Cuando vivía en Brasil, hace unos siete años, escuché en las noticias un informativo muy indignante. Una madre había estrellado a su hijo de meses contra el refrigerador. Cansada de los llantos de su hijo que sentía hambre, esta madre alcoholizada decidió “remediar” la situación de esta trágica manera.
Ayer, en pleno siglo XXI, otro informativo, ahora en los Estados Unidos, narraba otro hecho igual de indignante. Desesperado por los llantos de su hija, un padre le arrojó agua hirviendo en su rostro.
Algunos lectores pensarán que estos son casos extremos y aislados. ¡Cuánto quisiera que fuera cierto, pero la realidad es muy diferente! De acuerdo con la UNICEF y según las estimaciones disponibles, cada año más de 6 millones de niños/as sufren abuso severo en los países de Latinoamérica y más de 80 mil mueren a causa de la violencia doméstica.1
Por favor, no lea demasiado rápido el dato de “80 mil niños”, ni piense en esta cantidad como un simple número, pues representa la muerte de miles de niños y niñas que podrían haber sido ingenieros, médicos, enfermeras, dentistas, etc. Representan 80 mil vidas de inocentes que fueron cortadas bruscamente por sus padres.
Tristemente, no acaba aquí este doloroso drama social. De acuerdo con Larraín y Bascuñan2, consultoras de UNICEF, “en Columbia, un 42 por ciento de las mujeres informó que sus parejas o esposos castigaban a sus hijos e hijas con golpes. En Uruguay el 82 por ciento de adultos encuestados reportó alguna forma de violencia sicológica o física hacia un infante en el hogar. En Costa Rica, una investigación realizada reveló que un 65,3 por ciento de adultos ejerce violencia física contra sus hijos”.
Cuando se habla del maltrato a los niños, muchos vuelven sus ojos a América Latina o al continente africano, pensando que el maltrato a los niños se debe a la pobreza. Pero el maltrato no es un fenómeno exclusivo de la pobreza; este mal afecta también a los niños de los países ricos. De acuerdo con la revista médica The Lancet3, en países como Reino Unido, Estados Unidos, Australia y Canadá, e 16 por ciento de los niños son maltratados físicamente, y el 10 por ciento es descuidado o abusado psicológicamente. Además, hasta el 30 por ciento de las niñas y 15 por ciento de los niños son expuestos a algún tipo de abuso sexual.
Hablar de abuso infantil es siempre muy doloroso e indignante, pues la violencia atenta contra los derechos más elementales de los niños. Por eso, nunca es demasiado el tiempo que podamos dedicarle al tema para educar, prevenir y curar.
Las cifras, aunque elevadas, no demuestran la realidad del problema ni la magnitud de la violencia a la que son sometidos los niños y las niñas. Es difícil medir la prevalencia y la magnitud del problema, porque infelizmente la mayoría de los padres encuestados en 16 países de América Latina “consideran natural recurrir a la violencia física o psicológica para imponer disciplina”.4 El maltrato a los niños y adolescentes es una conducta tolerada tanto en el hogar como en la sociedad. Para muchos, el castigo a un niño es un método de disciplina, y por lo tanto una conducta aceptable o por lo menos no denunciable.
Por lo tanto, es necesario definir qué es maltrato infantil. Aunque no hay una definición consensuada, se acepta que el maltrato infantil “es una manera extraña y extrema de lesiones no accidentales, deprivación [sic] emocional del menor o cualquier modelo de agresión sexual ocasionados por los padres, parientes cercanos o adultos en estrecha relación con la familia”.5 El abuso infantil no se restringe al castigo físico. Hay otras formas de abuso infantil que deja profundas huellas por el resto de la vida.6
- Maltrato físico: Son las acciones no accidentales de algún adulto que dejan daño físico.
- Abandono físico o negligencia: Se refiere a las necesidades físicas básicas insatisfechas en el niño. Es deber de los padres alimentar e higienizar a los hijos.
