Randolph C. Byrd, un cardiólogo en el Centro Médico de San Francisco, diseñó un estudio para explorar los efectos de la intercesión sobre sus pacientes de enfermedades cardiacas. Se dividió un grupo de 393 pacientes en dos grupos al azar y sin el conocimiento de los pacientes, los médicos o las enfermeras. Un grupo fue sometido a la oración intercesora de cristianos practicantes, mientras que el otro grupo sirvió como control. Cuando se compararon los eventos ocurridos durante la hospitalización de todos los pacientes, el grupo por el cual se oró mostró ventaja sobre el grupo control en las áreas de fallos cardiacos, problemas diuréticos, fallos cardiopulmonares, pulmonía, el uso de antibióticos y el uso de intubaciones. En ninguna de las áreas medidas, el grupo control mostró ventaja alguna respecto del grupo por el cual se oró.1
El doctor Julián Melgosa, en su reciente libro sobre los beneficios de la fe religiosa, cita varios estudios en su capítulo sobre la oración.2 Entre estos se destacan el análisis de Claire Hollywell y Jan Walker, de la Universidad de Southampton, Inglaterra. Tras una comparación de los resultados de varios estudios sobre los efectos de la oración en los pacientes de hospital, encontraron una conexión entre la oración privada y niveles más bajos de ansiedad y depresión. Este mismo estudio destacó que la oración eficaz era la practicada por personas con una relación de fe establecida. La oración como resultado de una emergencia, de parte de una persona no creyente, más bien aumentaba la ansiedad.
Los resultados del estudio científico de la fe religiosa están haciendo que personas seculares comiencen a interesarse en las prácticas cristianas de la oración y la lectura de textos religiosos. Demuestran que la oración es un mecanismo importante para enfrentar la enfermedad y está relacionada con una salud mejor y sensaciones de bienestar general, pero ¿qué es lo que tiene la oración que parece propiciar estos resultados?
Permítame sugerir algunas posibles explicaciones.
1. La oración nos conecta con Dios
Antes de orar, nos vemos obligados a considerar la identidad de Aquel a quien nos dirigimos. ¿Qué creemos acerca de Dios? ¿Qué o quién es? ¿Qué espera de los humanos? Si yo creo que Dios es una fuerza impersonal que se confunde con el universo que lo alberga, mi espiritualidad estará limitada a la admiración de la naturaleza y el cosmos. Si mi concepto de Dios se basa únicamente en elementos culturales (la celebración en occidente de la Navidad y la Semana Santa), el efecto sobre mis actitudes será mínimo. Si mi conocimiento de Dios proviene de mis emociones y sentimientos, en realidad me estaré adorando a mí mismo.
Pero la revelación de Dios al hombre no se ha limitado al mensaje de la naturaleza. Aunque ésta nos habla de Dios, su mensaje es incompleto. Dios tiene que ser conocido en base a la revelación que él ha decidido hacer de sí mismo, y la mayor revelación de Dios que hemos recibido se encuentra en la vida, el ministerio y la muerte de Jesucristo. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” dijo Jesús (S. Juan 14:9). Debido a que él se hizo uno de nosotros, tuvimos una revelación de Dios en términos que nosotros los humanos podemos comprender. “Sabemos que el Hijo de Dios ha venido —declara Juan—, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero” (1 Juan 5:20).
En la oración entramos en contacto con el “Verdadero”, uno que se dijo ser “el camino, y la verdad, y la vida” (S. Juan 14:6). La oración establece una conexión sutil pero innegable con una Persona divina, un Ser que trasciende nuestros sueños más atrevidos y desafía nuestros débiles intentos por describirlo.
2. La oración nos conecta con otros
La autora norteamericana River Jordan, angustiada por las preocupaciones de tener dos hijos soldados en Irak, hizo la extraña resolución de Año Nuevo de orar cada día del año por un extraño.3 Aunque se confiesa introvertida, la autora se obligaba cada día a acercarse a una persona, pedirle el nombre, explicarle su resolución y decirle que quería pedir la bendición de Dios sobre ella. También le preguntaba si tenía algún motivo especial de oración. Este proceso no solo produjo un impacto positivo en los extraños, sino que trajo grandes bendiciones a la autora. ¡Cuánto mejor sería nuestro mundo si todos oráramos así por las personas que encontramos en el camino de la vida!
Cuando aprovechamos la oración para interceder por otras personas, desplazamos momentáneamente nuestro centro de atención de nosotros mismos y lo colocamos en otros seres.
3. La oración nos trae reposo
Todos conocemos la sensación de irnos a la cama con una mente llena de preocupaciones que nos hace muy difícil conciliar el sueño. La manera en que procesamos las preocupaciones se relaciona con nuestra personalidad y nuestro lugar en la carrera de la vida. Hay personalidades más propensas a preocuparse, y hay temporadas que traen consigo mayor cantidad de desafíos. Aunque los niños y los jóvenes también se preocupan, los adultos y ancianos ven multiplicados sus desafíos en la persona de sus hijos y nietos, a los que se sumarán los problemas de salud de la edad avanzada.
Un ministro cristiano cuenta una experiencia de sus primeros años como pastor de iglesia. En ocasiones se sentía tan abrumado por los problemas de sus feligreses, que caminaba de un extremo al otro de la casa pastoral hasta altas horas de la noche. Llegó a la conclusión de que si las preocupaciones eran una evidencia de falta de fe, entonces él era un gran pecador. No encontraba remedio para su ansiedad hasta que un día, a las dos de la madrugada, escuchó claramente una voz que le dijo: “Vete a dormir, yo me quedaré despierto”. Ese día recobró su confianza y pudo descansar en paz.
La oración nos permite colocar nuestras más profundas preocupaciones en las manos de Uno que nos comprende y nos ama. La Biblia nos enseña que hay momentos cuando debemos velar en oración como Jesús mismo en Getsemaní (S. Mateo 26:36-45), y hay momentos en que debemos dormir confiados en que Dios se quedará despierto y velará por nosotros y nuestros hijos (ver Salmo 121:3).
4. La oración nos enseña a esperar en Dios
Una de las grandes tragedias del ser humano moderno es su incapacidad de esperar. Vivimos en un mundo instantáneo de acceso inmediato a toda información, las multitareas, las interacciones constantes e insistentes de las redes sociales. Vamos corriendo vertiginosamente rumbo a la insignificancia. Pero el Dios del universo sin límites nos insta a la paciencia. Salomón escribió: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:11).
Dios nos dice que él hace cosas hermosas en su tiempo. El resultado final de todo lo que él hace es hermoso. No siempre captamos esa hermosura dentro de nuestra experiencia limitada, pero su promesa permanece. Siempre aguardamos algo mejor, nos sentimos insatisfechos, porque dentro de nosotros entendemos que lo más valioso no son las posesiones, ni la fama, ni la apariencia, sino el tiempo mismo, la oportunidad de aprender, de desarrollarnos, de enriquecer nuestras relaciones.
La sed de eternidad es el clamor más profundo y universal de la raza humana. Pero eternidad sin esperanza de algo mejor es poco más que un infierno. Dios provee tanto la vida eterna como el gozo y las bendiciones que nos permitirán disfrutarla. Él está preparando para nosotros algo hermoso, “en su tiempo”. La oración nos permite apropiarnos de esta bendita esperanza.
El autor es el director de EL CENTINELA.
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