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Todos estamos de acuerdo: existe una brecha abismal entre padres e hijos en lo que concierne a valores y formas de entender la vida. La sensación que muchos padres tienen en relación a la transmisión de sus propios valores a sus hijos es que… ¡han fracasado! Y aunque repasan una y otra vez lo que en buena voluntad han hecho para formar a sus hijos, no logran dar con una causa razonable que explique por qué sus hijos han salido tan distintos, tan rebeldes, tan desapegados al hogar y a las buenas prácticas recibidas.

A pesar de que se trata de un fenómeno complejo que se alimenta de muchos factores y que de ninguna manera podría ser cubierto en su totalidad en este limitado espacio, deseo compartir con usted tres secretos que podrían ayudarlo a enfrentar mejor el gran desafío de transmitir valores positivos a sus hijos.

1. Conozca el rostro del enemigo: En las sociedades tradicionales o agrícolas, las principales fuerzas generadoras de valores y de transformación cultural eran el hogar y la comunidad. En esas sociedades, padres e hijos participaban juntos en las tareas de producción, tales como sembrar la tierra, criar animales y expandir el patrimonio familiar. En el proceso adquirían las costumbres y los valores de sus antepasados a través de sus progenitores. Además, padres e hijos participaban de manera conjunta en los ritos de la comunidad, tales como fiestas, actos cívicos, celebraciones religiosas y proyectos comunitarios. De nuevo, estas actividades desarrollaban un profundo apego de parte de los jóvenes hacia su comunidad. Dentro de este orden social, la mayor satisfacción de los hijos era aprender de los adultos las destrezas que les permitirían convertirse en buenos ciudadanos.

Sin embargo, es muy probable que usted no viva en una sociedad agrícola o tradicional. Si vive en los Estados Unidos de Norteamérica, vive en una sociedad posindustrial. Una de las principales características de la sociedad posindustrial es que gira en torno del capitalismo consumista. ¿Qué significa esto? Significa que el comercio es el principal agente de la vida en sociedad.

La sociedad norteamericana está estructurada para favorecer el consumo en detrimento del hogar. ¿Se ha preguntado usted por qué aquí sale más barato comprar un aparato nuevo que reparar el que se dañó? No es un detalle menor. Es parte de un proceso bien calculado, instigado por el comercio. ¿Se ha preguntado por qué aquí es imposible mantener el hogar si ambos padres no trabajan? ¿Por qué los padres tienen que separarse de sus hijos tan temprano en la vida de éstos recurriendo a las niñeras y a las guarderías infantiles? No es un fruto del azar. Es el fruto de la estructura de una sociedad consumista que además es generadora de una omnipotente industria del entretenimiento.

Pero hay algo todavía más sutil y siniestro en las sociedades posindustriales: La separación de la familia en grupos de consumo. Esto significa que de manera bien calculada sus hijos, desde que son muy jóvenes, son el blanco de un bombardeo sistemático para sembrar en ellos ciertos valores que los convierta en consumidores compulsivos y al mismo tiempo en enemigos de sus padres si éstos no les dan lo que desean. Uno de esos valores es el hedonismo. El hedonismo nos dice que podemos disfrutar de todo tipo de placer sin temor a sufrir consecuencias negativas. Otro valor es el entretenimiento, según el cual usted no necesita realizar actividades en comunidad. Lo que usted debe hacer, en cambio, es sentarse a ver el espectáculo. ¿Comer con los demás miembros de la familia? ¿Realizar proyectos juntos? ¡No! No perdamos tiempo en eso, que se nos pasa el show de George López.

Con frecuencia, los padres nos sentimos terriblemente culpables por el comportamiento de nuestros hijos. Escuchamos aquí y allá que si no fuera por nuestro descuido, nuestros hijos serían perfectos en casi todo. Sin embargo, lo que no se dice es que en una sociedad consumista la familia está inmersa en un marco de relaciones que despoja a los padres y a la comunidad de influencia sobre los jóvenes.

