Uno de mis amigos me confesó un día que había cambiado de fe. Luego me propuso que habláramos del tema. Accedí con una condición: conversaríamos de religión si al referirse a Jesús lo hacía con respeto. él aceptó.
Mi amigo me dijo que ya no reconocía a Jesús como Hijo de Dios y que no aceptaba el Nuevo Testamento. Repliqué con las palabras de Cristo a sus oponentes: “Escudriñad las Escrituras. . . ellas son las que dan testimonio de mí” (S. Juan 5:39). Las Escrituras a las que el Salvador se refería eran las del Antiguo Testamento, las únicas que entonces existían. Hablaríamos citando el documento bíblico en el que mi amigo confiaba.
Para demostrarle que Jesús dijo la verdad —pues por medio de profecías, símbolos y tipos el Mesías es anunciado y tipificado en cada libro del Antiguo Testamento—, me concentré en uno de los personajes que fue un tipo de Cristo: en José, el hijo de Jacob. Estudiamos las similitudes entre José, a quien él aceptaba, y Jesús, quien era mayor aun que José, pero a quien rechazaba.
José y Jesús
A partir de Génesis 37 se narra una historia cargada de dramatismo, en la que pasiones y virtudes se entrelazan para tejer el destino de un hebreo sujeto a grandes cambios de fortuna que llegó a ser gobernador del Imperio Egipcio. Lo más importante es la similitud con la historia de Jesús. El relato comienza: “José, siendo de edad de diecisiete años, apacentaba las ovejas con sus hermanos; y el joven estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, mujeres de su padre; e informaba José á su padre la mala fama de ellos” (Génesis 37:2). Los hijos de Zilpa eran Gad y Aser, y los de Bilha, Dan y Neftalí. José amaba a sus hermanos, pero también amaba a su padre Jacob y le informaba de todo, para contribuir a evitar que sus hermanos se corrompieran. Pero a ellos eso les molestó, y lo torturaron y lo vendieron. En Egipto, José llegó a ser un gran gobernante. Este es un cuadro comparativo de tan virtuosos personajes:
José
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Jesús
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Fue amado: “Y amaba Israel á José más que a todos sus hijos” (Génesis 37:3).
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Fue amado: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (S. Mateo 3:17).
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Fue virtuoso: “Informaba José a su padre la mala fama de ellos” (Génesis 37:2).
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Es virtuoso:“Santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:26).
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Fue aborrecido: “Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente” (Génesis 37:4).
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Fue aborrecido: “No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas” (S. Juan 7:7).
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Intentaron matarlo: “Y cuando lo vieron de lejos, antes que llegara cerca de ellos, conspiraron contra él para matarle” (Génesis 37:18).
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Intentaron matarlo, y lo hicieron: “Los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás, y tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús, y matarle” (S. Mateo 26:3, 4).
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Fue vendido: “Y le vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Y llevaron a José a Egipto” (Génesis 37:28).
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Fue vendido: “Judas Iscariote. . . les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata” (S. Mateo 26:14, 15).
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Fue rechazado como gobernante: “Le respondieron sus hermanos: ¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre nosotros? Y le aborrecieron aun más a causa de sus sueños y sus palabras” (Génesis 37:8).
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Fue rechazado como gobernante: “Sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros” (S. Lucas 19:14).
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Le fue cambiado el nombre: “Llamó Faraón el nombre de José, Zafnat-panea” (Génesis 41:45).
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Le fue cambiado el nombre: “Un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero. . . y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo” (Apocalipsis 19:11, 12).
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Fue reconocido y exaltado: “Y dijo Faraón a todos los egipcios: Id a José, y haced lo que él os dijere” (Génesis 41:55).
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Es reconocido y será exaltado: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (S. Mateo 28:18).
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Socorrió a sus hermanos: “Dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano” (Génesis 45:4).
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Socorrió a sus hermanos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (S. Mateo 11:28).
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Llamó a su padre: “Id a mi padre y decidle: Así dice tu hijo José: Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí” (Génesis 45:9).
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Fue a la presencia del Padre: “Jesús le dijo...: ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (S. Mateo 20:17).
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Advertimos que José fue un buen hijo, como Cristo es el buen Hijo del Padre. José fue rechazado, torturado, vendido, encarcelado y calumniado sin causa; y Jesús sufrió lo mismo. José estuvo en Egipto, Jesús también. José fue virtuoso y próspero; Jesús fue virtuoso y reconocido como alguien que todo lo hacía bien (ver S. Marcos 7:37). Los hermanos de José pensaron en matarlo; a Jesús sus hermanos los hombres lo mataron. José fue sujeto a servidumbre; Jesús quiso ser siervo del hombre. José fue sacado de la prisión para gobernar; Jesús fue sacado de la prisión del sepulcro para gobernar el universo. José perdonó y salvó a sus hermanos de la hambruna; Jesús perdonó y salvó a la humanidad. José gobernó Egipto a la diestra del faraón; y Jesús gobernará el universo a la diestra de su Padre.
José se destaca por su amor hacia su padre y sus hermanos, pues les dijo: “Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto” (Génesis 45:4). Y luego de perdonar a sus hermanos, los comisionó: “Daos prisa, id a mi padre y decidle: Así dice tu hijo, José: Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí, no te detengas” (vers. 9).
Lo mismo hizo Jesús, cuyo amor por su Padre y por el hombre es constante. Ese amor lo impulsó a redimirnos, y cuando resucitó lo primero que hizo fue presentarse ante su Padre. “Jesús le dijo [a María]: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre” (S. Juan 20:17). él no se avergüenza de llamarnos hermanos (ver Hebreos 2:11).
Comprobamos que al leer las Escrituras y analizar a los personajes bíblicos, no solo nos exponemos a la mejor literatura, también vislumbramos entre sus páginas el plan de nuestra redención. Leamos el Antiguo Testamento alentados por estas palabras inmortales: “Escudriñad las Escrituras. . . ellas son las que dan testimonio de mí” (S. Juan 5:39).
El autor es educador. Escribe desde Amory, Mississipi.