Desde 776 a.C., un grupo selecto de seres humanos se prepara con intensidad para un solo objetivo: ¡Ganar! Los famosos juegos olímpicos tuvieron su origen en la Grecia antigua y desde entonces la competencia, a pesar de haber tenido momentos de pausas a lo largo de la historia, se ha convertido en el evento deportivo de mayor participación internacional. En la actualidad, los juegos olímpicos se dividen en deportes de verano y de invierno, con dos años de preparación entre cada uno de ellos. Entre los dos eventos, unas 140.000 personas se encargan de ayudar a más de 13.000 atletas que se preparan diariamente para competir en 33 diferentes disciplinas deportivas.
En este año la cita será desde el 27 de julio al 12 de agosto en la ciudad de Londres, Inglaterra. Cerca de ocho millones de personas tendrán el privilegio de comprar una entrada y ver de cerca a los mejores deportistas del mundo, listos para la mayor competencia de sus vidas. La mayoría de ellos saben que quizá no tengan una segunda oportunidad. Se han preparado durante toda una vida y todos buscan una medalla de oro. Saben que no todos la podrán obtener, pero lo van a intentar. Algunos, incluso, harán todo su esfuerzo, se entrenarán y se prepararán toda la vida ¡para participar poco más de nueve segundos! Como lo hizo Usain Bolt, el jamaiquino de 21 años que ganó la medalla de oro y rompió la marca mundial de 100 metros llanos en 9.69 segundos durante los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008.
Pero la mayoría no romperá ninguna otra marca que la de ser parte de ese selecto y minúsculo grupo de deportistas que lograron estamparse en el record histórico de los Juegos Olímpicos. Así lo expresó Juan Carlos Carmona, fondista colombiano de maratón: “El puesto 43 me hace feliz”.
Requisitos del atleta olímpico
¿Qué se necesita para ser parte de esta gran competencia internacional?
Quizá la primera palabra sería determinación y la segunda perseverancia. El famoso campeón olímpico de natación, Michael Phelps, ganador de ocho medallas de oro en 2008 en Beijín, se había entrenado desde su niñez entre cinco y siete horas por día, prácticamente sin descanso. Desde los once años su entrenador personal lo había puesto a nadar más de cincuenta millas por semana. No existe registro en la historia de los Juegos Olímpicos de un atleta con tantos logros en un mes como el que logró Michael Phelps durante las Olimpíadas de Beijín. Este año lo veremos nuevamente en Londres 2012, en lo que será su última participación en las famosas olimpíadas internacionales.
Todos queremos tener una medalla de oro en algún área de nuestra vida. Queremos tener matrimonios exitosos, hijos triunfadores, queremos ganarle al sobrepeso o simplemente ser reconocidos en nuestro trabajo… ¡y que nos paguen un poco más!
El fantasma del fracaso
Huimos del fracaso porque nos lastima, nos deprime, y en muchas ocasiones nos paraliza. Sin embargo, las victorias y los logros nos impulsan con fuerza para enfrentar la siguiente meta con más carácter y determinación. Nadie recuerda a quienes alcanzan el segundo lugar, o el tercero o el cuarto. Pero todos tienen recuerdos inolvidables de los campeones.
Dios nos hizo para ganar. El éxito es parte de nuestro código genético. El Creador sabe que la prosperidad nos hace bien y la necesitamos para nuestra salud física, mental y espiritual. No solo en algunas áreas de nuestra vida, sino en todas. “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas” (3 Juan 1:2).
El diccionario define la palabra éxito de la siguiente manera: “Llevar a feliz término un proyecto o actividad realizada”. Para los que amamos a Dios, el éxito es lograr, alcanzar, terminar el proyecto o llevar a término lo que Dios tiene planificado para mi vida y en mi vida. El Salmo 138:8 dice: “Jehová cumplirá su propósito en mí”. Es muy probable que muchos de nosotros no compitamos jamás en los juegos olímpicos. Quizá solo seamos parte del 0.15 por ciento de la población del mundo que alguna vez correrá un maratón en su vida. Pero todos tendremos nuestras propias “carreras” que ganar a lo largo de nuestra existencia.
El apóstol Pablo nos da el primer gran secreto antes de competir: “Corred de tal manera que lo obtengáis” (1 Corintios 9:24).
La determinación
La determinación es la decisión mental de hacer algo. Una vez que tenemos una meta clara, tomamos la decisión de alcanzarla y nada nos detiene hasta lograrlo. El apóstol Pablo habla de determinación. Dice: “De tal manera que lo obtengáis”.
El 20 de octubre de 1968, en las Olimpíadas de México, John Akhwari sorprendió al mundo. Hacia una hora aproximadamente que el maratón había finalizado. Los corredores ya tenían las medallas en sus cuellos cuando Akhwari, de Tanzania, apareció en medio de las sobras, entre corriendo y caminando. Con valor y una enorme capacidad de sufrimiento avanzó con la pierna derecha vendada. Terminó los últimos cuatrocientos metros del maratón y luego de cruzar la línea final cayó en brazos del personal médico que lo esperaba. Después contó a los periodistas que en el inicio de la carrera de poco más de 42 kilómetros, se cayó, causando una lesión y luxación de la rodilla derecha; sin embargo decidió que eso no lo detendría para cumplir su sueño. Con dolor y determinación se repitió una y otra vez: “Mi país no me envió tan lejos para que empezara la carrera, sino para que la terminase”. De 75 corredores que iniciaron ese maratón, solo terminaron 57, y John fue uno de ellos.
Cada uno tendrá batallas que pelear. El desánimo, el dolor, la pérdida o la falta de apoyo son algunos de los elementos que roban la firme determinación de correr hasta el final. Por eso, la Biblia nos recuerda que la única manera de avanzar como cristianos es “puestos los ojos en Jesús” (Hebreos 12:2).
La perseverancia
Ganar cuesta. Alguien dijo: “El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada”. La perseverancia en es el ingrediente central. Es lo que nos ayuda a persistir en el intento, pese a las pérdidas a lo largo del camino. No se puede dejar de intentar. El apóstol Pablo utiliza una palabra determinante en 1 Corintios 9:24: ¡Corred! En otras palabras, no importa lo que suceda, no podemos parar de correr o de intentarlo una y otra vez.
¿Fracasaste en un examen? ¡Sigue corriendo! ¿No puedes entender a tu cónyuge? ¡Inténtalo nuevamente! ¿Tu hijo es rebelde? ¡No lo abandones; corre junto a él! ¿Has perdido la fe? ¡Arrodíllate una vez más y clama a Dios! Él dice: “Yo te responderé” (Jeremías 33:3).
Un viejo proverbio dice: “Si te caes siete veces, levántate ocho”. No importa a dónde queramos llegar o los objetivos que tengamos, tarde o temprano nos veremos asediados por los obstáculos. No hay nada que podamos hacer para evitarlos, pero sí podemos decidir la manera cómo los confrontamos. Por eso, Dios nos anima a continuar, a no parar de correr, a intentarlo una y otra vez. El apóstol dice: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14).
Un día la carrera terminará. Todos debemos llegar. El apóstol Pablo utilizó la analogía del deporte para ayudarnos a entender los desafíos que tendremos a lo largo de nuestra carrera personal. Finalmente él logró decir. “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:6-8).
Dios quiere convertirte en un ganador. Si hoy empiezas a correr, ganarás mañana. Recuerda: solo fracasamos cuando dejamos de intentar.
El autor coordina iglesias multilingües en los Estados de Ohio, West Virginia, parte de Virginia y Pennsylvania.