Somos el resultado de lo que pensamos, de lo que sentimos, proyectamos y ejecutamos.
La repetición de acciones establece patrones que van más allá de las costumbres y tradiciones.
Las acciones repetitivas inconscientes dirigen nuestras acciones conscientes. Este es el poder de los hábitos. Existen hábitos positivos, que edifican, y hábitos negativos, que destruyen. Los hábitos positivos generan seguridad, fortalecen y crean vínculos con quienes nos rodean.
Los hábitos negativos son acciones adictivas que se convierten en obsesivas, compulsivas, destructivas y se centran en nosotros mismos. Los hábitos negativos favorecen el desarrollo del egoísmo, el amor propio, la ambición, la envidia, los pensamientos destructivos, y deterioran progresivamente la salud física, mental, emocional y espiritual.
Un alto porcentaje de las actividades diarias son hábitos. Esto significa que el cerebro funciona en piloto automático la mayor parte del tiempo. Imagínate que hoy te levantaste con buen ánimo, dispuesto a tener un hermoso y exitoso día, pero aparece en tu mente la imagen de tu hermano adinerado, avaro, ambicioso y cruel. Desde que eras pequeño, él te ha estado haciendo la vida imposible. Te dices a ti mismo: No puedo vivir con esto, todos mis días se arruinan por su culpa. Necesito hacer algo. Haré algo para destruir lo que mi hermano tiene, me haré millonario, y acumularé más dinero que él; así lo haré desaparecer. Pero luego te dices: Esta no es una buena opción, porque se trata de mi hermano. Finalmente, concluyes que lo mejor es irte lejos, a un lugar donde él no sepa nada de ti. Todas estas opciones están basadas en sentimientos aflictivos, destructivos, que ni la distancia ni el tiempo podrán cambiar.
Otras personas tienen hábitos malsanos en su régimen alimentario, en su manejo financiero, en el uso de su tiempo libre, en la dependencia de sustancias medicadas o prohibidas. La pregunta que nos hacemos es: ¿Podemos cambiar los hábitos? ¿Es posible librarnos de uno o varios hábitos destructivos?
El profeta bíblico nos dice: “¿Puede el etíope cambiar de piel, o el leopardo quitarse sus manchas? Pues tampoco ustedes pueden hacer el bien, acostumbrados como están a hacer el mal” (Jeremías 13:23, NVI).* ¿Pero, es esta la respuesta definitiva?
Para saber cómo se cambia un hábito, es necesario saber cómo se arraiga. Es un proceso sencillo: Al presentarse una situación determinada, buscamos una solución simple, que requiera el mínimo esfuerzo y que produzca una emoción que nos haga olvidar la situación adversa. Al hacer esto, se activa el sistema de recompensa y nos da satisfacción. Luego, cuando se presenta una situación similar, nuestro cerebro dice: Lo que hiciste antes te dio satisfacción; repítelo. Entonces lo repetimos una y otra vez, y se convierte en hábito. En general pensamos que podemos cambiar los malos hábitos, pero eso no es posible. Gastamos todas nuestras energías en el intento, y cuanto más nos esforzamos más fracasamos. Entonces, ¿qué debemos hacer?
La solución se halla en crear nuevos hábitos basados en el desarrollo de una actitud positiva, que genera seguridad, fortaleza, paz, equilibrio, armonía y el desarrollo integral de las facultades físicas, mentales, emocionales y espirituales.
Estos son seis pasos sencillos para crear hábitos que te darán una vida abundante y feliz:
Identificar las fortalezas y debilidades de tus facultades físicas, mentales, emocionales y espirituales. Haz un inventario de los nuevos hábitos que deseas establecer en tu vida. Comienza con las áreas menos cultivadas. Es indudable que las áreas más descuidadas son las espirituales y las emocionales. El apóstol Pablo hace un inventario y dice que las prácticas destructivas son parte de la naturaleza humana, y las prácticas buenas y constructivas son el resultado de una vida espiritual conectada con Dios. “Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. . . En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gálatas 5:19-23, NVI).
Decidir cambiar de vida. El apóstol Pablo hizo una recomendación muy reveladora “Si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Corintios 5:17). La parte más importante de todo el proceso es tomar la decisión. Si el problema es la naturaleza humana, debemos buscar la fuente del cambio real: Jesucristo.
Ejecutar significa pasar de la decisión a la acción. Los cambios cosméticos, superficiales o temporales son fáciles de ser ejecutados, pero para el establecimiento de una práctica que sea un hábito natural, espontáneo y permanente, necesitamos el cambio de la naturaleza humana. Esto solo es posible por la acción de Jesucristo.
Disfrutar es el punto clave para el establecimiento de un nuevo hábito. Cuando el centro de recompensa del cerebro es activado, se desencadena una sucesión de cambios que nos llevan a sentirnos felices y plenos. Es necesario enfocarnos en los resultados y celebrar los beneficios de la nueva práctica. Hemos de alegrarnos y celebrar con los que nos rodean.
Repetir es indispensable para fortalecer el nuevo hábito. Repítelo tantas veces como puedas y desees. Recuerda que los buenos hábitos producen satisfacción y alegría, no solo a ti sino a todos los que te rodean.
Reiniciar el ciclo de la creación de nuevos hábitos es la clave del crecimiento. Es posible un cambio de vida. Ser transformados por la presencia real de Jesucristo es la clave de una cambio total y permanente.