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No es justo etiquetar a las personas por su color. Ni científico determinar su raza por el tono de su piel. En rigor, ningún color agota toda la riqueza y diversidad de la raza humana. Detrás de una piel oscura puede haber un ascendiente alemán, un japonés o un nigeriano. Por eso, ¿qué colores son el negro, marrón, amarillo o rosado? Hay, por otra parte, entre estos colores toda una amplia gama de tonalidades, determinadas por factores climáticos, hormonales y genéticos. Y esta amplia gama habla siempre de diversidad, no de exclusividad, racial.

Pero esta cuestión de los colores de la piel no daría para gastar tiempo y tinta si no fuera que alimenta el prejuicio social. “Nos darían lástima, si no fueran tan peligrosos”, canta Joan Manuel Serrat, refiriéndose a quienes viven su vida alimentados de prejuicios. Hay cuestiones en la conducta del ser humano que no podemos pasar por alto, porque pertenecen al orden de lo peligroso. Albert Einstein dijo cierta vez que “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”. Y Martin Luther King agregaba: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.

Pues bien, avancemos sobre el prejuicio racial.

¿Qué es el racismo?

El Diccionario de la Real Academia Española lo define como la “exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros”. En otras palabras, es afectar la convivencia humana en base a la creencia de que la propia raza es superior a otra. Esto implica también pensar que la unión matrimonial con alguien de otra raza degenera la propia.

En realidad, el racismo expresa el desprecio propio. Se alimenta de sentimientos de orgullo, de inferioridad y de miedo. El racista duda de su valor, por eso encasilla a los demás como inferiores. Y no es una cuestión de piel, aunque sea la piel la excusa para la discriminación (que, de paso, va en todas las direcciones). Esto explica, en parte, que Adolfo Hitler, el defensor de la idea de una raza “perfecta”, el cerebro exterminador de 5,8 millones de judíos, no fuera rubio ni de ojos azules ni alto ni vigoroso. Hitler vendió al pueblo alemán el mito del “hombre perfecto”. Una fantasía para compensar sus sentimientos de inferioridad. Y afloró la xenofobia: el odio hacia los extranjeros.

Raza y razas

Con tono amistoso en México se le llama “la raza” a los amigos y a los miembros del núcleo familiar. Su uso es fraterno. Pertenece al acervo cultural mexicano. Pero estrictamente, hablar de “razas” no es científico. De acuerdo a estudios realizados en el campo de la genética humana, las llamadas diferencias entre razas no son significativas. Un estudio de los genes humanos de diferentes razas concluyó que el ADN de dos personas de diferentes “razas” sería diferente por solo dos décimas del 1 por ciento. Y de esta variación, solo el seis por ciento se puede vincular a las categorías raciales. En otras palabras, desde el punto de vista científico todas las diferencias raciales son estadísticamente insignificantes. Estas diferencias son triviales si tenemos en cuenta los tres mil millones de pares de bases del ADN humano.1

Somos más diversos entre quienes nos parecemos. De acuerdo a resultados de estudios de laboratorio, la diversidad genética, bioquímica y sanguínea entre miembros de una misma “raza”, es incluso mayor que la existente entre “razas” consideradas diferentes.2

Los genes no tienen color, la sangre sí. Los colores negro, blanco, amarillo y rojo, utilizados para clasificar a los hombres en “razas”, no significan nada. El color de la piel depende de un pigmento, llamado melanina presente debajo de la epidermis. Las diferentes tonalidades de la piel dependen del lugar donde habitamos. Quienes viven en los áreas tropicales tendrán una piel más bronceada que quienes habitan en latitudes menos expuestas al sol, independientemente del país en que vivan, sobre todo en países muy extensos en territorio, como Rusia, Brasil o China.

Sin embargo, hay algo que no cambia en la raza humana: la sangre que nos une.

Una sola sangre

“De un solo hombre hizo todas las naciones para que habitasen toda la tierra” (Hechos 17:26; NVI). Los seres humanos de cualquier pigmento de piel comparten un mismo origen genético: Adán y Eva. El caso de Tiger Woods, el golfista estadounidense, lo ilustra muy bien. En su sangre convergen distintas influencias étnicas: tailandesa, blanca, negra, china, y indígena americana.

Ser de una misma sangre, como sugiere el texto, no niega la diversidad en la familia humana. Existen las diferentes familias sanguíneas: A, B y O, en todo el mundo. En esta diversidad se preserva la vida humana. En el caso de una transfusión, la sangre de un pigmeo que habita en la selva de la región ecuatorial de África, podría salvarle la vida a un sueco, y la de su hermano podría matarlo, si no corresponde al mismo tipo de sangre.

Por debajo de cada piel, sea esta amarilla, negra, blanca, o roja, incluidas el sinfín de tonalidades, se encuentra la imagen y la semejanza de Dios, su Creador (ver Génesis 1:26). “La imagen de Dios no es una cualidad en los seres humanos; es lo que los seres humanos son”.3

La mano de color distinto al nuestro que nos saluda es todavía la mano de nuestro hermano. En ella se representa la mano de Dios. “¿No tenemos todos un mismo Padre?” (Malaquías 2:10). Estrechemos nuestras manos, pues somos todos hermanos.

Jesús volverá pronto por segunda vez. Su venida restaurará la sinfonía de hermandad perdida en el Edén. Como una sola familia, “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas” (Apocalipsis 7:9), lo adoraremos unidos, gracias al lenguaje universal de su amor.

1. Anderson, K. Christian Ethics in Plain Language (Nashville, TN: Thomas Nelson Publishers, 2005), p. 174.
2. L. Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozzi y Alberto Piazza, The History and Geography of Human Genes (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1994).
3. Heiser M. “Imagen de Dios”, en J. D. Barry & L. Wentz, Eds, Diccionario bíblico Lexham (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014).


El autor es ministro cristiano y escritor. Coordina la actividad de las iglesias adventistas hispanas del Estado de Idaho.

¿De qué color es la imagen de Dios?

por Juan Francisco Altamirano
  
Tomado de El Centinela®
de Agosto 2015