El estudio de la ciencia puede ser una de las experiencias más apasionantes y beneficiosas de la vida. Sin embargo, los cristianos que estudian ciencias a veces enfrentan el desafío de maestros y otros estudiantes que aseguran que solo las personas sin educación o que ignoran los descubrimientos en biología, geología, arqueología y astronomía pueden creer que la Palabra de Dios es veraz. Permítame asegurarle que yo conozco y he hablado con muchos científicos destacados que no solo creen en los milagros de la Biblia sino que también testifican que las verdades en la Palabra de Dios los han ayudado a tener éxito en su vida personal y en su carrera como científicos.1 De hecho, yo conocí a Jesús como mi Salvador gracias al testimonio de científicos cristianos.
Comencé mi carrera de físico como internista en los Laboratorios Centrales de Investigación de BHP en Australia. BHP en ese entonces era la mayor productora de acero en el hemisferio sur y ahora es la compañía minera más grande del mundo. Me nombraron asistente de un científico recién llegado que había ganado premios como erudito académico y había terminado estudios posdoctorales en el Imperial College de Londres. Llevaba registros meticulosos. Cada página de su cuaderno de trabajo tenía un número colocado con sello de goma, todos los resultados tenían que ser registrados, todos los equipos tenían que ser calibrados con exactitud y su calibración se comparaba regularmente con normas fijas. De él aprendí la técnica de cómo efectuar investigaciones de primera clase, pero también me enseñó acerca de Jesús.
A mitad de mis estudios cambié mi especialidad de física y matemáticas a química, y para mi año de honores escogí un proyecto que sería supervisado por el director del Departamento de Química de la universidad. Al trabajar para este profesor, autor de libros de texto de alcance internacional, advertí que él también era cristiano. Cada vez que iba a su oficina, me saludaba con una amplia sonrisa y las palabras: “¡Pasa, John! ¿En qué puedo servirte?” Usualmente proseguía con un comentario jocoso tal como “¿ya encontraste novia?” Nunca se mostraba demasiado ocupado como para no recibirme, y siempre apoyaba con entusiasmo mis ideas en la investigación a la vez que me hacía sabias sugerencias que “quizá me convenía considerar”.
Poco después de concluir mis estudios universitarios, decidí comenzar a asistir a la iglesia. Decidí ir a una iglesia adventista cercana porque cuando mi padre murió unos nueve años antes, un dentista adventista del séptimo día se había mostrado muy amable con mi familia. Al enterarse que yo estudiaba ciencias, me había regalado una regla de cálculo muy costosa. (Era lo que se usaba antes de los calculadores de bolsillo.) Yo había buscado el término “día de reposo” en una enciclopedia y había leído que el día de reposo según la Biblia era el sábado, así que yo sabía que ese era el día correcto para adorar a Dios en una iglesia. Continué asistiendo a la iglesia y 18 meses después acepté a Jesús como mi Salvador y fui bautizado.
Al recordar estas experiencias de unos cuarenta años atrás, alabo a Dios por su conducción en mi vida. No solo he experimentado personalmente muchas respuestas positivas a mis oraciones sino que he disfrutado de una salud excelente al seguir los principios bíblicos de la salud. También he aprendido acerca de la evidencia arqueológica que apoya la exactitud de la Biblia,2 y he investigado las evidencias del cumplimiento de las profecías bíblicas.3 He aprendido que muchos de los científicos que colocaron el fundamento de la ciencia moderna eran cristianos que creían en la Biblia. Estos pioneros incluyen a Isaac Newton, Robert Boyle, Johannes Kepler, Carl Linnaeus, Michael Faraday, Samuel Morse, Louis Pasteur, George Mendel, Lord Kelvin, Joseph Lister, James Clerk Maxwell y John Ambrose Fleming.4 Por ejemplo, Maury, un pionero en la oceanografía, creía que la Biblia podía usarse como una guía para entender la naturaleza. Después de leer el Salmo 8:8, que habla de senderos en el mar, buscó estos senderos y descubrió las corrientes marítimas y mucho más.5
Un aspecto de la ciencia que sigue siendo un desafío para mí es la aceptación general de la teoría de la evolución como una explicación de cómo comenzó la vida, aunque no existe ninguna evidencia experimental que la apoye. El biofísico Lee Spetner, quien enseñó teoría de la información en la Universidad Johns Hopkins durante muchos años, señala que no hay evidencia de que haya surgido alguna información genética decisiva de las mutaciones casuales, y en base a la teoría de las probabilidades, es imposible.6
Tampoco existe un mecanismo conocido que pueda explicar cómo puede surgir una célula viva de moléculas no vivientes.7 En su último libro, el profesor ateo de la Universidad de Oxford, Richard Dawkins, da un solo ejemplo que él asegura que es evidencia de que nueva información genética decisiva puede surgir al azar. Este ejemplo se refiere al trabajo de Richard Lenski y su equipo de investigadores en el Departamento de Microbiología y Genética Molecular en la Universidad Estatal de Michigan.8 No obstante, Lenski y sus colegas no están seguros del mecanismo que produjo el cambio en la información genética, y ambos mecanismos propuestos por los investigadores involucran información genética preexistente.9 En otras palabras, el proponente más destacado de la evolución en el mundo —Richard Dawkins— no ha provisto ni un solo ejemplo de evidencia experimental para el tipo de evolución que se necesitaría para producir el primer ojo, las primeras piernas articuladas, las primeras plumas y la vasta cantidad de información genética asociada con todos los tipos de organismos vivos que existen.
A lo largo de los años, me he encontrado con muchos científicos destacados que han advertido que la evidencia científica que tenemos disponible hoy apoya fuertemente el relato bíblico de cómo llegamos a existir.10 Hace poco me enteré de que el experto en genética de la Universidad de Cornell, John Sanford, inventor de la pistola de genes que se emplea en la ingeniería genética, ahora cree en la creación en seis días y en una tierra joven, basado en la evidencia científica que demuestra que el ADN humano se deteriora rápidamente, y por lo tanto no puede tener millones de años.11
La ciencia es el estudio de la creación de Dios. Involucra la observación de la naturaleza y conducir experimentos que nos enseñen cómo ser los mejores mayordomos de su obra maestra. El apóstol Pablo nos recuerda que somos obra de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que Dios ha preparado para nosotros (Efesios 2:10). ¿Puede entonces un cristiano ser un buen científico? Dejo que usted juzgue por sí mismo.