De todos los mandatos que Dios ha dado al hombre, el de multiplicarse es el que mejor ha cumplido. El Creador dijo: “Llenad la tierra” (Génesis 1:28), y en el tiempo del Seóor Jesucristo ya había en el mundo 250 millones de personas. Dieciocho siglos después, la población mundial alcanzó los mil millones.
En 1989, el Consejo de Administración del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) propuso el 11 de julio como el “Día Mundial de la Población”. La conmemoración de este simbólico día procura centrar la atención de los pueblos en la importancia de los problemas demográficos, sobre todo en relación a los temas de desarrollo sustentable y de derechos humanos. Desafiante tarea. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estima que la población mundial aumentará aproximadamente 77 millones de personas cada año.1 Hoy somos más de siete mil cuatrocientos millones (ver pp. 6, 24), pero 795 millones notienen suficientes alimentos. Hay alimentos, pero en todo el mundo se desperdicia un tercio de la producción.2
El Centinela se une a quienes trabajan por este objetivo, y proclama la esperanza de un mundo mejor. Mientras llega el día de reinaugurar la Tierra, queremos exponer las necesidades de los pobres y ayudarlos. En vez de aportar nuestro “granito de arena”, como dice el dicho, demos “nuestro grano de trigo, o de arroz o de maíz”, en favor de los que se van a la cama en ayunas. Tal fue la costumbre del Maestro de Nazaret, de quien se dijo:
“Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38). Esta costumbre redentora es también mandato evangélico, pues Jesús dijo a sus discípulos ante la gente hambrienta que los rodeaba: “Dadles vosotros de comer” (S. Lucas 9:13).
Este 11 de julio extendamos nuestra mano llena al que la extiende vacía.
El autor es redactor de El Centinela.