¡Febrero, el mes del amor! Este número está dedicado a la fuerza más sublime de la creación; misteriosa fuerza que mueve los mundos, y que está comprometida en todas las relaciones humanas. El amor le da sentido a la vida.
Quiero comenzar esta revista con una de las manifestaciones más profundas del amor: la alegría. Porque donde hay alegría, siempre hay amor. Más aún, el verdadero amor da la medida de la verdadera alegría.
Al pensar en la alegría, no hago referencia a ese sentimiento vano que domina a los espíritus superficiales. Dice la Biblia: “La necedad es alegría al falto de entendimiento” (Proverbios 15:21). La alegría no nace de la necedad. Ni proviene del poder sobre las cosas, ni aun del poder sobre los otros (ver Jueces 16:25). No se trata, entonces, de la alegría del poder, sino del poder de la alegría, que proviene de Dios, como expresión del amor. Dice el salmista: “Por cuanto me has alegrado, oh Jehová, con tus obras; en las obras de tus manos me gozo” (Salmo 92:4).
La Escritura declara que del trono de Dios fluyen “poder y alegría” (1 Crónicas 16:27), y que el Señor es el que da “alegría a mi corazón” (Salmo 4:7). La promesa de Dios desde los siglos es llenarnos de alegría con su presencia (ver Salmo 21:6). El salmista conocía la alegría que había experimentado con la convicción de la salvación y que el pecado le había robado, por eso dijo: “Hazme oír gozo y alegría; y se recrearán los huesos que has abatido” (Salmo 51:8).
Bendita paradoja: ¡Dios convierte “la tristeza del arrepentimiento” en alegría (ver 2 Corintios 7:10)! La alegría es la primera señal de que nuestro corazón está sanando por el amor divino.
Finalmente, la alegría es también expresión del amor cuando servimos a nuestro prójimo: “Y perseverando unánimes [los discípulos]. . . partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría” (Hechos 2:46).
¡Tú eres la alegría de Jesús, y Jesús es tu alegría! Tu corazón canta por el gozo de la gracia divina.
El autor es director de El Centinela.