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Sucedió hace ya tanto tiempo que parece como el inicio de la historia, pero cerca de 4.000 años atrás se realizó una de las más grandes batallas de que se tenga registro. Cinco poderosos reyes de Mesopotamia decidieron extender su poder hacia el oeste, Palestina. Después de años de opresión, los países subyugados se rebelaron, al parecer en vano, porque después de una desastrosa batalla fueron sometidos otra vez y llevados cautivos a Mesopotamia.

Fue entonces cuando intervino Abraham. Con apenas unos cientos de soldados, venció a los reyes invasores y rescató a los rehenes (ver Génesis 14). Pero esta victoria cambió totalmente su vida. Él era hasta entonces un humilde peregrino en la tierra, sin conexión con la política internacional. Pero ahora sus enemigos eran los reyes del imperio más grande de sus días. Él había aceptado el llamado de Dios a salir de su tierra y Dios le había prometido que de él surgiría una nación inmensa y bendecida (Génesis 12:1, 2). Sin embargo, hasta ahora no tenía ni siquiera un hijo, y para colmo, era buscado por enemigos poderosos. ¿Cuándo retornarían los invasores para vengarse? ¿Qué pasaría con su vida, con su futuro? ¿Se cumpliría realmente el plan de Dios para él?

“Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Génesis 15:1). Esta intervención divina en la vida de Abraham es de particular importancia en la historia del trato de Dios con los hombres. La expresión “vino palabra de Jehová” es la expresión técnica usada en los escritos bíblicos para indicar que Dios va a declarar una profecía (Isaías 38:4; Jeremías 1:2, 4, 11, 13; Ezequiel 1:3; Oseas 1:1; Joel 1:1; Jonás 1:1; Miqueas 1:1; Sofonías 1:1; Hageo 1:1; Zacarías 1:1). Igualmente, una “visión” es el canal básico de Dios para revelarse a sus profetas (Números 12:6). Con este acto, Dios estaba estableciendo a Abraham como el primero de una larga e interesante línea de hombres que han dejado su indeleble huella en la historia humana, y que a través de los siglos han fascinado e intrigado la imaginación y el intelecto de los hombres: los profetas de Dios.

A través del tiempo muchos han intentado pertenecer a este grupo selecto. La historia está llena de falsos profetas y pretendientes. Aun hoy, la ávida sed de las masas por traspasar lo desconocido crea un mercado creciente de profecía manufacturada que es suplido por un número cada vez mayor de charlatanes.

En la vida de Abraham Dios ilustraría lo que es un profeta auténtico y su propósito al dar profecías. Una profecía es una revelación del plan divino, que se produce por total iniciativa de Dios, para con su pueblo del pacto, a fin de proveerle dirección en cuanto a sus acciones, confianza en el control divino de los acontecimientos y seguridad en su triunfo final. Analicemos más detenidamente esta definición.

Una revelación por iniciativa de Dios

Abraham no manipuló a Dios a fin de que este le hablara. Fue Dios quien decidió hablarle a Abraham. El proceso de comunicación se origina en Dios.

Es una revelación del plan divino

Dios había prometido algo que Abraham pensaba que estaba en peligro de no cumplirse. La intervención divina aseguró a Abraham cómo se cumpliría ese plan. Abraham tendría un hijo y una descendencia como las estrellas del cielo (Génesis 15:4, 5); su descendencia sería cautiva por 400 años en una nación extraña. Después Dios los traería de vuelta a la tierra prometida a Abraham (Génesis 15:13-16). Según la necesidad, Dios siguió usando a otros profetas para ir revelando sus planes. La Biblia dice que Dios no hace nada sin que lo revele a los profetas (Amós 3:7).

