San Pablo escribió: “Entiendo que de veras Dios no hace diferencia entre una persona y otra” (Hechos 10:34, DHH).1 Estas palabras hablan de la igualdad de los creyentes ante Dios. Es lamentable que en la sociedad no se haya reflejado este ideal cristiano: ser negro no ha sido igual que ser blanco; ser esclavo no ha sido igual que ser libre; ser hembra no ha sido igual que ser varón. Hablemos de esta última realidad: la desigualdad social histórica por causa del sexo, ya que a ella nos remite la celebración del 8 de marzo.
Hagamos un poco de historia
Empecemos por Jesús. él era “Dios con nosotros” (S. Mateo 1:23); y como “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34), Jesús trataba a todos como lo que eran: hijos e hijas de Dios. En lo que respecta a las mujeres, Jesús no parecía compartir eso que los varones judíos decían en sus plegarias: “Gracias, Dios, porque no me has hecho mujer”.
“Las palabras y acciones de Jesús incorporaron a las mujeres en ámbitos que resultaban nuevos y sorprendentes en el siglo I”.2 Cuando habló con la samaritana, “sus discípulos se asombraron de que hablara con una mujer” (S. Juan 4:27, RV95)3 porque los hombres no hablaban con mujeres fuera del ámbito del hogar. En sus parábolas, usaba referencias femeninas para ilustrar valores espirituales; “transgredió” la ley negándose a apedrear a una adúltera; sentada a sus pies aprendía María, a pesar de que la enseñanza estaba vetada a las mujeres; afirmó que las prostitutas entrarían en el cielo antes que los sacerdotes; y dio a las mujeres papeles protagónicos en su crucifixión y resurrección. Pero esta influencia del cristianismo primitivo favorable a las mujeres (gracias al ejemplo de Jesús y a ciertos pasajes del Nuevo Testamento) pronto se perdió, y la vida se volvió para ellas tan restrictiva como lo había sido siempre.
En líneas generales, salvo raras y muy contadas excepciones, hasta el siglo XVIII las mujeres fueron invisibles social, política e históricamente. Dependían de un varón (padre, esposo u obispo) y no tenían derechos ni libertades. Pero hubo quienes intentaron darle visibilidad a esta situación, como Christine de Pizan, autora de La ciudad de las damas (1405) y el filósofo Poullain de la Barré, autor de La igualdad de los sexos (1671). Este caso fue extraordinario, pues se trataba de un hombre del siglo XVII intentando hacer ver a los hombres que la opinión masculina en cuanto a la mujer necesitaba cambiar.
Con la Revolución Francesa (1789-1799) surgieron los conceptos de igualdad, libertad y fraternidad. Las mujeres también querían lograr esos ideales y empezaron a reunirse. El espacio público había estado hasta entonces vedado para ellas, pero ahora, en tertulias con presencia también masculina, hablaban de igualdad entre sexos. Se les impedía participar en el debate político, y escribían los Cuadernos de quejas, reivindicando el derecho a la educación, al trabajo y a sus propios hijos (la patria potestad correspondía exclusivamente al padre), la abolición de los malos tratos en el matrimonio, y el derecho a ingresos propios (sus salarios, ganados en labores domésticas o artesanales, pertenecían al hombre del cual dependían). Aunque no se logró nada, porque en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano que se aprobó inmediatamente después, solo el hombre fue considerado ciudadano, al menos quedó escrito el primer documento con reivindicaciones de mujeres organizadas. Además, Olympe de Gouges escribió La Declaración de los Derechos de la Mujer, donde pidió que las mujeres fueran también consideradas ciudadanas. Olympe murió en la guillotina.4
Con la Revolución Industrial inglesa (1760-1840) las mujeres ingresaron masivamente en el mercado laboral. Mary Wollstonecraft escribió La vindicación de los derechos de la mujer (1792), donde pidió básicamente: el derecho a ejercer profesiones, a tener propiedades, a la educación y al voto. Pero no se logró nada; la mujer fue de nuevo silenciada social y políticamente, sin derechos, libertades ni emancipación.
Tras estas primeras reivindicaciones de mujeres europeas, en el siglo XIX las sufragistas británicas y estadounidenses reclamaron dos derechos: a la educación y al voto. Después de 2,588 peticiones en el Parlamento británico y muchas manifestaciones en la calle, el 28 de mayo de 1917 se logró el sufragio femenino en el Reino Unido, y tres años después, en Estados Unidos. Por primera vez una mujer pudo votar en el mundo.
En los Estados Unidos se destaca una figura especial en el siglo XIX: Sojourner Truth. Esta afroamericana, esclava liberada y analfabeta, planteó por primera vez la doble exclusión que sufrían las mujeres de raza negra: por sexo y por raza. Su discurso “¿Acaso no soy yo una mujer?” es excepcional. Sojourner nos recuerda que, en Cristo Jesús, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, no hay blanco ni negro; todos somos uno (ver Gálatas 3:28).
En el siglo XX se logró el cambio en la vida cotidiana de la mujer, y comenzaron las políticas públicas de igualdad. Aunque lentamente, se fueron obteniendo los derechos y libertades y comenzó a verse la presencia de mujeres en instituciones y empresas. Dejó de verse lo femenino como obligatoriamente confinado al hogar, y empezó la autocrítica de las sociedades democráticas que, aunque eran el mejor tipo de sociedad posible, no estaban exentas de sexismo, racismo y otros tipos de discriminación.
En 2000 se produjo la Marcha Mundial de las Mujeres, la primera a nivel global, que nos permitió percibir que todas las mujeres del mundo tenían los ojos puestos en el siglo XXI.
1. La cita marcada con DHH fue tomada de la Biblia Dios habla hoy®, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996. Utilizada con permiso.
2. Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser, Historia de las mujeres (Barcelona: Crítica, 2009), p. 91.
3. La cita marcada con RVR95 fue tomada de la versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizada con permiso.
4. Nuria Varela, Feminismo para principiantes (Barcelona: Ediciones B, 2019).
La autora es editora en la Asociación Publicadora Interamericana, y escribe desde Miami, Florida.