíferos alimentan manantiales, ríos, lagos y ciénagas, y llegan hasta el mar. El agua subterránea crece por la lluvia y la nieve que infiltra la tierra. Se la trae a la superficie por medio de bombas y pozos.
Sin esta fuente subterránea de agua, la vida humana no existiría. La mayoría de las tierras áridas en el mundo dependen enteramente del agua subterránea. Una gran proporción del agua que utilizamos para beber, producir alimentos y cosas, proveer servicios sanitarios y apoyar procesos industriales, proviene de depósitos subterráneos. También es sumamente importante en el funcionamiento de ecosistemas como áreas pantanosas y ríos.
Como todo recurso natural, la explotación del agua subterránea tiene límites. No debe extraerse más agua que la que puede reponerse mediante la lluvia y la nieve, y se debe proteger estos depósitos de la contaminación ambiental. A causa de los desafíos crecientes de los cambios climáticos producidos por el calentamiento global, es vital que aprendamos a encontrar, proteger y utilizar con actitud responsable las fuentes de agua subterránea.
Necesitamos agua
La importancia de este recurso quizá se entiende mejor si se la trae al plano personal. La escasez de agua es posiblemente la crisis más seria de cualquier sociedad. El ser humano acaso puede sobrevivir unos pocos días sin agua, y la deshidratación puede causar severos problemas para la salud. Tomar poca agua resulta en piel seca, estreñimiento, dolor de cabeza, presión arterial baja, latidos cardíacos acelerados, mareos y respiración entrecortada.2 El agua disuelve, hidrata, limpia, suaviza y alimenta. El agua nos acompaña desde el comienzo hasta el final de la vida. Somos lavados con agua cuando nacemos y también cuando morimos.
Jesús y el agua de vida
El agua es tan esencial que desde tiempos antiguos ha sido incorporada a metáforas y expresiones filosóficas. Pero quizá fue Jesús, en la Biblia, quien mejor representó el significado místico de la universalidad del agua. Al referirse al poder vivificante del agua, comparó su mensaje a una corriente de poder espiritual:
“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (S. Juan 7:37, 38). El mismo pasaje explica que el poder prometido proviene, no del ser humano, sino de Dios mismo. “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo” (vers. 39).
En la Biblia, las referencias al agua son numerosas y reveladoras: agua por dentro y agua por fuera; agua que sacia la sed del alma para siempre, y agua del bautismo3 que nos sumerge en la gracia y el amor de Dios.
La mujer junto al pozo
En el diálogo con una mujer samaritana, el tema es el agua. Jesús dirige la interacción para el beneficio de ella y de toda la humanidad que aprecia el mensaje. La mujer vive bajo la sombra de una mala reputación; viene al pozo a la hora más caliente del día para evitar murmuraciones. Necesita agua y lleva un cántaro en la cabeza que, cuando esté lleno, le dará agua potable apenas para un día. Cuando Jesús le pide agua, no sabe cómo procesar la idea de que se trata de un extranjero, un hombre. Leamos brevemente el comienzo del diálogo:
“La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (S. Juan 4:9-14).
Enseguida, Jesús procede a demostrar a qué se refiere. Le dice a la mujer que traiga a su marido, sabiendo bien que su vida había sido un desfile de hombres que le habían robado el honor y la felicidad. Cuando Jesús le revela su situación desesperada, la mujer advierte que quien le habla no es un hombre común, y Jesús le da a entender que ella puede ser una verdadera adoradora de Dios. A diferencia de los religiosos aferrados a las ceremonias e instituciones, Jesús solo pide que lo adoremos “en espíritu y en verdad” (vers. 24).
Tan vital como el agua para la existencia física, la disposición de creer, lo que la Biblia llama fe, nos lleva a una relación con Jesús que colma nuestra necesidad más profunda de sentido, de identidad y de certeza. Como el agua, las palabras de Jesús calman nuestra sed de aquello que trasciende lo físico. El incrédulo intenta negar su vacío espiritual, pero su mismo espíritu lo traiciona. De cierto modo hace lo que hizo el pueblo de Israel de antaño: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2:13).
Quizá las referencias más hermosas de la Biblia al agua y el poder renovador de Dios se encuentran en el libro de Apocalipsis. En una descripción emotiva de la Tierra Nueva, se nos dice: “El Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7:17).
Más adelante en el libro, en los gloriosos acordes finales de las Escrituras, se vuelve a mencionar el agua. “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. . . Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 21:6; 22:17).
Aunque el agua como recurso físico no guarde relación directa con la vida espiritual, es provechoso recordar, aunque no siempre queramos reconocerlo, que los seres humanos tenemos una profunda e imperante sed de Dios. Jesús todavía quiere y puede saciar esta sed del alma.
Acerca del agua
“No hay nada en el mundo tan suave y tan débil como el agua, sin embargo, para atacar las cosas que son duras y fuertes no hay nada superior a ella, nada que la puede reemplazar” —Lao-Tzu (siglo VI a.C.).
“Si hay magia en este planeta, está contenida en el agua” —Loren Eisely (1907-1977).
“El planeta, el aire, la tierra y el agua no son herencia de nuestros antepasados, sino un préstamo de nuestros hijos. . . Debemos entregárselos a ellos al menos como se nos entregó a nosotros” —Mahatma Gandhi (1869-1948).
“Cuando el pozo se seca conocemos el valor del agua” —Benjamín Franklin (1706-1790).
“Como individuos, somos una gota. Juntos, somos un océano” —Ryunosuke Satoro (1892-1927).
El agua multiforme
—Amado Nervo
¿Pretendes ser dichoso? Pues bien: sé como el agua;
sé como el agua, llena de oblación y heroísmo,
sangre en el cáliz, gracia de Dios en el bautismo;
sé como el agua, dócil a la ley infinita,
que reza en las iglesias en donde está bendita,
y en el estanque arrulla meciendo la piragua.
* * *
Lograrás, si lo hicieres así, magno tesoro
de bienes: si eres bruma, serás bruma de oro;
si eres nube, la tarde te dará su arrebol;
si eres fuente, en tu seno verás temblando al sol;
tendrán filetes de ámbar tus ondas, si laguna
eres, y si océano, te plateará la luna.
Si eres torrente, espuma tendrás tornasolada,
y una crencha de arco iris en flor, si eres cascada.
Así me dijo el Agua con místico reproche,
Y yo, rendido al santo consejo de la maga,
Sabiendo que es el Padre quien habla entre la noche,
Clamé con el apóstol: “Señor, ¿qué quieres que haga?”
El autor es vicepresidente editorial de Pacific Press® Publishing Association.