Un plan para su pueblo del pacto

El texto dice que “en aquel día hizo Jehová un pacto con Abraham” (Génesis 15:18). Un pacto es una alianza en la que Dios se liga a sí mismo en compromiso con una persona o pueblo en particular. Generalmente, Dios espera que el objeto de su pacto cumpla las estipulaciones correspondientes. Al Dios hacer un pacto con Abraham, estaba comprometiéndose a protegerlo personalmente y bendecir su descendencia para siempre. Con ese pacto la descendencia de Abraham se convertiría en el pueblo de Dios. Todas las profecías bíblicas tienen que ver con ese pueblo. En la Biblia encontramos profecías que tratan de los habitantes de Babilonia, de los persas, los griegos y los romanos, así como de naciones de hoy (un ejemplo es Daniel 2, 7, 8), pero estas naciones son el foco de las profecías en la medida en que se relacionaron con el pueblo de Dios y lo afectaron (Ver Daniel 1:1, 2; 7:21, 25; 8:10-12, 23, 24). Hoy, la descendencia de Abraham, el verdadero pueblo de Dios, la constituyen todos los que aceptan a Cristo como su Salvador (Romanos 2:28, 29; Gálatas 4:24; 6:16). Las profecías bíblicas que se aplican hoy no tratan de los movimientos planetarios, ni simplemente de poderes y gobiernos terrenales. Las profecías que hoy se están cumpliendo ante nosotros tienen como foco a las personas que han decidido entrar en el pacto de Dios y ser parte de su pueblo (Apocalipsis 11:19; 14:12).

Para proveerles dirección en cuanto a sus acciones

Dios instruyó a Abraham en cuanto a lo que él tenía que hacer (Génesis 15:5, 9). Desde entonces los profetas de Dios han instruido, corregido, denunciado, orientado y dirigido al pueblo de Dios en medio de los muchos desafíos de su historia (Oseas 12:13; 2 Crónicas 36:16, 16; Jeremías 7:25).

Confianza en el control divino de los acontecimientos

Dios le dijo a Abraham: “No temas, yo soy tu escudo” (Génesis 15:1). Dios tenía un pacto con Abraham, por eso Abraham no debía temer. Dios lo protegería aunque eso significara cambiar el curso de la historia humana. Dios tendría control de los acontecimientos. Las naciones oprimirían a su descendencia, pera ellos no debían temer, pues Dios sería soberano y cumpliría su propósito de redención y salvación. En la profecía bíblica nos enfrentamos con secuencias imponentes de imperios poderosos y aparentemente indestructibles que caen uno tras otro ante el propósito eterno de Dios (Daniel 2:38-45).

Seguridad del triunfo final

“Tu galardón será sobremanera grande” (Génesis 15:1). A pesar de toda la opresión que el pueblo sufriría en la historia, al final Dios actuaría en su favor. Dios juzgaría a los opresores (Génesis 15:14) y daría la victoria a su pueblo (Génesis 15:15-18). Otros profetas dieron en otras circunstancias un mensaje similar: “Pero se sentará el Juez, y le quitarán su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin, y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán” (Daniel 7:26, 27).

Dios cumplió su pacto con Abraham. A pesar de su edad, Abraham pudo engendrar el hijo prometido (Génesis 21:1, 2). De este hijo surgió una nación incontable que, como Dios había predicho, llegó a ser esclava en Egipto. Sin embargo, a pesar de que habían pasado ya varios siglos, Dios cumplió su plan para con su pueblo del pacto. La Biblia dice que “el mismo día” en que cumplió el plazo divino, salieron los israelitas de su esclavitud (Éxodo 12:40, 41). Dios siempre cumple su promesa, en su tiempo. Los propósitos de Dios ni se atrasan ni se adelantan.

Todas las profecías bíblicas, incluyendo las de Apocalipsis, son el mensaje de un Dios que siempre cumple su promesa. Si usted es parte de su pueblo, no tiene porqué temer al futuro, no tiene por qué depender de los adivinos que se burlan de su destino. El mensaje de las profecías es que Dios tiene control de los acontecimientos humanos y que los maneja en vista del triunfo final de su pueblo. Recuerde que, en Cristo, usted también es de la descendencia de Abraham. Si usted cree en él y le entrega su vida, ya es parte del pueblo escogido. En Cristo, usted es parte de los protagonistas de la historia y de la profecía. Está destinado para el triunfo final.


El autor es pastor de iglesia en el área de Orlando, Florida.

El poder de la profecía

por Hermes Tavera
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2011