- Maltrato psicológico o emocional: Conducta continua de parte de los padres que causen traumas en los niños, tales como insultos, humillaciones, burlas, rechazo y críticas.
- Abandono psicológico o emocional: Se produce cuando los niños no reciben el afecto, apoyo y protección necesarios para su desarrollo emocional satisfactorio.
- Abuso sexual: Cualquier intento de parte de un adulto de obtener placer sexual con un niño. No es necesario que exista un contacto físico. Tocamientos, exposición a la pornografía, seducción verbal, solicitudes indecentes.
- Síndrome de Münchhausen: Es cuando los padres suministran medicamentos a sus hijos o de alguna otra forma los “enferman”, alegando síntomas ficticios o generados por el adulto de manera intencional.
Si la sociedad tomara en cuenta todas estas formas de abuso hacia los niños, con toda seguridad los casos denunciados aumentarían en forma escandalosa. Por eso se hace difícil cuantificar la realidad del problema, pues a muchos padres se les hace difícil entender o acepar lo que es el maltrato. Para muchos progenitores el maltrato no es abuso, sino una “forma de disciplina”. Por eso, se hace necesario afirmar que abuso no es disciplina, y la disciplina no es abuso, por lo tanto no deberían ser confundidos. El maltrato no disciplina, pero sí lastima y humilla al niño/a. Mientras que la disciplina tiene como objetivo que el pequeño aprenda a gobernarse y adquiera dominio propio, el maltrato solo busca liberar al padre o a la madre del enojo o la frustración.
Quizás esta confusión entre el abuso y la disciplina es lo que ha hecho que sea tan tolerado el maltrato a los niños. Quizá también una interpretación equivocada de algunos pasajes de las Escrituras ha permitido que algunos padres cristianos también toleren el maltrato hacia los niños. La Biblia dice: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Proverbios 22:15). “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol” (Proverbios 23:13, 14).
Entonces, una forma de eliminar o disminuir el maltrato es entender cómo debe aplicarse la disciplina. La disciplina tiene dos fases, una formativa y la otra correctiva. Los padres deberían preguntarse: ¿Cuál es la mejor forma para corregir ese comportamiento? ¿Están siendo efectivos los métodos que estamos usando? Más de un padre se dará cuenta que su forma de corregir a sus hijos no está funcionando.
Por ejemplo, algunos padres castigan a sus hijos por un olvido o por un accidente. Si un hijo quiebra un plato, calificamos su acción como torpeza, y el niño es castigado. Pero si nosotros lo quebramos, pensamos que fue un accidente.
Los padres debemos concentrarnos más en la disciplina formativa (educar al niño) y menos en la correctiva. Y cuando hay que aplicar la correctiva, debemos hacerlo de una manera que no lastime ni traume a los niños. Para eso, los padres deberían aprovechar los seminarios sobre paternidad que ofrecen los centros de servicios comunitarios, las iglesias y escuelas. De esta manera los padres pueden aprender formas no violentas de corregir a sus hijos, ya sea usando la disciplina formativa o la correctiva.
Otra forma de disminuir el maltrato hacia los niños es creando una mayor conciencia social. Esto se puede hacer a través de la radio y la televisión, en reuniones de padres, mediante sermones y seminarios en las iglesias, y por medio de artículos en revistas (como lo hace El Centinela).
Una forma eficaz de disminuir el problema es desarrollando una buena relación de pareja, pues muchas veces los conflictos de pareja son desviados hacia los hijos. El enojo que la madre tiene hacia el esposo lo desquita con los hijos. Por eso es importante participar en seminarios de pareja, leer buenos libros, escuchar buenos sermones en la iglesia. Y sobre todo, leer la Biblia, pues en ella Dios nos dice cuánto vale un niño a los ojos del cielo: “Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre” (Salmo 127:3). “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar” (S. Marcos 9:42).
Cuando veamos a los niños como el cielo los ve, los amaremos, cuidaremos y protegeremos.
El autor tiene un doctorado en Consejería Matrimonial y Familiar. Actualmente ejerce como pastor en Phoenix, Arizona.