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Hay dos temas que corren en forma paralela a través de la Escritura: El hombre, su grandeza y su miseria [título de un libro de Francisco Lacueva], creado a imagen de Dios, su rebeldía, su fracaso, su desgracia al desobedecer a su Creador; y la maravillosa gracia de Dios manifestada en el ministerio redentor del Seóor Jesús, el postrer Adán.

El tema central de la Escritura gira en torno a la historia de los dos Adanes.

El primer Adán

Adán fue creado a imagen y semejanza de Dios; y todo lo creado por Dios en esa semana era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31). En el Edén podía vivir en paz y gozar de la compaóía de su Hacedor, pero fracasó al comer del fruto prohibido. Sin embargo, Dios, en su misericordia, descendió a buscarlo, no para darle lo que merecía sino una nueva oportunidad ¿Por qué no esperó que Adán lo buscara? Porque nunca lo habría hecho. El pecado inhabilita, paraliza. Dios buscó a su hijo extraviado para darle esperanza y, para sorpresa del universo, le dio el evangelio y lo hizo en dos maneras. En forma verbal, al anunciarle que la simiente de la mujer sería herida en el calcaóar (Génesis 3:15). Y en forma tipológica, al vestirlo con una túnica de pieles (Génesis 3:21), que desde entonces tipifica la justicia de Cristo. Es muy posible que el apóstol Pablo haya tenido este momento en mente cuando escribió, milenios más tarde: “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5:20).

Dios siempre se relaciona con sus hijos mediante un pacto, aunque la palabra pacto no esté presente. El pacto que hizo con Adán al crearlo estaba basado en la obediencia. En su estado de perfección, Adán podía obedecer perfectamente la voluntad de Dios. Pero el nuevo pacto no estuvo ya basado en la obediencia, porque al estar limitado por los efectos del pecado, Adán no podía obedecer perfectamente una ley santa. Por esta razón el nuevo pacto se basó en la gracia, con la introducción de un sustituto que tomaría el lugar de Adán y que pagaría su deuda.

El apóstol Pablo resume así el drama de los dos Adanes: “Así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19). El pecado de Adán afectó negativamente a toda su descendencia, pero la obra de Cristo, el segundo Adán, trajo redención para la raza perdida.

Los efectos del pecado de Adán

¿Cuáles fueron los efectos del pecado de Adán? Habrán sido muy serios para que demandara un tratamiento tan radical. Podemos seóalar claramente las siguientes áreas.

Una consecuencia de comer del fruto prohibido fue la condenación. Adán quedó condenado a muerte. Dios le había advertido: “El día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Otra consecuencia fue la depravación. Toda su naturaleza quedó trastocada por el pecado: tenía ahora una inclinación natural hacia el mal, a la desobediencia, y una total inhabilidad de buscar a Dios. Por su transgresión, el pecado se introdujo en la naturaleza humana como un poder infeccioso, en antagonismo hacia Dios, al punto que “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). Finalmente, el pecado trajo separación entre el hombre y Dios. Nos dice el profeta: “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2).

El segundo Adán

El hombre separado de Dios está marcado por dos consecuencias fatales: Está condenado a muerte y desprovisto de toda justicia. Para poder salvarlo, Dios debe hacer dos cosas: cancelar la sentencia de muerte y proveer una justicia perfecta. Ambas cosas fueron logradas por el segundo Adán, Cristo Jesús. Al morir en la cruz, canceló la deuda: y mediante su vida de perfecta obediencia, proveyó la justicia que el hombre nunca podría lograr por sí mismo.

El apóstol Pablo explica: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13). Y al hacerlo “anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz” (Colosenses 2:14, NVI).1 El Seóor Jesús, por medio de su vida de obediencia perfecta y de su muerte vicaria, proveyó la justicia que el hombre necesita y no puede producir, al quitar “de en medio el pecado” (Hebreos 9:26). De esta manera el hombre quedó otra vez reconciliado con su Hacedor. Nos dice el apóstol Pablo que podemos gloriarnos en Dios “por el Seóor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:11).

Los propósitos de la redención

El ministerio redentor del Seóor Jesús tuvo un propósito doble: cancelar la deuda del hombre y satisfacer la justicia de Dios. Así lo expresa el apóstol: “Andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2). “¿Qué derecho tenía Cristo para sacar a los cautivos de las manos del enemigo? El derecho de haber efectuado un sacrificio que satisface los principios de justicia por los cuales se gobierna el reino de los cielos. . . En la cruz del Calvario, pagó el precio de la redención de la raza humana”.2 Otro autor habla de la reconciliación de esta manera: “La reconciliación presupone un distanciamiento previo entre dos partes, un distanciamiento que ha sido resuelto y sanado. En el pensamiento paulino, el hombre está alejado de Dios por el pecado, y Dios está alejado del hombre por su ira. Es en la muerte sustitutoria de Cristo que el pecado es vencido y la ira evitada, de manera que Dios puede mirar al hombre sin disgusto, y el hombre puede mirar a Dios sin temor. El pecado es expiado y Dios es propiciado.3

Cómo recibir los beneficios

¿Cómo podemos recibir los beneficios de lo logrado por el Seóor Jesús? Pues aceptándolo por fe como nuestro Sustituto. Dice la Escritura: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Seóor Jesucristo” (Romanos 5:1).

Los resultados de lo logrado por el Seóor Jesús están resumidos en estas palabras: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:8-10). La gracia de Dios no solo cubre al pecador creyente, sino que es al mismo tiempo un poder que transforma y motiva, porque el evangelio “es poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16). Como bien lo expresara un autor cristiano, “en el Nuevo Testamento la religión es gracia y la ética es gratitud”.4 En la vida del cristiano, la obediencia y el servicio están motivados por la gracia de Dios, manifestada en el ministerio redentor del Seóor Jesús, el postrer Adán.

1. La cita marcada con NVI fue tomada de la Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.®

2. Elena G. de White, Mensajes selectos, tomo 1 (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1966), pp. 363, 364.

3. David Wells, The Search for Salvation (Eugene, Oregon: Wipf & Stock Pub, 2000), p. 29.

4. Thomas Erskine (1788-1870), Literato, en https://www.literato.es/p/NDQ3Nzk/, consultado en junio, 2019.

Los dos Adanes

por Atilio Dupertuis
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2019