2. Conozca el gran principio operante en la transmisión de valores. En nuestro deseo de transmitirles a nuestros hijos nuestros propios valores, los padres generalmente cometemos dos errores. El primero es que tratamos de controlar a nuestros hijos por la fuerza. Así, le decimos a nuestro hijo: “No vas a ese lugar”. O bien: “Te prohíbo rotundamente que salgas con esos amigos”. Este tipo de confrontación tan solo empeora la relación. El otro error es utilizar el discurso o el sermón para aleccionar al muchacho. Pensamos que si le damos a nuestra hija una cátedra sobre los peligros del sexo premarital, llegará a aborrecerlo tanto que se mantendrá virgen hasta el matrimonio. O que si le soltamos a nuestro hijito un discurso sobre la importancia de la honestidad, aprenderá a no robar. Nada hay más lejos de la realidad.

En realidad, los valores se transmiten por medio de la socialización. Esto es, por medio de la realización de actividades conjuntas que permitan a los participantes unirse espiritual y afectivamente. Es el gran principio sobre el que operan las pandillas. También es el principio que rige las amistades, ya sea entre jóvenes o entre adultos.

Hemos de realizar actividades dentro de una atmósfera de genuina amistad y empatía. Todos los participantes deben sentir que son parte de un proyecto que los beneficia a todos. Por ejemplo, pensemos en las finanzas del hogar. Si papá llama a la esposa y a los hijos y les muestra cuánto ganó en la quincena, y los invita a que lo ayuden a distribuir el dinero para cubrir los gastos, estará socializando con ellos. En el proceso, los está convirtiendo en sus amigos íntimos, en sus aliados en el manejo de las finanzas de la familia. Al mismo tiempo, los hijos estarán adquiriendo los valores de la responsabilidad, el sacrificio, la economía, etc.

La socialización como vehículo transmisor de valores no es otra cosa que convertir el hogar en un verdadero equipo. Los hijos deben sentirse genuinamente parte del hogar: en lo económico, lo afectivo y en la distribución de responsabilidades.

3. Organice su vida estratégicamente. Piense en esto: Hay miles de profesionales —psicólogos, estrategas de comercialización, expertos en publicidad, diseñadores, inversionistas, etc.— que cada año invierten miles de horas y millones de dólares para atacar el hogar y convertirlo en su propio territorio comercial. Ante esta realidad, como mínimo usted debiera tener una estrategia sencilla de vida: Viva intencionalmente. Para ello, usted debe responder esta pregunta tan vital: ¿Cuál es el propósito de mi vida? ¿Para qué estoy en este mundo? Según la sociedad capitalista, usted está en esta tierra para ser propietario de muchos bienes. Lo hacen trabajar de sol a sol, lo impulsan a descuidar a sus hijos y su salud, y lo endeudan por el resto de su vida para que adquiera cosas.

Pero si usted cree en la Biblia y en Dios, usted sabe que está en este mundo solamente de paso, porque su destino es el cielo. Y el objetivo de Dios es que usted llegue allí junto con sus hijos. Dentro de la visión bíblica, vivir intencionalmente significa al menos dos cosas:

  • Hacer de Dios el eje central de la vida. La Biblia dice: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican... Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores” (Salmo 127:1, 2). Si usted ha de vivir intencionalmente, entonces busque a Dios. Haga de él la columna central de su vida y su hogar.
  • Darle prioridad a las relaciones por encima de las cosas. En los evangelios encontramos en más de una ocasión la manifestación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Que Dios se manifieste en tres Personas divinas tiene un profundo significado. Significa que Dios no existe como un ente solitario. Por el contrario, Dios existe en comunidad, en familia. Es un Dios de relaciones. De igual manera, él nos creó como seres sociales, capacitados para dar y recibir amor. Al igual que nuestro Creador, somos seres relacionales. Por lo tanto, organice su vida cada día de modo que las relaciones en su hogar sean lo más importante. Que la meta en su hogar no sea someter a nadie por la fuerza, sino ganar la confianza y el corazón. Que la meta en su hogar no sea imponer el miedo, sino la paz y el afecto. Cuando esto ocurra, el corazón de sus hijos se abrirá a los valores que usted representa.

Finalmente, recuerde que la transmisión de valores no es lo mismo que transmitir información. En realidad, transmitir valores equivale a transmitir nuestra propia persona, nuestro carácter, nuestra esencia a nuestros hijos. No es un acto mecánico. En cambio, es un proceso que requiere paciencia y perseverancia. Dios está presto a ayudarle en esta inmensa tarea si usted lo invita a su hogar cada día.


El autor es pastor de vasta experiencia y conferenciante internacional.

Tres secretos para inculcar valores en sus hijos

por Edwin López
  
Tomado de El Centinela®
de Agosto 2012