En el umbral de un nuevo año lo invito a celebrar la vida, y a agradecer al Dios que la concede. Eso hacían los hebreos en el mes de Nisán. Celebraban la Pascua, la fiesta de su liberación.
El 14 de Nisán de 1440 a.C., por mandato de Dios, los hebreos asperjaron sangre de cordero en los marcos de sus puertas para ser pasados por alto por el ángel exterminador que castigaría a Egipto por haberlos esclavizado durante cuatro siglos. La sangre hizo la diferencia. Al amanecer, los hebreos fueron liberados por Dios y caminaron hacia la tierra prometida.
La sangre de ese cordero simbolizaba la sangre del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29), que vendría a morir en pago por nuestras culpas y concedernos la oportunidad de vida eterna perdida por nuestro padre Adán. Tal como los hebreos eludieron el castigo aquella noche, nosotros también podemos eludir el castigo del pecado si ungimos nuestra mente, la puerta de acceso a nuestra vida, con la sangre de Cristo. Eso es lo más importante y lo más conveniente que podemos hacer al comienzo de este año.
Los hebreos untaron la sangre del cordero en sus puertas después de cuatro siglos de esclavitud que deseaban olvidar. Hagamos lo mismo con la sangre de nuestro Cordero divino, luego de un año que no quisiéramos recordar. Al amanecer, los hebreos salieron cantando su liberación. Al amanecer de 2021, nosotros podemos cantar a Dios porque tenemos vida y deseos de vivir.
En expresión poética muy vigorosa, Dios dijo que sacó a Israel de Egipto sobre alas de águilas (éxodo 19:4). Hoy nos garantiza la misma protección. Basta con que nos refugiemos bajo sus alas, porque “el que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmo 91:1).
Comencemos el año agradeciendo y alabando al Dios que nos condujo durante 2020, y nos brinda la oportunidad de vivir y ser felices.
El autor es el editor asistente de la revista El Centinela.