Número actual
 

Cuando deseo iluminar mi alma y fortalecer mi fe mediante la contemplación de la vida de Cristo, elijo las historias registradas en el quinto capítulo del Evangelio según San Marcos.

Me impresiona la liberación de un endemoniado, me impacta la resurrección de la hija de Jairo, y me anima la sanidad de una mujer que rozó el borde del manto de Jesús. Sobre todo, me subyuga una declaración de Jesús a Jairo, después que le avisaron que su hija había muerto: “No temas, cree solamente” (S. Marcos 5:36).

Escribo estas líneas desde un aeropuerto, porque estoy de viaje junto con mi esposa. Vamos a ver a su madre, postrada en cama, víctima de una enfermedad terminal, en tanto que mi padre está internado con un cuadro humanamente imposible de revertir. En tales circunstancias, cuánto quisiera escuchar esa misma frase que produce tan grande remanso de paz y esperanza que por momentos tanta falta nos hace.

Jesús te ama

La autora Elena G. de White dice acerca de los actos de compasión de Jesús: “Había aldeas enteras donde no se oía un gemido de dolor en casa alguna, porque él había pasado por ellas y sanado a todos sus enfermos. Su obra demostraba su unción divina. En cada acto de su vida revelaba amor, misericordia y compasión; su corazón rebosaba de tierna simpatía por los hijos de los hombres. Se revistió de la naturaleza del hombre para poder simpatizar con sus necesidades. Los más pobres y humildes no tenían temor de allegársele. Aun los nióitos se sentían atraídos hacia él. Les gustaba subir a sus rodillas y contemplar su rostro pensativo, que irradiaba benignidad y amor”.1

Este es el Jesús que me gusta imaginar. Ahora quisiera que por un momento mires a un Jesús que no me resultó fácil de descubrir, mucho menos de imaginar. No se qué efecto produce en ti la palabra “grito”. Asocio está palabra con escenas de violencia, desesperación o pasión desenfrenada. La definición que más me llamó la atención, del Diccionario de la Real Academia Espaóola, es: “Manifestación vehemente de un sentimiento colectivo”.

¿Has gritado alguna vez? ¿Has gritado desde lo profundo de tu alma para que te escuche el universo, sin medir el volumen de tu voz? ¿Por qué o para qué gritaste? La última vez que grité para que alguien me escuchara fue cuando me quedé encerrado a oscuras y por más de veinte minutos en un ascensor ¡Y alguien me escuchó!

Jesús te grita

Jesús gritó en más de una ocasión. Gritó en el templo y ante la tumba de Lázaro, y en la cruz gritó dos veces. Reflexionemos en algunos de esos gritos.

El grito del templo: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (S. Juan 7:37, 38).

El grito al Padre: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”(S. Mateo 27:46).

El último grito de fe: “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (S. Mateo 27:50-53). Ese grito fue: “Consumado es” (S. Juan 19:30). El sacrificio por el pecado había sido realizado.

En el templo Jesús gritó para que entendiéramos que las formas litúrgicas no sacian la sed del alma, sino que es él quien verdaderamente sacia. El primer grito de la cruz parece un reclamo al Padre, pero, ese grito anunciaba un precio. En ese clamor, gritó su amor por ti, amor que lo llevó a separarse del Padre por ser portador de todo pecado, aun los tuyos y los míos. Gritó tu precio y el mío, pecadores destinados a la muerte. “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23), pero “habéis sido comprados por precio” (1 Corintios 6:20), un precio de sangre: “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18, 19).

Con este grito Cristo entregó su espíritu, y las piedras se partieron, la tierra tembló, el velo del templo se rasgó, y muchos de los que estaban en los sepulcros se levantaron. Algo semejante ocurrirá cuando él vuelva en gloria: “Las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la seóal del Hijo del Hombre en el cielo. . . y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (S. Mateo 24:29, 30).

Llamadas de atención

Los gritos de Jesús fueron el último recurso del Cielo para lograr captar nuestra atención. Si alguna vez tu hijo se escapó de tus brazos rumbo a un lugar peligroso, ¿qué último recurso utilizaste para detenerlo? Un grito, ¿verdad?

Jesús gritó para que, aunque sea por un momento, nos detengamos en nuestra loca y fatal carrera y, mirando su anhelo por librarnos del mal, corramos a sus brazos. Gritó también para dar fe de su sacrificio por el pecado.

Dos gritos más

Esos son gritos redentores del pasado, pero aún queda un par de gritos en el futuro. Uno procederá desde la nube, cuando Jesús nos llame a la eternidad. Aun los muertos escucharán ese grito y se levantarán revestidos de incorrupción. San Pablo escribió: “El Seóor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Seóor” (1 Tesalonicenses 4:16, 17). Yo quiero oír ese grito.

El otro grito se oirá al entrar en la Santa Ciudad. “Cuando se da la bienvenida a los redimidos en la ciudad de Dios, un grito triunfante de admiración llena los aires. Los dos Adanes están a punto de encontrarse. El Hijo de Dios está en pie con los brazos extendidos para recibir al padre de nuestra raza”.2 ¡Quiero escuchar y gritar con todos los salvados! ¿Te animas a gritar victoria tú también? Aclara tu garganta, prepárate para ese grito de arrobamiento.

A veces el susurro no basta; a veces el llamado insistente no es suficiente; por eso, el Dios que nos ama apasionadamente está gritando hoy: “¡Hijo, te amo!”

1. Elena G. de White, El camino a Cristo, pp. 11, 12.

2. Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 705.

El autor es ministro del evangelio. Escribe desde Ohio.

El grito

por Fernando Muller
  
Tomado de El Centinela®
de Agosto 2018