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Hace algún tiempo fui a visitar a Miguel, quien estaba muriendo de cáncer. Antes de salir de casa escogí algunos pensamientos bíblicos e himnos de fortaleza y ánimo. Cuando llegué a su casa, me hicieron pasar inmediatamente a su habitación, y al mirar su cuerpo desgastado y consumido por la enfermedad, me conmoví, pero cobré ánimo y procedí a leer los textos bíblicos y a cantar los himnos de esperanza en Cristo que había seleccionado para la ocasión.

Miguel me sorprendió, pues en cada lectura o himno me interrumpía para decirme lo que la lectura y el himno significaban para su vida. Ya intrigado, le pregunté: “Miguel, ¿cómo puedes hablar con tanta esperanza y ánimo cuando sabes que pronto vas a morir?”. él me respondió con una sonrisa: ¡Ah, pastor! “Es que yo sé que cuando mis ojos se abran nuevamente, será para ver a Jesús en su segunda venida”.

¡Wow! Este hombre tenía una esperanza inquebrantable. Su esperanza era más fuerte que el cáncer que lo consumía, más fuerte que el dolor que experimentaba, más fuerte que la crisis que afrontaba, más fuerte que la muerte que lo esperaba. Su esperanza era: ¡Jesús viene por segunda vez y lo veré!

El apóstol Pablo revela esta misma esperanza cuando le dice a Tito: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13). “Aguardar” es esperar que llegue una persona o que suceda una cosa.1

Luego de la lectura de este texto, surge una pregunta, ¿hay fundamento para esperar la llegada gloriosa de Jesús?

La Biblia se refiere al segundo advenimiento de Jesús más de trescientas veces. Esta verdad es un tema vital para el creyente. Por eso, con toda seguridad tú puedes atesorar esta esperanza. Jesús expresó lo que considero el corazón de esta esperanza, cuando dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (S. Juan 14:1-3).

Jesucristo empeñó su palabra, es decir, la ofreció como garantía cuando afirmó: “Vendré otra vez”; y esto le da sustentación y solidez a nuestra esperanza. Por consiguiente, hoy no tenemos que caminar por esta vida desalentados y ansiosos. Muy pronto los cielos se abrirán (Isaías 34:4) y Jesús aparecerá, no como un niño indefenso, como vino en su primer advenimiento, sino en la gloria de su Padre, acompañado por millones de ángeles (S. Mateo 16:27; 25:1).

Hoy, cuando prevalece la tristeza, y el dolor y la incertidumbre laceran el alma de muchos, es necesario y urgente aferrarnos a esta gloriosa esperanza. La historia ha demostrado que ningún líder político, militar, social o religioso puede solucionar el sufrimiento humano ni ofrecer esperanza de un mañana mejor. Al mirar hacia el futuro, San Juan pudo contemplar el día cuando Jesús regresará y llevará con él a quienes atesoraron en su corazón la esperanza gloriosa (Apocalipsis 20:6). En su visión profética, el vidente fue testigo de la feliz realización de esta esperanza, y escribió:

“Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido. Oí una potente voz que provenía del trono y decía: ‘¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apocalipsis 21:1-4, NVI).2

Te invito a reflexionar en este asunto de vital importancia y, por contraste, en lo efímero de las promesas de origen humano. ¿Quién no ha soñado con comprar una buena casa y un flamante automóvil? ¿Quién no ha puesto sus esperanzas en un mejor empleo para asegurar el mañana? ¿Quién no se ha ilusionado con una sociedad más justa mediante la elección de un buen gobernante? Aunque nada tiene eso de malo, no es garantía de vida eterna. Toda esperanza depositada en los seres humanos será tan pasajera como ellos. Y cualquier sueño de índole terrenal se agosta y se extingue ante la muerte. Solo Jesús tiene poder sobre la muerte y el pecado que, en última instancia, es el causante del infortunio humano.

Te insto a que atesores esta esperanza en tu corazón. Te sostendrá en las tormentas más devastadoras de la vida, aun ante la misma muerte. A fin de que no hubiera duda alguna acerca de esta esperanza, Jesús puso su firma sobre su promesa cuando aseguró: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Y le dijo a Juan: “Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 21:5).

Te invito a recibir y aceptar esa gloriosa esperanza: ¡Jesús vuelve pronto!

1. Gran Diccionario de la Lengua Española © 2016 Larousse Editorial, S. L.

2. Citas marcadas con NVI son tomadas de la Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.®

El autor es pastor adventista y escribe desde Salem, Oregón.

Una esperanza más fuerte que todo

por Gerizin De Peña
  
Tomado de El Centinela®
de Febrero 2021