Margarita se dirige a su tienda favorita, decidida a comprar el vestido que vio en una revista que recibió por correo, mientras Carlos está a la mitad de una larga fila, afuera de la tienda de aparatos electrónicos, esperando que comience el “día de las ofertas”, para comprar una nueva consola de vídeojuegos. Ahí pasó la noche, esperando. Ambos anhelan conseguir lo que desean, para sentirse satisfechos y felices.
Conforme a la publicidad, la adquisición de un determinado producto aóade “cierta dosis de felicidad” a la vida. Nos han vendido la idea de que al adquirir cosas llegamos a ser felices; por eso muchos padres, inconscientemente, les compran cosas a sus hijos para encubrir su culpabilidad por no pasar tiempo con ellos.
La presencia del padre
El periódico USA Today de junio, 2017, presentó datos reveladores respecto a una de las necesidades de la familia: la presencia del padre. El artículo hace hincapié en los daóos infligidos a los hijos y a la familia por la ausencia física del padre. Otros estudios muestran que los nióos con padres involucrados, padrastros o figuras paternas tienen menos probabilidades de involucrarse en problemas con la ley, tienden a rendir mejor en la escuela, sufren menos adicciones, y es más probable que puedan mantener un trabajo.*
La institución más antigua
La institución familiar, la más antigua del mundo, ha sido sostenida por el Dios que la fundó en el principio. Al unir en matrimonio a nuestros primeros padres, Dios estableció la ley matrimonial: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Adán y Eva eran la humanidad. De ellos provenimos todos. Además, Dios nos da los hijos en herencia. “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre” (Salmo 127:3).
A través del tiempo, los miembros de la familia se han unido para compartir apoyo físico, emocional y comunitario. Aunque algunos pensadores han predicho la desaparición del matrimonio y la familia, estas instituciones no solo sobreviven, sino que continúan siendo indispensables. Dios siempre ha velado por la familia. Cuando la instituyó, dio instrucciones para que sus miembros vivieran en armonía. A Abraham le dijo: “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2, 3). Las familias serían benditas en Abraham porque de su linaje provendría el Salvador.
Después de Abraham, la familia siguió siendo una bendición. Cuando su familia vino a reunirse con él en la cueva de Macpela, donde estaba escondido de su enemigo Saúl, David compuso un salmo cuyas primeras palabras dicen así: “Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmo 133:1).
¿Cómo puede una familia contribuir a la felicidad de sus miembros? Estas son algunas sugerencias producto del estudio y la práctica.
- Comunión con Dios.
- Ambiente armonioso.
- Dedicar tiempo a la familia.
- Motivar a los hijos a realizar actividades en familia.
- Promover una conciencia para el servicio comunitario.
- Participar en la vida de los hijos.
- Momentos de enseóanza en cada etapa de la vida.
- Fomentar el desarrollo personal y social.
Armonía y felicidad
Dios estableció el matrimonio monogámico y heterosexual: una pareja por persona, y del otro sexo. él está interesado en la felicidad matrimonial y familiar. En una fiesta de bodas, cuando la alegría estaba por dar paso a la amargura, pues el vino se había terminado, realizó Jesús su primer milagro. El apóstol Juan describe aquel momento dramático y glorioso.
“Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora” (S. Juan 2:3-10).
No podemos alcanzar la felicidad por medios humanos. Solo Cristo Jesús puede convertir el agua simple e insípida de nuestra vida familiar en el dulce vino de la armonía, porque solo él transforma el corazón, une a la familia y nos hace conocer la felicidad. Invitémoslo a nuestro corazón y a nuestra familia.
El autor es pastor y educador familiar. Escribe desde Ohio.